Banquete dado a la Junta Revolucionaria en Adrogué - año 1890 |
En
1889 Argentina estaba convulsionada: una grave crisis económica se había
prolongado por dos años, causando una brusca caída de los salarios,
desocupación y un reguero de huelgas nunca antes visto. La presidencia del
General Julio Argentino Roca (1880-1886) había sido sucedida por la de su
cuñado, Miguel Juárez Celman, cuyo gobierno se caracterizó por las denuncias de
corrupción y autoritarismo. Sus opositores llamaban a esa gestión el Unicato.
El
20 de agosto de 1889 apareció en el diario La Nación un artículo titulado
"¡Tu quoque juventud! En tropel al éxito", firmado por Francisco
Barroetaveña, que sacudió a la opinión pública y a la juventud en particular,
donde condenaba la ausencia de principios morales y el apoyo de ciertos jóvenes
al entonces presidente Miguel Juárez Celman diciendo:
“En medio de este general desgobierno, o del imperio
de este régimen funesto, que suprime la vida jurídica de la nación
reemplazándola por el abuso y la arbitrariedad, se sienten los primeros
trabajos electorales para la futura presidencia, asegurándose que el Presidente
actual impondrá al sucesor que se le antoje, pues dispone del oro, de las
concesiones y de la fuerza necesaria para enervar los caracteres maleables y
sofocar cualquier insurrección.”
El
artículo en La Nación llevó a la formación de un grupo juvenil alrededor de
Barroetaveña que, a su vez, convocó a un gran mitin el 1 de septiembre de 1889
en el Jardín Florida de la ciudad de Buenos Aires donde se constituyó como
Unión Cívica de la Juventud, con el fin de aglutinar al amplio espectro de
opositores al régimen de Miguel Juárez Celman, sostenido por el oficialista
Partido Autonomista Nacional.
Año 1889. Se forma la Unión Cívica de la Juventud y realiza un acto público en el Jardín Florida, primera manifestación en contra del presidente Miguel Juárez Celman. |
Una
vez creada la Unión Cívica, se formó una Junta Revolucionaria y se iniciaron
los contactos entre los dirigentes políticos opositores y sectores de las
fuerzas armadas descontentos con el roquismo. En particular se formó una logia
militar para apoyar a la Unión Cívica, que contaba con la simpatía de los jóvenes
oficiales y fue conocida como la Logia de los 33 oficiales. Sus líderes eran el
capitán José M. Castro Sumblad, capitán Diego Lamas, el teniente Tomás Vallée y
el subteniente José Félix Uriburu. Este último 40 años más tarde encabezaría el
golpe de estado que derrocó a Hipólito Yrigoyen.
José Félix Uriburu, con 22 años en 1890, fue uno de los
organizadores de la Logia de los 33 Oficiales que apoyó la Revolución.
|
Afiche de la epoco conmemorando la fundación de la UCR |
La
logia militar le ofreció a Alem el apoyo del 1º de Infantería, el 1º de
Artillería, el 5º de Infantería, el batallón de ingenieros, una compañía del 4º
y un grupo de cadetes del Colegio Militar. Simultáneamente Alem se puso en
contacto con los oficiales de la marina de guerra, encabezados por los
tenientes de navío Ramón Lira y Eduardo O'Connor, y poco después contaba con el
apoyo de toda la flota.
El
29 de mayo de 1890 Aristóbulo del Valle, quien se desempeñaba como senador
nacional, denunció en el Congreso que el gobierno estaba realizando emisiones
de moneda clandestinas, señalando que las eran la causa principal de la
gravedad que había alcanzado la crisis. La denuncia de del Valle tuvo un gran
impacto en la opinión pública y se mantendría durante los meses siguientes
profundizando el desprestigio del gobierno.
En
esos días Alem obtuvo para la revolución el apoyo del general de brigada
Domingo Viejobueno, jefe del Parque de Artillería ubicado en la Plaza Lavalle,
a poco menos de mil metros de la Casa Rosada. En
junio de 1890 el gobierno entró en cesación de pagos de la deuda externa que
mantenía con la casa Baring Brothers, hecho que causó un gran descontento entre
los inversores extranjeros.
Ese mismo mes la Junta Revolucionaria quedó integrada por Leandro Alem, Aristóbulo del Valle, Mariano Demaría, Juan José Romero, Manuel A. Ocampo, Miguel Goyena, Lucio V. López, José María Cantilo, Hipólito Yrigoyen, los generales Manuel J. Campos y Domingo Viejobueno, los coroneles Julio Figueroa y Martín Irigoyen, y el comandante Joaquín Montaña.
El general mitrista Manuel J. Campos |
Ese mismo mes la Junta Revolucionaria quedó integrada por Leandro Alem, Aristóbulo del Valle, Mariano Demaría, Juan José Romero, Manuel A. Ocampo, Miguel Goyena, Lucio V. López, José María Cantilo, Hipólito Yrigoyen, los generales Manuel J. Campos y Domingo Viejobueno, los coroneles Julio Figueroa y Martín Irigoyen, y el comandante Joaquín Montaña.
El
17 de julio de 1890 el general Campos se reunió con unos 60 oficiales y marinos
para comunicarles el plan. La revolución estallaría el 21 de julio de 1890 a las 4:00.
Las fuerzas rebeldes se concentrarían en el Parque de Artillería donde se
instalaría la Junta Revolucionaria y recibirían órdenes. Simultáneamente, la
flota debía bombardear la Casa Rosada y el cuartel de Retiro con el fin de
evitar que las tropas del gobierno pudieran reunirse, y obligarlas a rendirse
mediante un ataque combinado por tierra y agua.
Al mismo tiempo, grupos de
milicianos debían tomar prisioneros al presidente Juárez Celman, el
vicepresidente Pellegrini, al ministro de Guerra general Nicolás Levalle, y al presidente
del senado Julio A. Roca, y cortar las vías de ferrocarril y telegráficas. El
papel marginal asignado a los milicianos fue resistido por Alem, quien
pretendía imprimirle a la revolución un fuerte carácter civil, pero finalmente
se impuso la opinión de los jefes militares.
De izquierda a derecha: el presidente Juarez Celman, el vicepresidente Carlos Pellegrini, el ministro de guerra Nicolás Levalle y el presidente del senado Julio A. Roca |
En
esa misma reunión Campos informó que el Regimiento 11º de Caballería, conducido
por el general Palma, se sumaba a la revolución. La comunicación tuvo un enorme
efecto entre los revolucionarios, pues se trataba del cuerpo más leal al gobierno.
Sin embargo, se trataba de una trampa. Al
día siguiente el viernes 18 de julio, el jefe militar de la revolución, Manuel
J. Campos, y otros jefes militares como Figueroa, Casariego y Garaita, fueron
detenidos por el gobierno acusados de conspiración. De ese modo la revolución
inicialmente fue abortada.
En
los días posteriores a la detención del General Campos, sucedieron dos hechos
históricos que han sido muy discutidos, y que desde un comienzo han estado
relacionados con lo que ha dado en llamarse "el secreto de la Revolución
del 90". En primer lugar el sumario para investigar la conspiración fue
asignado a un militar simpatizante de la Unión Cívica, razón por la cual los
detalles esenciales nunca fueron bien conocidos por el gobierno. En segundo
lugar, el general Julio A. Roca mantuvo una reunión secreta con el general
Campos en su lugar de detención, sobre cuyo contenido no hay testimonios
directos. Adicionalmente, durante su detención, el general Campos convenció a
los jefes del 10º Batallón de Infantería, donde estaba detenido, de pasarse a
la revolución.
Todos
los historiadores han destacado estos aspectos misteriosos de la Revolución del
90, y han mencionado la posibilidad de un acuerdo entre los generales Campos y
Roca, así como un plan secreto de este último para utilizar la revolución en su
propio provecho. El
miércoles 23 de julio el general Campos manda a decirle a Alem que había que
continuar con la insurrección, que él se encontraba en condiciones de salir el
día que se eligiera para el levantamiento. El viernes 25 de julio la Junta
Revolucionaria decidió iniciar el levantamiento armada el día siguiente, a las
4:00. En esa reunión se decidió también que Leandro Alem asumiría como
presidente provisional y se estableció quienes serían los ministros y el jefe
de policía. Finalmente se aprobó el Manifiesto Revolucionario redactado por
Lucio V. López y Aristóbulo del Valle.
Lucio V. López uno de los redactores del Manifiesto Revolucionario |
Manifiesto de la Junta Revolucionaria
de la Revolución del Parque
26 de Julio de 1890.
El patriotismo nos obliga a proclamar la revolución como recurso extremo y necesario para evitar la ruina del país. Derrocar un gobierno constitucional, alterar sin justo motivo la paz pública y el orden social, sustituir el comicio con la asonada y erigir la violencia en sistema político, sería cometer un verdadero delito de que nos pediría cuenta la opinión nacional. Pero acatar y mantener un gobierno que representa la ilegalidad y la corrupción; vivir sin voz ni voto la vida pública de un pueblo que nació libre; ver desaparecer día por día las reglas, los principios, las garantías de toda administración pública regular, consentir los avances al tesoro, la adulteración de la moneda, el despilfarro de la renta; tolerar la usurpación de nuestros derechos políticos y la supresión de nuestras garantías individuales que interesan a la vida civil, sin esperanza alguna de reacción ni de mejora, porque todos los caminos están tomados para privar al pueblo de gobierno propio y mantener en el poder a los mismos que han labrado la desgracia de la República; saber que los trabajadores emigran y que el comercio se arruina, porque, con la desmonetización del papel, el salario no basta para las primeras necesidades de la vida y se han suspendido los negocios y no se cumplen las obligaciones; soportar la miseria dentro del país y esperar la hora de la bancarrota internacional que nos deshonraría ante el extranjero; resignarse y sufrir todo fiando nuestra suerte y la de nuestra posteridad a lo imprevisto y a la evolución del tiempo, sin tentar el esfuerzo supremo, sin hacer los grandes sacrificios que reclama una situación angustiosa y casi desesperada, sería consagrar la impunidad del abuso, aceptar un despotismo ignominioso, renunciar al gobierno libre y asumir la más grave responsabilidad ante la patria, porque hasta los extranjeros podrían pedimos cuenta de nuestra conducta, desde que ellos han venido a nosotros bajo los auspicios de una Constitución que los ciudadanos hemos jurado y cuya custodia nos hemos reservado como un privilegio, que promete justicia y libertad a todos los hombres del mundo que vengan a habitar el suelo argentino.
La Junta Revolucionaria no necesita decir al pueblo de la Nación y a las naciones extrañas los motivos de la revolución, ni detallar cronológicamente todos los desaciertos, todos los abusos, todos los delitos, todas las iniquidades de la administración actual.
El país entero está fuera de quicio, desde la Capital hasta Jujuy.
Las instituciones libres han desaparecido de todas partes: no hay República, no hay sistema federal, no hay gobierno representativo, no hay administración, no hay moralidad. La vida política se ha convertido en industria lucrativa.
El Presidente de la República ha dado el ejemplo, viviendo en la holgura, haciendo la vida de los sátrapas con un menosprecio inaudito por el pueblo y con una falla de dignidad que cada día se ha hecho más irritante. Ni en Europa ni en América podía encontrarse en estos tiempos un gobierno que se le parezca; la codicia ha sido su inspiración, la corrupción ha sido su medio. Ha extraviado la conciencia de muchos hombres con las ganancias fáciles e ilícitas, ha envilecido la administración del Estado obligando a los funcionarios públicos a complacencias indebidas y ha pervertido las costumbres públicas y privadas prodigando favores que representan millones.
El mismo ha recibido propinas de cuanto hombre de negocio ha mercado en la Nación, y forma parte de los sindicatos organizados para las grandes especulaciones, sin haber introducido capital ni idea propia, sino la influencia y los medios que la Constitución ponía en sus manos para la mejor administración del Estado. En cuatro años de gobierno se ha hecho millonario, y su fortuna acumulada por tan torpes medios se exhibe en bienes valiosísimos cuya adquisición se ha anunciado por la prensa. Su participación en los negocios administrativos es notoria, pública y confesada. Los presentes que ha recibido, sin noción de la delicadeza personal, suman cientos de miles de pesos y constan en escrituras públicas, porque los regalos no se han limitado a objetos de arte o de lujo; han llegado a donaciones de bienes territoriales, que el público ha denunciado como la remuneración de favores oficiales.
Puede decirse que el ha vivido de los bienes del Estado y que se ha servido del erario público para constituirse un patrimonio propio.
Su clientela le ha imitado; sujetos sin profesión, sin capital, sin industria, han esquilmado los Bancos del Estado, se han apoderado de las tierras públicas, han negociado concesiones de ferrocarriles y puertos y se han hecho pagar su influencia con cuantiosos dineros.
En el orden público ha suprimido el sistema representativo hasta constituir un congreso unánime sin discrepancia de opiniones, en el que únicamente se discute el modo de caracterizar mejor la adhesión personal, la sumisión y la obediencia pasiva.
El régimen federativo ha sido escarnecido; los gobernadores de provincia, salvo rara excepción, son sus lugartenientes; se eligen, mandan, administran y se suceden según su antojo: rendidos a su capricho. Mendoza ha cambiado en horas de gobernador como en los tiempos revueltos de la anarquía. Tucumán presenció una jornada de sangre, fraguada por la intriga para incorporarla al sistema del monopolio político; ha habido elección de gobernador que no ha sido otra cosa que un simple acto de comercio. Entre Ríos, bajo la ley marcial, acaba de recibir la imposición de un candidato resistido por la opinión pública. Córdoba ha sido el escenario de un Juicio político inventado para arrojar del gobierno a un hombre de bien: hoy día es un aduar; la sociedad sobrecogida vive con los sobresaltos de los tiempos, de Bustos y Quiroga. Las demás provincias argentinas están reducidas a feudos: Salta, la noble provincia del norte, ha sido enfeudada y enfeudadas están igualmente al Presidente, Santiago y Corrientes, La Rioja, Jujuy, San Luis y Catamarca. Jamás argentino alguno ejerció mando más ofensivo ni más deprimente para las leyes de una Nación libre.
En el orden financiero los desastres, los abusos, los escándalos, se cuentan por días. Se ha hecho emisiones clandestinas para que el Banco Nacional pague dividendos falsos, porque los especuladores oficiales habían acaparado las acciones y la crisis sorprendió antes de que pudieran recoger el botín. El ahorro de los trabajadores y los depósitos del comercio se han distribuido con mano pródiga en el círculo de los favoritos del poder que han especulado por millones y han vivido en el fausto sin revelar el propósito de cumplir jamás sus obligaciones.
La deuda pública se ha triplicado, los títulos a papel se han convenido, sin necesidad, en títulos a oro, aumentando inconsiderablemente las obligaciones del país con el extranjero; se ha entregado a la especulación más de cincuenta millones de pesos oro que había producido la venta de los fondos públicos de los Bancos garantidos, y hoy día la Nación no tiene una sola moneda metálica y está obligada al ser vicio en oro de más de ochenta millones de títulos emitidos para ese fin; se vendieron los ferrocarriles de la Nación para disminuir la deuda pública, y realizada la venta se ha despilfarrado el precio; se enajenaron las obras de salubridad, y en medio de las sombras que rodean ese escándalo sin nombre, el pueblo únicamente ve que ha sido atado, por medio siglo, al yugo de una compañía extranjera, que le va a vender la salud a precio de oro; los Bancos garantidos se han desacreditado con las emisiones falsas; la moneda de papel está depreciada en doscientos por ciento y se aumenta la circulación con 35 millones de la emisión clandestina, que se legaliza, y con cien millones, que se disfrazan con el nombre de bonos hipotecarios, pero que son verdaderos papel moneda, porque tienen fuerza cancelatoria; cuando comienza la miseria se encarece la vida con los impuestos a oro; y después de haber provocado la crisis más intensa de que haya recuerdo en nuestra historia, ha estado a punto de entregar fragmentos de la soberanía para obtener un nuevo empréstito, que también se habría dilapidado, como se ha dilapidado todo el caudal del Estado.
Esta breve reseña de los agravios que el pueblo de la Nación ha sufrido, está muy lejos de ser completa. Para dar idea exacta sería necesario formular una acusación circunstanciada y prolija de los delitos públicos y privados que ha cometido el jefe del Estado contra las instituciones, contra el bienestar y el honor de los argentinos. El pueblo la hará un día y requerirá su castigo, no para calmar propósitos de venganza personal, sino para consagrar un ejemplo y para dejar constancia que no se puede gobernar la República sin responsabilidad y sin honor. Conocemos y medimos la responsabilidad que asumimos ante el pueblo de la Nación; hemos pensado en los sacrificios que demanda un movimiento en el que se compromete la tranquilidad pública y la vida misma de muchos de nuestros conciudadanos; pero el consejo de patriotas ilustres, de los grandes varones, de los hombres de bien, de todas las clases sociales, de todos los partidos, el voto íntimo de todas las provincias oprimidas, y hasta el sentimiento de los residentes extranjeros, nos empuja a la acción y sabemos que la opinión pública bendice y aclama nuestro esfuerzo, sean cuales fueren los sacrificios que demande.
El movimiento revolucionario en este día no es la obra de un partido político. Esencialmente popular e impersonal, no obedece ni responde a las ambiciones de círculo u hombre público alguno. No derrocamos el gobierno para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la voluntad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la República. El único autor de esta revolución, de este movimiento sin caudillo, profundamente nacional, larga, impacientemente esperada, es el pueblo de Buenos Aires que, fiel a sus tradiciones, reproduce en la historia una nueva evolución regeneradora que esperaban anhelosas todas las provincias argentinas.
El ejército nacional comparte con el pueblo las glorias de este día; sus armas se alzan para garantir el ejercicio de las instituciones. El soldado argentino es hoy día, como siempre, el defensor del pueblo, la columna más firme de la Constitución, la garantía sólida de la paz y de la libertad de la República. La Constitución es la ley suprema de la Nación, es tanto como la bandera, y el soldado argentino que la dejara perecer sin prestarle su brazo, alegando la obediencia pasiva, no seria un ciudadano armado de un pueblo libre, sino el instrumento o el cómplice de un soberano déspota.
El ejercito no mancha su bandera ni su honor militar, ni su bravura, ni su fama, con un motín de cuartel. Sus soldados, sus oficiales y sus jefes han debido cooperar y han cooperado a este movimiento, porque la causa del pueblo es la causa de todos; es la causa de los ciudadanos y del ejercito; porque la Patria está en peligro de perecer y porque es necesario salvarla de la catástrofe.
Su intervención contendrá la anarquía, impedirá desórdenes, garantizará la paz. Esa es su misión constitucional y no la tarea oscura, poco honrosa, de servir de gendarmería urbana para sofocar las libertades públicas. El período de la revolución será transitorio y breve; no durará sino el tiempo indispensable para que el país se organice constitucionalmente. El gobierno revolucionario presidirá la elección de tal manera que no se suscite ni la sospecha de que la voluntad nacional haya podido ser sorprendida, subyugada o defraudada. El elegido para el mando supremo de la Nación será el ciudadano que cuente con la mayoría de sufragios, en comicios pacíficos y libres, y únicamente quedarán excluidos como candidatos los miembros del gobierno revolucionario, que espontáneamente ofrecen al país esta garantía de su imparcialidad y de la pureza de sus propósitos.
La Junta Revolucionaria no necesita decir al pueblo de la Nación y a las naciones extrañas los motivos de la revolución, ni detallar cronológicamente todos los desaciertos, todos los abusos, todos los delitos, todas las iniquidades de la administración actual.
El país entero está fuera de quicio, desde la Capital hasta Jujuy.
Las instituciones libres han desaparecido de todas partes: no hay República, no hay sistema federal, no hay gobierno representativo, no hay administración, no hay moralidad. La vida política se ha convertido en industria lucrativa.
El Presidente de la República ha dado el ejemplo, viviendo en la holgura, haciendo la vida de los sátrapas con un menosprecio inaudito por el pueblo y con una falla de dignidad que cada día se ha hecho más irritante. Ni en Europa ni en América podía encontrarse en estos tiempos un gobierno que se le parezca; la codicia ha sido su inspiración, la corrupción ha sido su medio. Ha extraviado la conciencia de muchos hombres con las ganancias fáciles e ilícitas, ha envilecido la administración del Estado obligando a los funcionarios públicos a complacencias indebidas y ha pervertido las costumbres públicas y privadas prodigando favores que representan millones.
El mismo ha recibido propinas de cuanto hombre de negocio ha mercado en la Nación, y forma parte de los sindicatos organizados para las grandes especulaciones, sin haber introducido capital ni idea propia, sino la influencia y los medios que la Constitución ponía en sus manos para la mejor administración del Estado. En cuatro años de gobierno se ha hecho millonario, y su fortuna acumulada por tan torpes medios se exhibe en bienes valiosísimos cuya adquisición se ha anunciado por la prensa. Su participación en los negocios administrativos es notoria, pública y confesada. Los presentes que ha recibido, sin noción de la delicadeza personal, suman cientos de miles de pesos y constan en escrituras públicas, porque los regalos no se han limitado a objetos de arte o de lujo; han llegado a donaciones de bienes territoriales, que el público ha denunciado como la remuneración de favores oficiales.
Puede decirse que el ha vivido de los bienes del Estado y que se ha servido del erario público para constituirse un patrimonio propio.
Su clientela le ha imitado; sujetos sin profesión, sin capital, sin industria, han esquilmado los Bancos del Estado, se han apoderado de las tierras públicas, han negociado concesiones de ferrocarriles y puertos y se han hecho pagar su influencia con cuantiosos dineros.
En el orden público ha suprimido el sistema representativo hasta constituir un congreso unánime sin discrepancia de opiniones, en el que únicamente se discute el modo de caracterizar mejor la adhesión personal, la sumisión y la obediencia pasiva.
El régimen federativo ha sido escarnecido; los gobernadores de provincia, salvo rara excepción, son sus lugartenientes; se eligen, mandan, administran y se suceden según su antojo: rendidos a su capricho. Mendoza ha cambiado en horas de gobernador como en los tiempos revueltos de la anarquía. Tucumán presenció una jornada de sangre, fraguada por la intriga para incorporarla al sistema del monopolio político; ha habido elección de gobernador que no ha sido otra cosa que un simple acto de comercio. Entre Ríos, bajo la ley marcial, acaba de recibir la imposición de un candidato resistido por la opinión pública. Córdoba ha sido el escenario de un Juicio político inventado para arrojar del gobierno a un hombre de bien: hoy día es un aduar; la sociedad sobrecogida vive con los sobresaltos de los tiempos, de Bustos y Quiroga. Las demás provincias argentinas están reducidas a feudos: Salta, la noble provincia del norte, ha sido enfeudada y enfeudadas están igualmente al Presidente, Santiago y Corrientes, La Rioja, Jujuy, San Luis y Catamarca. Jamás argentino alguno ejerció mando más ofensivo ni más deprimente para las leyes de una Nación libre.
En el orden financiero los desastres, los abusos, los escándalos, se cuentan por días. Se ha hecho emisiones clandestinas para que el Banco Nacional pague dividendos falsos, porque los especuladores oficiales habían acaparado las acciones y la crisis sorprendió antes de que pudieran recoger el botín. El ahorro de los trabajadores y los depósitos del comercio se han distribuido con mano pródiga en el círculo de los favoritos del poder que han especulado por millones y han vivido en el fausto sin revelar el propósito de cumplir jamás sus obligaciones.
La deuda pública se ha triplicado, los títulos a papel se han convenido, sin necesidad, en títulos a oro, aumentando inconsiderablemente las obligaciones del país con el extranjero; se ha entregado a la especulación más de cincuenta millones de pesos oro que había producido la venta de los fondos públicos de los Bancos garantidos, y hoy día la Nación no tiene una sola moneda metálica y está obligada al ser vicio en oro de más de ochenta millones de títulos emitidos para ese fin; se vendieron los ferrocarriles de la Nación para disminuir la deuda pública, y realizada la venta se ha despilfarrado el precio; se enajenaron las obras de salubridad, y en medio de las sombras que rodean ese escándalo sin nombre, el pueblo únicamente ve que ha sido atado, por medio siglo, al yugo de una compañía extranjera, que le va a vender la salud a precio de oro; los Bancos garantidos se han desacreditado con las emisiones falsas; la moneda de papel está depreciada en doscientos por ciento y se aumenta la circulación con 35 millones de la emisión clandestina, que se legaliza, y con cien millones, que se disfrazan con el nombre de bonos hipotecarios, pero que son verdaderos papel moneda, porque tienen fuerza cancelatoria; cuando comienza la miseria se encarece la vida con los impuestos a oro; y después de haber provocado la crisis más intensa de que haya recuerdo en nuestra historia, ha estado a punto de entregar fragmentos de la soberanía para obtener un nuevo empréstito, que también se habría dilapidado, como se ha dilapidado todo el caudal del Estado.
Esta breve reseña de los agravios que el pueblo de la Nación ha sufrido, está muy lejos de ser completa. Para dar idea exacta sería necesario formular una acusación circunstanciada y prolija de los delitos públicos y privados que ha cometido el jefe del Estado contra las instituciones, contra el bienestar y el honor de los argentinos. El pueblo la hará un día y requerirá su castigo, no para calmar propósitos de venganza personal, sino para consagrar un ejemplo y para dejar constancia que no se puede gobernar la República sin responsabilidad y sin honor. Conocemos y medimos la responsabilidad que asumimos ante el pueblo de la Nación; hemos pensado en los sacrificios que demanda un movimiento en el que se compromete la tranquilidad pública y la vida misma de muchos de nuestros conciudadanos; pero el consejo de patriotas ilustres, de los grandes varones, de los hombres de bien, de todas las clases sociales, de todos los partidos, el voto íntimo de todas las provincias oprimidas, y hasta el sentimiento de los residentes extranjeros, nos empuja a la acción y sabemos que la opinión pública bendice y aclama nuestro esfuerzo, sean cuales fueren los sacrificios que demande.
El movimiento revolucionario en este día no es la obra de un partido político. Esencialmente popular e impersonal, no obedece ni responde a las ambiciones de círculo u hombre público alguno. No derrocamos el gobierno para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la voluntad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la República. El único autor de esta revolución, de este movimiento sin caudillo, profundamente nacional, larga, impacientemente esperada, es el pueblo de Buenos Aires que, fiel a sus tradiciones, reproduce en la historia una nueva evolución regeneradora que esperaban anhelosas todas las provincias argentinas.
El ejército nacional comparte con el pueblo las glorias de este día; sus armas se alzan para garantir el ejercicio de las instituciones. El soldado argentino es hoy día, como siempre, el defensor del pueblo, la columna más firme de la Constitución, la garantía sólida de la paz y de la libertad de la República. La Constitución es la ley suprema de la Nación, es tanto como la bandera, y el soldado argentino que la dejara perecer sin prestarle su brazo, alegando la obediencia pasiva, no seria un ciudadano armado de un pueblo libre, sino el instrumento o el cómplice de un soberano déspota.
El ejercito no mancha su bandera ni su honor militar, ni su bravura, ni su fama, con un motín de cuartel. Sus soldados, sus oficiales y sus jefes han debido cooperar y han cooperado a este movimiento, porque la causa del pueblo es la causa de todos; es la causa de los ciudadanos y del ejercito; porque la Patria está en peligro de perecer y porque es necesario salvarla de la catástrofe.
Su intervención contendrá la anarquía, impedirá desórdenes, garantizará la paz. Esa es su misión constitucional y no la tarea oscura, poco honrosa, de servir de gendarmería urbana para sofocar las libertades públicas. El período de la revolución será transitorio y breve; no durará sino el tiempo indispensable para que el país se organice constitucionalmente. El gobierno revolucionario presidirá la elección de tal manera que no se suscite ni la sospecha de que la voluntad nacional haya podido ser sorprendida, subyugada o defraudada. El elegido para el mando supremo de la Nación será el ciudadano que cuente con la mayoría de sufragios, en comicios pacíficos y libres, y únicamente quedarán excluidos como candidatos los miembros del gobierno revolucionario, que espontáneamente ofrecen al país esta garantía de su imparcialidad y de la pureza de sus propósitos.
Por la Junta Revolucionaria.
L. N. ALEM, A. del Valle, M. Domaría, M. Goyena,
Juan José Romero, Lucio V. López
El sábado 26 de julio, entre las 4 de la madrugada (aún de noche) y las 8:00, las tropas de ambos bandos tomaron posiciones. El centro de los enfrentamientos estuvo ubicado en las plazas Lavalle y Libertad y en las calles adyacentes, pertenecientes al barrio de San Nicolás. A ello hay que sumarle la acción militar de la flota naval, también sublevada. El levantamiento armado comenzó en la madrugada del sábado 26 de julio de 1890.
A
las 4:00, Alem al mando de un regimiento cívico armado tomó el estratégico
Parque de Artillería de la Ciudad de Buenos Aires, actual Plaza Lavalle (donde
hoy se levanta el edificio de la Corte Suprema de Justicia), ubicado 900 metros de la casa de
gobierno, frente a las obras recién iniciadas del Teatro Colón.
Simultáneamente,
desde Palermo, en la zona norte de la ciudad:
- El coronel Figueroa con la ayuda del coronel Mariano Espina sublevaron el Regimiento 9º de Infantería, ayudados por una extraña orden impartida al Regimiento 11º de Caballería, que lo vigilaba, de salir a practicar tiro a la madrugada. La orden ha sido atribuida a Roca.
- Aristóbulo del Valle e Hipólito Yrigoyen lograron sublevar a los cadetes del Colegio Militar;
- El general Manuel J. Campos sublevó el Batallón 10º de Infantería donde estaba detenido;
- Los capitanes Manuel Roldán y Luis Fernández sublevaron el estratégico Regimiento 1º de Artillería, con sus nuevos cañones Krupp 75 al mando del mayor Ricardo Day.
Todas
estas tropas se reunieron y marcharon juntas como Columna Norte hacia el Parque
de Artillería donde llegaron aproximadamente a las 6:00. Allí también
concurrieron otros cuerpos militares rebeldes y cientos de milicianos
"cívicos", sumando unos 1.300 soldados, alrededor de 2.500
milicianos, y toda la artillería existente en la capital. Por
su parte, desde el Sur, se sublevó el 5º Batallón de Infantería, ubicado cerca
de la estación Constitución, en la calle Garay y Sarandí, marchando también
hacia el Parque, al mando del comandante Ruiz y el mayor Bravo.
Embarque de tropas de línea para la campaña del desierto en el ARA “Villarino” (dibujo de Fortuna, c.1884, AGN) |
También
durante la madrugada, el teniente de navío Eduardo O'Connor sublevó la mayor
parte de la escuadra naval ubicada en el puerto de la Boca del Riachuelo, al
sur de la Casa Rosada. Los buques revolucionarios fueron el crucero Patagonia,
buque insignia, el Villarino, el ariete torpedera Maipú, y el monitor Los
Andes. El control de la flota llevó un tiempo porque hubo un cruento
enfrentamiento armado en la Maipú, y porque el almirante leal Cordero, logró
maniobrar con el acorazado los Andes para entorpecer las acciones de los
revolucionarios, hasta que la propia tropa del buque se amotinó y lo detuvo.
Finalmente
las tropas revolucionarias contaban con el apoyo de civiles armados organizados
en "milicias cívicas". La mayor parte de los milicianos civiles se
sumaron a los cantones donde se ponían al mando del comandante de cada cantón.
Sin embargo el cuerpo principal de las milicias cívicas estaba formado por la
Legión Ciudadana, que reunía a unos 400 combatientes y estaba al mando de
Fermín Rodríguez, Presidente del Club Independiente de la Concepción y miembro
de la Junta Ejecutiva de la Unión Cívica; Emilio Gouchón era el Segundo Jefe.
La Legión Cíudadana estaba organizada en cinco batallones, al mando de José S.
Arévalo, Enrique S. Pérez, José Camilo Crotto (quien años más tarde sería
gobernador de la Provincia de Buenos Aires por la UCR), Francisco Ramos y José
L. Caro, respectivamente.
Durante
la Revolución se formó también otro cuerpo organizado de milicianos, el Batallón
de Cívicos Buenos Aires, formado y comandado por el coronel Dr. Juan José
Castro y como segundo jefe el Comandante Pedro Campos. El Batallón Buenos Aires
estaba organizado con una plana mayor, seis compañías de granaderos, una
compañía de cazadores, y cuatro compañías de cívicos adicionales. Por
su parte las tropas leales comenzaron a agruparse desde muy temprano también,
debido a que varios funcionarios del gobierno se enteraron a primera hora de la
sublevación.
Alem con los seis amigos fieles, en la trinchera de la calle Lavalle y Talcahuano, durante la Revolución de 1890 |
El
sitio principal donde se concentraron las fuerzas del gobierno fue el Retiro,
en la zona noreste de la ciudad. Allí existía un importante cuartel en el lugar
en que hoy se encuentra la Plaza San Martín. Además allí se encontraba la
terminal de ferrocarril de Retiro, estratégica para traer las tropas ubicadas
en las provincias. En Retiro instalaron desde las 6:00 los hombres clave del
gobierno: el presidente Miguel Juárez Celman, el vicepresidente Carlos
Pellegrini, el Presidente del Senado Julio A. Roca, el Ministro de Guerra
General Nicolás Levalle, quien tomaría el mando directo de las tropas leales, y
el Jefe de Policía Coronel Alberto Capdevila.
Debido
a que toda la artillería había quedado en manos rebeldes, Levalle hizo llevar
al Retiro tres pequeños cañones que se encontraban en la base de la Prefectura
del puerto del Riachuelo y se utilizaban para salvas y otro utilizado para
prácticas en el Colegio Militar. Por
otra parte, unos 3.000 agentes de policía se concentraron en el Departamento de
Policía, en el límite sudoeste del barrio Monserrat, en las actuales calles
Moreno y Virrey Cevallos. La Casa Rosada quedó básicamente indefensa, custodiada
por algunos policías.
Una
vez que el gobierno se encontró reunido en el cuartel de Retiro, Pellegrini y
Roca recomendaron que el presidente Juárez Celman saliera de Buenos Aires en
dirección a Campana. Juárez Celman se opuso, imaginando con razón una conspiración
interna, pero la unanimidad del gabinete no le dio margen para sostener su
posición. De ese modo el mando político quedó en manos de Pellegrini y Roca.
A
primera mañana llegó al Parque el comandante de la Policía Ramón Falcón a tomar
el mando de las tropas policiales que lo resguardaban, quedando detenido por
los revolucionarios. Varios años después Falcón sería designado Jefe de Policía
y ordenaría una sangrienta represión contra una marcha sindical, para luego
morir asesinado en un atentado anarquista.
Entre las 8:30 y las 9:00, se produjo un fuerte tiroteo en Paraná y Corrientes. Al mismo tiempo, dos numerosas columnas de policías de 100 hombres cada una dirigidos por el mayor Toscano, atacaron las posiciones rebeldes sobre la calle Cerrito, por Viamonte y por Lavalle. En este último caso los policías conducidos por el comisario Sosa intentaron llegar a la Plaza Lavalle en tres tranvías.
El
ataque fue rechazado por varios batallones del 9º de Infantería al mando del
coronel Espina, quien discrepaba abiertamente con la actitud pasiva de General
Campos, con apoyo de las milicias desde los cantones cívicos y las barricadas,
y la artillería ubicada en Plaza Lavalle. Los combates causaron gran cantidad
de bajas en ambos bandos. Entre los heridos estaba el propio jefe de Policía,
coronel Capdevila.
La
flota sublevada, aunque con graves problemas de comunicación con los jefes
rebeldes en el Parque, zarpó de su base en la boca del Riachuelo, se ubicó
detrás de la Casa Rosada y comenzó a bombardear al azar el cuartel de Retiro,
el Cuartel de Policía y la zona aledaña al sur de la ciudad, y la Casa Rosada.
En dos días dispararían 154 obuses sobre la ciudad. La
efectividad del ataque de la flota se redujo porque, por un lado careció de
posibilidades de verificar los blancos y coordinarlos con las tropas de tierra.
Por otra parte, los barcos de guerra extranjeros que se hallaban en el puerto
de Buenos Aires, sobre todo el de la nave Tulapoose de Estados Unidos,
intimaron a la flota rebelde el cese del bombardeo de la ciudad. Por esta
acción los marinos norteamericanos serían luego condecorados por el gobierno
argentino.
Poco
después, a media mañana, el general Levalle personalmente, organizó una gran
fuerza integrada por caballería, infantería y policía, y partió de Retir a
través de Santa Fe y luego por Cerrito. El entrar en la Plaza Libertad, las
tropas del gobierno recibieron un fuerte ataque desde los cantones cívicos
ubicados sobre la calle Paraguay y el campanario de la Iglesia de las Victorias
(esquina Paraguay y Libertad). La caballería del gobierno atacó los cantones,
pero sufrieron grandes bajas y las fuerzas se desbandaron. Se ha estimado en
más de 300 muertos y heridos solamente en las filas oficiales. El propio
Levalle fue tirado de su caballo.
Por
otra parte los cañones en poder de los rebeldes bombardearon sistemáticamente
las posiciones del gobierno. Al
comenzar la tarde los revolucionarios al mando del subteniente Balaguer se
disponían a ocupar la Plaza Libertad. En ese momento el general Campos tomó
otra discutida decisión ordenándole al subteniente José Félix Uriburu que
llevara la orden de suspender inmediatamente la ofensiva y volver al Parque. Una
vez más, la decisión de Campos permitió a las fuerzas del gobierno
reorganizarse y tomar la Plaza Libertad durante la tarde, donde instalaron el
cuartel general y el propio Carlos Pellegrini su despacho.
Poco
después, las fuerzas del gobierno, impedidas de avanzar por la calle Libertad o
Talcahuano hacia Plaza Lavalle debido al enorme Cantón del Palacio Miró y los
cañones dirigidos por Day, tomaron una audaz decisión de atravesar las manzanas
que se encontraban frente a la Plaza Libertad por el medio. De ese modo
pudieron llegar hasta la esquina de Viamonte y Libertad y establecerse frente
al Cantón del Palacio Miró y en la esquina noreste de la Plaza Lavalle,
instalando allí también uno de los cañones. De este modo el centro de los
enfrentamientos se trasladó a la plaza Lavalle que se convirtió en un gran
campo de batalla.
Tomada
esa posición, Levalle ordenó otro avance por la calle Talcahuano contra las
posiciones revolucionarias en la Plaza Lavalle. Descubiertos por los cantones
ubicados sobre la calle Talcahuano (el cantón general Mitre, el del Palacio
Miró y el de la Escuela Avellaneda), las tropas del gobierno sufrieron un
enérgico ataque por parte del batallón encabezado por el coronel Espina y apoyado
por los cañones del mayor Day. Las fuerzas leales fueron completamente
diezmadas. Fue en este combate en el que murieron gran parte de los soldados y
milicianos que defendían el Cantón de la Escuela Avellaneda, entre ellos el
coronel Julio Campos, hermano del jefe revolucionario, quien además era el
encargado de llevar las armas para las tropas sublevadas en la ciudad de La
Plata.
El lugar fue conocido con el nombre de "Esquina de la Muerte".
Asimismo, entre los combatientes muertos del Cantón General Mitre, en
Talcahuano y Córdoba, estuvo el niño N. Díaz, tambor de órdenes de las tropas
revolucionarias. En
esas condiciones cayó la noche y los combates prácticamente cesaron. Los
revolucionarios aprovecharon la noche para consolidar sus posiciones y extender
los cantones. El
día 27 de julio amaneció con una densa niebla. A primera hora el general
Levalle volvió a ordenar un ataque de las tropas del gobierno contra las
posiciones revolucionarias por la calle Talcahuano. Las tropas leales avanzaron
entonces cubriéndose con fardos de pasto.
El
"Cantón Bartolomé Mitre", ubicado en Córdoba y Talcahuano fue el
punto crucial del combate durante más de dos horas. Finalmente, las baterías
del mayor Day, que había colocado un segundo cañón sobre Talcahuano, definieron
el combate causando gran cantidad de muertos. En
esas circunstancias el Coronel Mariano Espina, desatendiendo las órdenes de
Campos, contraatacó por la misma calle Talcahuano, con la intención de atacar
la Plaza Libertad por el flanco izquierdo. La lucha se hizo cuerpo a cuerpo
utilizando las bayonetas, y tomando casa por casa las posiciones leales, con el
apoyo de la artillería de Day.
A
las 10:00, la batalla estaba en su apogeo cuando sonaron los clarines de ambos
bandos ordenando el cese del fuego.
Aniversario de la Revolución de 1890. Marcha de la UCR por la Av. Alvear hacia el Cementerio de la Recoleta. Año 1901. |
La
cantidad de víctimas causadas por la Revolución del 90 nunca ha sido bien
establecida. Distintas fuentes hablan desde 150 hasta 300 muertos, o en forma
indiscriminada de 1.500 bajas sumando muertos y heridos. En
el Cementerio de la Recoleta se levantó un panteón en memoria de los caídos en
la Revolución del Parque. Desde entonces, cada año, la Unión Cívica Radical
realizaba una marcha de fuerte contenido político desde el centro de la ciudad
hasta el panteón.
En
el Panteón de los Caídos en la Revolución del Parque se encuentran enterrados
también Leandro Alem y los presidentes radicales Hipólito Yrigoyen, Arturo
Illia y Raul Alfonsín.
Documental "Historias de un País"
LA REVOLUCION DE 1893
Ante
la evidencia del apoyo popular que tenía la Unión Cívica Radical, una semana
antes de las elecciones, el 2 de abril de 1892, el presidente Carlos Pellegrini
denunció falsamente un complot radical para tomar el poder y asesinar a los
principales líderes oficialistas. Pellegrini decretó el estado de sitio y
detuvo a los principales líderes radicales, entre ellos Leandro Alem. En esas
condiciones represivas y sin la participación de la Unión Cívica Radical, se
realizaron las elecciones del 10 de abril en las que resultó elegido presidente
el candidato oficialista Luis Sáenz Peña por el Partido Autonomista Nacional.
Por
entonces, las características del régimen electoral argentino fundado en el
voto cantado, y las amplias facultades represivas con las que contaba el
Presidente de la Nación (intervención de provincias, estado de sitio, control
de las fuerzas armadas y de seguridad), condicionaban severamente las
posibilidades de acceso al poder mediante elecciones libres. Una
vez liberados los líderes radicales, y ante la evidencia de que el gobierno
nacional volvería a impedir por todos los medios su acceso al poder mediante
elecciones, la Unión Cívica Radical comenzó a reorganizarse y preparar un nuevo
levantamiento armado.
También
por entonces emergió con fuerza una fuerte oposición entre Alem y su sobrino,
Hipólito Yrigoyen, quien ya controlaba las fuerzas radicales en la Provincia de
Buenos Aires y desconfiaba de la capacidad de organización y negociación
política que había mostrado su su tío en los últimos años. La Unión Cívica
Radical se dividió entonces entre los rojos que apoyaban a Alem, y los líricos
que apoyaban a Yrigoyen. Finalmente,
en 1893 Aristóbulo del Valle, líder histórico de los cívicos y hermano de
acción política de Alem, debido a la debilidad del anciano presidente Luis
Sáenz Peña, se incorporó al gobierno nacional como Ministro de Guerra y las funciones
estratégicas de un primer ministro, incluyendo el mando de las tropas, lo que
ponía a la Unión Cívica Radical en inmejorables condiciones para acceder al
poder.
La primera insurrección: Yrigoyen
(julio-agosto)
La
Revolución se preparó entre Hipólito Yrigoyen y Aristóbulo del Valle a espaldas
de Alem. Yrigoyen y Del Valle compartían, en contra del resto de los radicales,
el convencimiento de que la UCR no debía tomar el poder nacional por medio de
un golpe de estado como el fallido de 1890 que interrumpiera la legalidad
constitucional, sino mediante insurrecciones provinciales, que llevaran a la
intervención de las provincias y la realización de elecciones libres. El
28 de julio comenzó la revolución en San Luis dirigida por Teófilo Saa. Los
revolucionarios tomaron rápidamente todas las reparticiones oficiales y
obligaron al gobernador a renunciar instalándose Saa como gobernador
provisorio.
El
30 de julio estalló la revolución en Santa Fe. Luego de varios días de luchas
sangrientas, finalmente derrotan al gobierno provincial, encabezado por el
gobernador del momento, el doctor Juan Manuel Cafferata (uno de los pocos
miembros del Partido Autonomista Nacional que había asumido al poder
legítimamente), y el 4 de agosto asume el gobierno el radical Mariano Candioti.
Entre los líderes revolucionarios se encontraba también Lisandro de la Torre. La
revolución en la provincia de Buenos Aires, dirigida por Hipólito Yrigoyen, fue
la mejor organizada y la más poderosa.4 Se inició en la madrugada del 30 de
julio simultáneamente en 82 ciudades. El ejército radical llegó a contar con
8.000 hombres bien armados,5 bajo el mando directo de Marcelo T. de Alvear
primero y de Martín Yrigoyen, después. El cuartel general en se había instalado
en Temperley, en las proximidades de la ciudad de Buenos Aires. La revolución
triunfó en todas partes en la provincia. El día 8 de agosto tomó la capital e instaló
como gobernador provisorio a Juan Carlos Belgrano.
Cuando
ya se celebraba el triunfo de la revolución, sus dirigentes cometen errores
garrafales que la llevaron a la derrota. En primer lugar, Aristóbulo del Valle,
el hombre fuerte del gobierno entonces, se negó a dar un golpe de estado y
desplazar al presidente Sáenz Peña, como le reclamaba Leandro Alem y el grueso
de los dirigentes radicales, aunque contaba con el apoyo de Yrigoyen quien
también se oponía a tomar el poder nacional mediante un golpe de estado. Del
Valle se negaba a violar la Constitución y preparó un plan legal, por el cual
intervenía las principales provincias y garantizaba elecciones libres. El
Senado aprobó las intervenciones, pero la Cámara de Diputados no, y de ese modo
hizo fracasar el plan de Aristóbulo del Valle. El
segundo error garrafal se produjo cuando Hipolíto Yrigoyen liberó a Carlos
Pellegrini, uno de los líderes clave del autonomismo oficialista, que había
sido apresado en Haedo por los revolucionarios. Una vez liberado, Pellegrini se
dirigió a la capital y reorganizó las fuerzas del oficialismo.
Finalmente,
el tercer error garrafal se produjo cuando, inexplicablemente, Aristóbulo del
Valle decidió abandonar la Casa Rosada y dirigirse a Temperley donde estaba
acampado el ejército radical revolucionario para estar presente en el momento
de la entrega de las armas. Pero el 11 de agosto, con Aristóbulo del Valle
ausente de la casa de gobierno, Pellegrini y Roca aprovechan astututamente los
proyectos de intervención que aquel había mandado al Congreso, para hacer
aprobar la intervención de las provincias de Buenos Aires, San Luis y Santa Fe,
ahora en poder de gobiernos revolucionarios.
Cuando
el radicalismo se enteró de la intervención, la única alternativa era que
Aristóbulo del Valle diera un golpe de estado, desconociera la ley del Congreso
y marchara a Buenos Aires con el ejército radical. Alem se lo pidió
encarecidamente. Pero entonces predominaron los principios legales de
Aristóbulo del Valle y presentó su renuncia al gabinete el 12 de agosto, siendo
reemplazado por el roquista Manuel Quintana. El
25 de agosto el Comité Provincia de la Unión Cívica Radical decidió entregar
las armas. La revolución había sido vencida, aparentemente.
La segunda insurrección: Alem (agosto-septiembre)
El
14 de agosto de 1893, dos días después de la renuncia de Aristóbulo del Valle,
hubo un levantamiento en Corrientes que derrocó al gobernador, y fue
inmediatamente intervenida, aunque el levantamiento persistió. Leandro Alem
consideró entonces que la revolución lejos de estar vencida, estaba esperando
un levantamiento masivo y decidió iniciarlo desde Rosario. Sin embargo,
Hipólito Yrigoyen consideró que el movimiento era puramente emocional y negó el
apoyo del radicalismo de la provincia de Buenos Aires a esta segunda etapa de
la Revolución de 1893. El resto del radicalismo consideró esta posición de
Yrigoyen como una traición.
La
segunda insurrección encabezada por Alem estaba deficientemente organizada y
carecía de plan. El 7 de septiembre el comandante radical Bello sublevó sus
tropas en Tucumán e impuso un gobierno revolucionario al mando del Eugenio
Méndez. El gobierno nacional decidió responder con firmeza y envió un poderoso
ejército al mando de Carlos Pellegrini que obtuvo la rendición de los revolucionarios
el 25 de septiembre.
El
24 de septiembre Mariano Candioti con un ejército cívico-militar volvió a
levantarse en armas en la Ciudad de Santa Fe y luego de dos días de combate
fueron derrotados. Ese mismo día Alem llegó a Rosario escondido en un buque de
carga. La población lo recibió como un héroe y fue proclamado presidente de la
Nación en una gran asamblea popular. Inmediatamente se organizó un ejército
popular de 6.000 hombres, aunque escaso de armas. En el puerto de Rosario, el
buque "ARA Los Andes" de la Armada, al mando del teniente de fragata
Gerardo Valotta se plegó a la revolución y participó en el Combate naval de el
Espinillo donde se enfrentó al Capitán Manuel García Mansilla, lo mismo hizo la
torpedera Murature en el Tigre, que fue destruida por las tropas leales al
gobierno.
El desenlace
Vencida
la revolución en todo el país, las tropas del gobierno nacional, al mando del
general Roca se concentraron sobre Rosario y Alem. El buque revolucionario Los
Andes, al mando del teniente de fragata Gerardo Valotta, salió a enfrentar los
buques que traían el ejército leal por el río Paraná; en el combate naval de El
Espinillo fue vencido por el acorazado Independencia y la cañonera Espora.
La
situación de Leandro Alem se volvió desesperada. Roca amenazó con bombardear la
ciudad si los revolucionarios no se rendían. Haciendo gala de su
intransigencia, Alem decidió inicialmente resistir a todo trance, pero las
mujeres y las comisiones de vecinos le piden que salve a la Ciudad. Alem
decidió entonces no combatir y permitir que las tropas del gobierno
reconquisten Rosario. El 1 de octubre Alem fue capturado y encerrado con
cientos de revolucionarios. "Que valiente este pueblo del Rosario",
se le oye musitar "...Acá nadie se ha rendido, ni nada se ha perdido: Cada
uno a su casa, guardando bien las armas", fue el consejo final que les
daba a sus combatientes. Permanecerá preso durante 6 meses.
Leandro Alem |
LA REVOLUCIÓN DE 1890 EN MAR DEL PLATA
Las primeras referencias que se tienene de la revolución acá en Mar del Plata son algunos hechos aislados que se sucedieron en el año 1890. El Sr Giuseppe Galeppi que fue pescador en la misma época que el Negro Pescador y participó en la toma de la comisaría por el “Batallón Radical”, en 1890, junto a Guillermo El Inglés y creo que existe una fotografía en donde El Ingles está con un sable, Galeppi, Ventura, Catuogno, Del’Ollio y Dumont entre otros.
Antiguos guardavidas de Mar del Plata. A la izquierda El Negro Pescador. Enviada por José Alberto Lago |
En la memoria de algunos viejos marplatenses había quedado el
recuerdo de Guillermo Bevan, por otro nombre Guillermo el Inglés, que
algunos daban como sobreviviente del naufragio de un barco de aquella
nacionalidad en nuestras costas.
Quizás se trate de una superposición de hechos verdaderos con alguna cuota de fantasía; pero de cualquier modo que hubiere sido, ese nombre ha llegado hasta hoy. El 28 de julio de 1890 estalló en Buenos Aires la llamada, precisamente, Revolución del ’90, hecho que acabó con la presidencia de Miguel Juárez Celman y elevó a ese cargo al vicepresidente, Carlos Pellegrini.
Pocos eran los marplatenses del momento -el censo de 1895 fijaría en unos 5.000 habitantes la población de aquel pequeño poblado-, pero algunos recordaban el hecho y sus detalles llegaron hasta nuestros días transmitidos de los viejos a los jóvenes durante los 125 años que nos separan de aquel momento.
Y así quedó el recuerdo de algunos hombres con la boina blanca que distinguía a los radicales que desfilaron por la caIle San Martín y llegaron hasta la primitiva Rambla, en la que les fue tomada una fotografía. Esos hombres eran casi todos extranjeros y entre ellos estaba -con un sable- Guillermo Bevan. Por otro nombre, Guillermo el Inglés.
Debe recordarse que durante la Revolución del Parque estaba en la comuna el primer Intendente Municipal despuès de la sanciòn de la Ley Orgànica que fue el Sr. Fortunato de la Plaza, quien desde 1887 a 1890 ocupó dicho cargo.
LA REVOLUCIÓN DE 1893 EN MAR DEL PLATA
Las revoluciones que estallaron en el país y la provincia, tuvieron eco en Mar del Plata. Es así como la lucha de los radicales contra el gobierno del señor Julio A. Costa, en 1893, dio lugar a episodios poco conocidos —prácticamente desconocidos—. que vamos a historiar consultando los sucesos con la magnífica narración del señor Luis Ricardo Fors en su libro "Levantamiento, Revolución y Desarme de la Provincia de Buenos Aires" publicado en el año 1895.
La revolución de 1893 estalló el 29 de julio con la toma por los radicales de Saladilla y su Partido. En la zona sud este de la provincia actuó el doctor Jorge L. Dupuis, delegado del Comité Provincial en esta zona, quien se vio enfrentado a serias dificultades, resueltas con verdadero acierto. En la madrugada del 28 de julio salió de Buenos Aires en dirección a Maipú y Mar del Plata, sin recursos de ninguna naturaleza. Le acompañaron voluntariamente sus amigos ing. Pedro Prud'homme y el señor Federico Mariani. Para eludir la acción del comisario de Maipú, debió dirigirse a Arbolito y en seguida a Mar del Plata. Dos días permaneció aquí y después, dejando a sus abnegados amigos con instrucciones especiales, se trasladó a Arbolito, donde debía recibir apoyo. Desistió de su propósito de apoderarse del tren que lo conducía, porque esa máquina regresó de inmediato a Mar del Plata.
Pero allí se plegaron al movimiento revolucionario el comisario de policía de Arbolito, Martín M. Ximenez y sus auxiliares Paulino Minaberrigaray y Leopoldo V. Sagastume, luego de hacer renuncia de sus cargos y entregar la Comisaría, armas y municiones al Oficial que mandaba la fuerza policial. La primera medida fue comprometer gente y armas en favor del movimiento. El Dr. Dupuis vio dificultada su acción por persistentes lluvias e intenso frío. El 2 de agosto recibió aviso de que el Dr. Enrique S. Pérez le enviaba una máquina desde Dolores, ya en poder de los revolucionarios.
Le ofrecieron su apoyo los jóvenes Samuel Quiroga, Manuel M. Laborde, Justo R. López, Juan Hiriart y Francisco Constantino, de Arbolito y Jorge D. Holterhoff, de Curralauquen, a los que se agregaron en la tarde de ese mismo día José Pereyra, Pedro Hiriart, Miguel Casal y Marcelino P. Caraña. de Piran. Con ese grupo ocupó la comisaría, luego de plegarse el jefe de las fuerzas policiales y sus hombres al movimiento revolucionario.
Hizo trasladar el Dr. Dupuis armas y municiones, a la Estación del F.C.Sud y a las 3, con sus voluntarios partió con rumbo a la Estación Camet, en busca de sus valientes compañeros Prud'homme y Mariani, que solos y sin armas se habían apoderado del telégrafo, cortando la comunicación con Mar del Plata y estableciéndola con el Dr. Dupuis en Arbolito. Llegó a Camet a medianoche y se informó de que Mar del Plata estaba fuertemente defendido, con fuerzas bien parapetadas y cinco veces mayor de las suyas.
No consideró prudente arriesgar la lucha y siguiendo las instrucciones se dirigió a Maipú, con sus acompañantes, no encontrando resistencia pues las fuerzas policiales habían sido enviadas a La Plata, para defenderla. El Dr. Dupuis se informó de que en algunos establecimientos rurales de la zona se reclutaba gente para atacar la Estación Piran y reforzar las posiciones en Mar del Plata. Ello lo decidió a emprender la acción destinada a tomar a esta ciudad.
He aquí el relato del Dr. Dupuis, entregado al señor Luis Ricardo Fors y transcripto integramente de su libro sobre la Revolución de 1893:
“Marché de Maipú en la noche del día 7 de agosto y llegué a la Estación Camet antes de aclarar. En ese punto conferencié con Félix Camet e Ing. Morón, por quienes adquirí un conocimiento exacto del estado de la plaza. Las fuerzas que la guarecían eran en doble número de las mías, bien armadas, bien municionadas, distribuidas en tres posiciones estratégicas, atrincheradas con bolsas de arena, con un cañoncito en la torre de la Iglesia, posición elevada y dominante. Las fuerzas del Partido de Alvarado al mando de su jefe el comandante Manuel C. Fernández, se habían incorporado a la defensa."
"El espíritu era excelente; los jefes y oficiales decididos, así como los soldados, adictos todos al gobierno de Costa. La lucha prometía ser tenaz, y en previsión, se habían instalado dos hospitales de sangre con todos los elementos necesarios bajo la bandera de la Cruz Roja. Antes de atacar y deseoso de evitar, en lo posible, la efusión de sangre, pasé una comunicación al coronel Don Fortunato de la Plaza, jefe de las fuerzas enemigas, invitándolo a cesar la resistencia.
El comisionado mío fue don Félix Camet, acompañado de mi ayudante el Capitán Arturo Fació. Las condiciones de que era portador eran: entrega de la plaza; desarme de todas las fuerzas y su reconcentración en la Intendencia; entrega de todo el armamento y municiones; la policía debía quedar armada guardando el orden hasta mi llegada para serme entregada; por mi parte garantizaba la vida e intereses de todos sin distinción alguna."
"Pocas horas después vino a conferenciar conmigo una comisión compuesta del coronel Fortunato de la Plaza, y señores Clemente Cayrol y Juan S. López Escribano. La entrevista tuvo lugar en la estancia "La Trinidad" de Félix Camet, a quien tengo que agradecer todos sus empeños y buenos oficios para evitar la efusión de sangre. En aquella entrevista me propuso el coronel de la Plaza neutralizar Mar del Plata hasta conocerse el resultado de la lucha. Si la Revolución triunfaba depondrían las armas y si lo contrario, acompañarían al gobierno de la provincia o se pondrían a las órdenes de la Intervención Nacional, que según él, sería decretada".
"Rechacé terminantemente esta proposición e insistí en la rendición inmediata. Entonces me declaró el señor de la Plaza que no había arreglo posible; que él y los demás jefes de la defensa querían permanecer leales y fieles al gobierno de Costa, siguiendo su suerte y que sólo se someterían por la fuerza; que estaban dispuestos a todo; que la resistencia se llevaría al último extremo y que no querían traicionar la confianza que el gobierno tenía en ellos. La actitud del coronel de la Plaza fue digna y caballeresca a tal grado, que al separarnos para ir a ocupar nuestros respectivos puestos, lo hicimos muy cordialmente y no pude menos que decirle que cualquiera que fuese la suerte que nos deparasen las armas, me felicitaba de haber conocido y estrechado la mano a un perfecto caballero."
"En esto Félix Camet empeñóse nuevamente conmigo para que el ataque se suspendiera por unas horas más, permitiéndole al coronel de la Plaza que en ese intervalo de tiempo, mandara un telegrama a Buenos Aires para averiguar la situación de La Plata. Accedió a esa petición y se convino en un armisticio hasta las 11 de la mañana del día siguiente, debiendo permanecer las fuerzas sin moverse de sus respectivas posiciones. Si a aquella hora la ciudad no se había entregado la atacaría inmediatamente, sin conceder ningún otro plazo y sin ningún aviso previo"
"Poco antes de las 11 del día 9 me avisaron que el cuerpo consular extranjero me pedía permiso para trasladarse a mi campo, para conferenciar conmigo a fin de evitar el ataque y solicitar una nueva suspensión de hostilidades. Contesté que no me era posible acceder por razones puramente militares, que no me permitían postergar o retrasar el ataque y que éste tendría lugar a la hora convenida, si antes no se entregaba la ciudad. No habiendo recibido contestación dé la defensa a las 11, me puse en marcha en son de ataque con los infantes y mandé un destacamento de tiradores a caballo, al mando del teniente 1° Zoilo Fernández, a ocupar el camino a Chapadmalal, para cortar las comunicaciones con Miramar"
"Mi objetivo fue la estación del F.C.Sud, ubicada en los suburbios de la ciudad, a unos dos kilómetros de los cantones principales de la defensa, posición importante que me propuse tomar como base de operaciones, tanto para asegurar mis comunicaciones por la vía férrea y recibir refuerzos, como para batirme en retirada, según las contingencias de la lucha. Aquella posición tenía otra ventaja y era la de que, en caso de ser rechazado en mi ataque, podía ponerme allí a la defensiva y sitiar por hambre la plaza, ocupando no sólo la estación, sino también los corrales de Abasto, que están próximos a ella"
"Convenidos el modo y forma del avance y ataque con el comandante Ximénez, hice desplegar en guerrilla una compañía de la Legión Voluntarios y marché con ella sobre la Estación donde se veía reunida mucha gente. Al llegar a ella vi venir una persona a todo galope: era el señor Camet, que venía lleno de júbilo a mi encuentro, anunciándome que las fuerzas de la gobernación se rendían aceptando mis condiciones. Venía tan contento el señor Camet, que me abrazó repetidas veces, felicitándome por el triunfo y lanzando entusiastas vivas a la Revolución Radical."
"Al ocupar la estación, que estaba llena de gente con boinas y divisas blancas, se me adelantó el mismo coronel de la Plaza a recibirme y a pedirme que no atacase, bastando que yo fuese sólo a la Intendencia para que se realizara la entrega. Me dirigí a la Intendencia a recibirme de todo, acompañado por el Coronel de la Plaza, el mayor Prud 'homme y Félix Camet, quedando el teniente coronel Ximénez disponiendo lo necesario para reconcentración y entrada del resto de las fuerzas. Una vez en la Intendencia Municipal, fueron cumplidas todas las condiciones de la capitulación y se me entregó la fuerza de policía armada, que puse enseguida bajo las órdenes del mayor Prud 'homme. Dueño de Mar del Plata, nombré al distinguido vecino Don Félix Camet, Intendente y Comandante Militar del Partido, confiando a su discreción y patriotismo el cuidado de nombrar funcionarios y organizar todos los servicios administrativos.”
He aquí el decreto que fue publicado por carteles junto con el manifiesto y que se registran también en los dos diarios de esta ciudad:
EL ECO Y EL PUEBLO
Al vecindario de Mar del Plata.
Habiendo cesado en sus puestos las autoridades locales y siendo necesario proceder a su reorganización, a fin de que los intereses y la seguridad personal de los ciudadanos nacionales y extranjeros sean garantizados; el jefe que suscribe.
Artículo 1: Nómbrase intendente y comandante militar de esta localidad al ciudadano D. Félix Camet con amplia facultad para organizar en la forma que crea más conveniente, las diferentes reparticiones públicas de ese Partido.
Artículo 2: Hágase saber y publíquese a sus efectos.
"Mandé al ciudadano Don Luis E. Guerra con una compañía a las órdenes del capitán Flock, de Interventor a Alvarado, con el cargo de tomar al jefe y fuerzas de aquel Partido que, violando el armisticio pactado, se habían retirado de Mar del Plata sin mi consentimiento, deponer las autoridades y nombrar Intendente y Comandante Militar de aquella localidad al honorable y prestigioso vecino don Federico Otamendi."
La expedición fue feliz y las fuerzas y armamentos de ese Partido fueron conducidos a Mar del Plata. El señor Otamendi aceptó el nombramiento dirigiendo al jefe de las fuerzas revolucionarias la siguiente comunicación:
Al Dr. Jorge L. Dupuis, Mar del Plata.
“Me es grato saludar al señor Dr. Dupuis, manifestándole que acepto con agrado !a honrosa misión para que he sido designado garantiéndole hacer de mi parte los más cruentos sacrificios a fin de llenar el fin deseado. En espera de que el señor Dr. quiera aceptar las seguridades de mi mayor estima, saludólo con mi consideración más distinguida”.
Tal es el relato hecho por el propio jefe revolucionario Dr. Jorge L. Dupuis, con claridad, con sencillez, con notable objetividad. Hasta con gran modestia. Una vez cumplidos los trámites que dejamos expuesto el Dr. Dupuis dio a conocer el siguiente Manifiesto:
El jefe de las fuerzas revolucionarias
1890 Mar del Plata. El Presidente Carlos Pellegrini en un almuerzo |
Quizás se trate de una superposición de hechos verdaderos con alguna cuota de fantasía; pero de cualquier modo que hubiere sido, ese nombre ha llegado hasta hoy. El 28 de julio de 1890 estalló en Buenos Aires la llamada, precisamente, Revolución del ’90, hecho que acabó con la presidencia de Miguel Juárez Celman y elevó a ese cargo al vicepresidente, Carlos Pellegrini.
Fortunato de la Plaza intendente de Mar del Plata en el período de 1887-1890 |
Pocos eran los marplatenses del momento -el censo de 1895 fijaría en unos 5.000 habitantes la población de aquel pequeño poblado-, pero algunos recordaban el hecho y sus detalles llegaron hasta nuestros días transmitidos de los viejos a los jóvenes durante los 125 años que nos separan de aquel momento.
Y así quedó el recuerdo de algunos hombres con la boina blanca que distinguía a los radicales que desfilaron por la caIle San Martín y llegaron hasta la primitiva Rambla, en la que les fue tomada una fotografía. Esos hombres eran casi todos extranjeros y entre ellos estaba -con un sable- Guillermo Bevan. Por otro nombre, Guillermo el Inglés.
Debe recordarse que durante la Revolución del Parque estaba en la comuna el primer Intendente Municipal despuès de la sanciòn de la Ley Orgànica que fue el Sr. Fortunato de la Plaza, quien desde 1887 a 1890 ocupó dicho cargo.
LA REVOLUCIÓN DE 1893 EN MAR DEL PLATA
Las revoluciones que estallaron en el país y la provincia, tuvieron eco en Mar del Plata. Es así como la lucha de los radicales contra el gobierno del señor Julio A. Costa, en 1893, dio lugar a episodios poco conocidos —prácticamente desconocidos—. que vamos a historiar consultando los sucesos con la magnífica narración del señor Luis Ricardo Fors en su libro "Levantamiento, Revolución y Desarme de la Provincia de Buenos Aires" publicado en el año 1895.
La revolución de 1893 estalló el 29 de julio con la toma por los radicales de Saladilla y su Partido. En la zona sud este de la provincia actuó el doctor Jorge L. Dupuis, delegado del Comité Provincial en esta zona, quien se vio enfrentado a serias dificultades, resueltas con verdadero acierto. En la madrugada del 28 de julio salió de Buenos Aires en dirección a Maipú y Mar del Plata, sin recursos de ninguna naturaleza. Le acompañaron voluntariamente sus amigos ing. Pedro Prud'homme y el señor Federico Mariani. Para eludir la acción del comisario de Maipú, debió dirigirse a Arbolito y en seguida a Mar del Plata. Dos días permaneció aquí y después, dejando a sus abnegados amigos con instrucciones especiales, se trasladó a Arbolito, donde debía recibir apoyo. Desistió de su propósito de apoderarse del tren que lo conducía, porque esa máquina regresó de inmediato a Mar del Plata.
Pero allí se plegaron al movimiento revolucionario el comisario de policía de Arbolito, Martín M. Ximenez y sus auxiliares Paulino Minaberrigaray y Leopoldo V. Sagastume, luego de hacer renuncia de sus cargos y entregar la Comisaría, armas y municiones al Oficial que mandaba la fuerza policial. La primera medida fue comprometer gente y armas en favor del movimiento. El Dr. Dupuis vio dificultada su acción por persistentes lluvias e intenso frío. El 2 de agosto recibió aviso de que el Dr. Enrique S. Pérez le enviaba una máquina desde Dolores, ya en poder de los revolucionarios.
Le ofrecieron su apoyo los jóvenes Samuel Quiroga, Manuel M. Laborde, Justo R. López, Juan Hiriart y Francisco Constantino, de Arbolito y Jorge D. Holterhoff, de Curralauquen, a los que se agregaron en la tarde de ese mismo día José Pereyra, Pedro Hiriart, Miguel Casal y Marcelino P. Caraña. de Piran. Con ese grupo ocupó la comisaría, luego de plegarse el jefe de las fuerzas policiales y sus hombres al movimiento revolucionario.
Hizo trasladar el Dr. Dupuis armas y municiones, a la Estación del F.C.Sud y a las 3, con sus voluntarios partió con rumbo a la Estación Camet, en busca de sus valientes compañeros Prud'homme y Mariani, que solos y sin armas se habían apoderado del telégrafo, cortando la comunicación con Mar del Plata y estableciéndola con el Dr. Dupuis en Arbolito. Llegó a Camet a medianoche y se informó de que Mar del Plata estaba fuertemente defendido, con fuerzas bien parapetadas y cinco veces mayor de las suyas.
No consideró prudente arriesgar la lucha y siguiendo las instrucciones se dirigió a Maipú, con sus acompañantes, no encontrando resistencia pues las fuerzas policiales habían sido enviadas a La Plata, para defenderla. El Dr. Dupuis se informó de que en algunos establecimientos rurales de la zona se reclutaba gente para atacar la Estación Piran y reforzar las posiciones en Mar del Plata. Ello lo decidió a emprender la acción destinada a tomar a esta ciudad.
He aquí el relato del Dr. Dupuis, entregado al señor Luis Ricardo Fors y transcripto integramente de su libro sobre la Revolución de 1893:
“Marché de Maipú en la noche del día 7 de agosto y llegué a la Estación Camet antes de aclarar. En ese punto conferencié con Félix Camet e Ing. Morón, por quienes adquirí un conocimiento exacto del estado de la plaza. Las fuerzas que la guarecían eran en doble número de las mías, bien armadas, bien municionadas, distribuidas en tres posiciones estratégicas, atrincheradas con bolsas de arena, con un cañoncito en la torre de la Iglesia, posición elevada y dominante. Las fuerzas del Partido de Alvarado al mando de su jefe el comandante Manuel C. Fernández, se habían incorporado a la defensa."
"El espíritu era excelente; los jefes y oficiales decididos, así como los soldados, adictos todos al gobierno de Costa. La lucha prometía ser tenaz, y en previsión, se habían instalado dos hospitales de sangre con todos los elementos necesarios bajo la bandera de la Cruz Roja. Antes de atacar y deseoso de evitar, en lo posible, la efusión de sangre, pasé una comunicación al coronel Don Fortunato de la Plaza, jefe de las fuerzas enemigas, invitándolo a cesar la resistencia.
El comisionado mío fue don Félix Camet, acompañado de mi ayudante el Capitán Arturo Fació. Las condiciones de que era portador eran: entrega de la plaza; desarme de todas las fuerzas y su reconcentración en la Intendencia; entrega de todo el armamento y municiones; la policía debía quedar armada guardando el orden hasta mi llegada para serme entregada; por mi parte garantizaba la vida e intereses de todos sin distinción alguna."
"Pocas horas después vino a conferenciar conmigo una comisión compuesta del coronel Fortunato de la Plaza, y señores Clemente Cayrol y Juan S. López Escribano. La entrevista tuvo lugar en la estancia "La Trinidad" de Félix Camet, a quien tengo que agradecer todos sus empeños y buenos oficios para evitar la efusión de sangre. En aquella entrevista me propuso el coronel de la Plaza neutralizar Mar del Plata hasta conocerse el resultado de la lucha. Si la Revolución triunfaba depondrían las armas y si lo contrario, acompañarían al gobierno de la provincia o se pondrían a las órdenes de la Intervención Nacional, que según él, sería decretada".
"Rechacé terminantemente esta proposición e insistí en la rendición inmediata. Entonces me declaró el señor de la Plaza que no había arreglo posible; que él y los demás jefes de la defensa querían permanecer leales y fieles al gobierno de Costa, siguiendo su suerte y que sólo se someterían por la fuerza; que estaban dispuestos a todo; que la resistencia se llevaría al último extremo y que no querían traicionar la confianza que el gobierno tenía en ellos. La actitud del coronel de la Plaza fue digna y caballeresca a tal grado, que al separarnos para ir a ocupar nuestros respectivos puestos, lo hicimos muy cordialmente y no pude menos que decirle que cualquiera que fuese la suerte que nos deparasen las armas, me felicitaba de haber conocido y estrechado la mano a un perfecto caballero."
"En esto Félix Camet empeñóse nuevamente conmigo para que el ataque se suspendiera por unas horas más, permitiéndole al coronel de la Plaza que en ese intervalo de tiempo, mandara un telegrama a Buenos Aires para averiguar la situación de La Plata. Accedió a esa petición y se convino en un armisticio hasta las 11 de la mañana del día siguiente, debiendo permanecer las fuerzas sin moverse de sus respectivas posiciones. Si a aquella hora la ciudad no se había entregado la atacaría inmediatamente, sin conceder ningún otro plazo y sin ningún aviso previo"
"Poco antes de las 11 del día 9 me avisaron que el cuerpo consular extranjero me pedía permiso para trasladarse a mi campo, para conferenciar conmigo a fin de evitar el ataque y solicitar una nueva suspensión de hostilidades. Contesté que no me era posible acceder por razones puramente militares, que no me permitían postergar o retrasar el ataque y que éste tendría lugar a la hora convenida, si antes no se entregaba la ciudad. No habiendo recibido contestación dé la defensa a las 11, me puse en marcha en son de ataque con los infantes y mandé un destacamento de tiradores a caballo, al mando del teniente 1° Zoilo Fernández, a ocupar el camino a Chapadmalal, para cortar las comunicaciones con Miramar"
Estación Ferrocarril Sud |
"Mi objetivo fue la estación del F.C.Sud, ubicada en los suburbios de la ciudad, a unos dos kilómetros de los cantones principales de la defensa, posición importante que me propuse tomar como base de operaciones, tanto para asegurar mis comunicaciones por la vía férrea y recibir refuerzos, como para batirme en retirada, según las contingencias de la lucha. Aquella posición tenía otra ventaja y era la de que, en caso de ser rechazado en mi ataque, podía ponerme allí a la defensiva y sitiar por hambre la plaza, ocupando no sólo la estación, sino también los corrales de Abasto, que están próximos a ella"
"Convenidos el modo y forma del avance y ataque con el comandante Ximénez, hice desplegar en guerrilla una compañía de la Legión Voluntarios y marché con ella sobre la Estación donde se veía reunida mucha gente. Al llegar a ella vi venir una persona a todo galope: era el señor Camet, que venía lleno de júbilo a mi encuentro, anunciándome que las fuerzas de la gobernación se rendían aceptando mis condiciones. Venía tan contento el señor Camet, que me abrazó repetidas veces, felicitándome por el triunfo y lanzando entusiastas vivas a la Revolución Radical."
"Al ocupar la estación, que estaba llena de gente con boinas y divisas blancas, se me adelantó el mismo coronel de la Plaza a recibirme y a pedirme que no atacase, bastando que yo fuese sólo a la Intendencia para que se realizara la entrega. Me dirigí a la Intendencia a recibirme de todo, acompañado por el Coronel de la Plaza, el mayor Prud 'homme y Félix Camet, quedando el teniente coronel Ximénez disponiendo lo necesario para reconcentración y entrada del resto de las fuerzas. Una vez en la Intendencia Municipal, fueron cumplidas todas las condiciones de la capitulación y se me entregó la fuerza de policía armada, que puse enseguida bajo las órdenes del mayor Prud 'homme. Dueño de Mar del Plata, nombré al distinguido vecino Don Félix Camet, Intendente y Comandante Militar del Partido, confiando a su discreción y patriotismo el cuidado de nombrar funcionarios y organizar todos los servicios administrativos.”
He aquí el decreto que fue publicado por carteles junto con el manifiesto y que se registran también en los dos diarios de esta ciudad:
EL ECO Y EL PUEBLO
Al vecindario de Mar del Plata.
Habiendo cesado en sus puestos las autoridades locales y siendo necesario proceder a su reorganización, a fin de que los intereses y la seguridad personal de los ciudadanos nacionales y extranjeros sean garantizados; el jefe que suscribe.
DECRETA:
Artículo 1: Nómbrase intendente y comandante militar de esta localidad al ciudadano D. Félix Camet con amplia facultad para organizar en la forma que crea más conveniente, las diferentes reparticiones públicas de ese Partido.
Artículo 2: Hágase saber y publíquese a sus efectos.
Mar del Plata agosto 9 de 1893.
Firmado: JORGE L. DUPUIS. Arturo Facio. Ayudante secretario.
Firmado: JORGE L. DUPUIS. Arturo Facio. Ayudante secretario.
"Mandé al ciudadano Don Luis E. Guerra con una compañía a las órdenes del capitán Flock, de Interventor a Alvarado, con el cargo de tomar al jefe y fuerzas de aquel Partido que, violando el armisticio pactado, se habían retirado de Mar del Plata sin mi consentimiento, deponer las autoridades y nombrar Intendente y Comandante Militar de aquella localidad al honorable y prestigioso vecino don Federico Otamendi."
La expedición fue feliz y las fuerzas y armamentos de ese Partido fueron conducidos a Mar del Plata. El señor Otamendi aceptó el nombramiento dirigiendo al jefe de las fuerzas revolucionarias la siguiente comunicación:
General Alvarado Agosto 11 de 1893.
Al Dr. Jorge L. Dupuis, Mar del Plata.
“Me es grato saludar al señor Dr. Dupuis, manifestándole que acepto con agrado !a honrosa misión para que he sido designado garantiéndole hacer de mi parte los más cruentos sacrificios a fin de llenar el fin deseado. En espera de que el señor Dr. quiera aceptar las seguridades de mi mayor estima, saludólo con mi consideración más distinguida”.
Firmado: Federico Otamendi
Tal es el relato hecho por el propio jefe revolucionario Dr. Jorge L. Dupuis, con claridad, con sencillez, con notable objetividad. Hasta con gran modestia. Una vez cumplidos los trámites que dejamos expuesto el Dr. Dupuis dio a conocer el siguiente Manifiesto:
El jefe de las fuerzas revolucionarias
al vecindario de Mar del Plata:
"La Unión Cívica Radical cumpliendo con su programa de reparación, se ha visto obligada a exigir con las armas en la mano la observancia de nuestras leyes institucionales, que garanticen a todos los que habitan el suelo argentino la seguridad de sus personas y bienes y el respeto de sus opiniones políticas y religiosas, cualesquiera que sean. Por más doloroso que fuera para los hombres dirigentes del Partido de la Unión Cívica Radical, la Revolución se imponía como la única solución posible, para recuperar sus libertades y restablecer el imperio del orden: y, obedeciendo a tan imperiosa necesidad, es que nos lanzamos a ella, con la conciencia tranquila y la fortaleza de espíritu que da el sentimiento del deber cumplido. La virilidad del pueblo y la opinión pública, con su fuerza incontrastable, han respondido al movimiento popular, acompañándolo en todas partes, y hoy el triunfo de sus armas, en toda la Provincia, inaugura una nueva era de paz, de reparación y de libertad, que es preciso hacer fructífera en el presente, tomando como ejemplo un pasado funestísimo de dolorosa experiencia para nuestra Patria y para nosotros mismos. Esos errores provienen de la falta de cumplimiento de nuestros deberes cívicos, no ejercitados con la energía y la independencia del hombre libre, todos y cada uno de los derechos que nos acuerda la Constitución. El jefe que suscribe desea que el vecindario de este Pueblo, inspirándose en estos principios, dé ejemplo de su altura moral, observando el más profundo respeto para todas y cada una de las personas que aquí viven, cualesquiera que sean o hayan sido sus convicciones políticas, recordando que la generosidad es la virtud de las almas fuertes. Confío, pues, en el patriotismo de este vecindario para no verme obligado a tomar medidas de fuerza, en cumplimiento de deberes que son sagrados para mí. La vida, las personas y los bienes de todos están desde hoy bajo mi custodia y tengo los elementos suficientes para hacerlas respetar. Cumpla cada uno con su deber en estos momentos y tendréis mi agradecimiento y mi aprecio".
El nombramiento del señor Camet y las disposiciones adoptadas desde el primer momento para garantizar el orden, produjeron una excelente impresión en el espíritu de la población y los comentarios periodísticos fueron ampliamente favorable.
Editorial del diario EL ECO
Se ha visto destacado en libros anteriores ("Génesis de Mar del Plata" y "Mar del Plata") la personalidad del director del diario "El Eco" don Casildo Villar y la orientación impresa a su diario, que hacía honor a la ciudad. Esa actividad señera da mayor valor al comentario que publicó en su edición del 10 de agosto de 1893, bajo el título "La Nueva Situación" que dice así:
"Parcos debemos ser en nuestras palabras en estos momentos en que la ansiedad pública de Mar del Plata ha desaparecido por completo. No seremos nosotros los que echemos leña a la hoguera. Una situación ha desaparecido para sustituirla por otra: si aquélla fue buena o mala, ya llegará la oportunidad de juzgarla sin el criterio apasionado de los primeros momentos. En cuanto a la nueva, basta el nombre del ciudadano que se halla a su frente, aunque más no sea que transitoriamente, para saber que en nuestro pueblo la equidad y la justicia han de presidir todos sus actos, con la templanza y la cultura que le son habituales. Ese ciudadano es el señor Félix Camet, como se verá por el decreto que publicamos enseguida. Garantía de paz y de concordia, de rectitud e integridad, debe merecer la cooperación decidida del vecindario, para el mejor cumplimiento de su elevada misión".
En otra información del mismo diario se hace mención a los preparativos revolucionarios, diciendo:
"Poco después de mediodía los señores Fortunato de la Plaza, Clemente Cayrol y Juan Santos López Escribano se trasladaron a la estancia "La Trinidad" de Camet, donde celebraron una conferencia con el Dr. Dupuis, en la que a nada arribaron, quedando en la misma disposición de ánimo que a la mañana. Llegó la noche y con ella las naturales zozobras de la población, mientras el señor Martínez Baya y sus fuerzas tomaban posiciones para la defensa y hacían provisiones."
"La Unión Cívica Radical cumpliendo con su programa de reparación, se ha visto obligada a exigir con las armas en la mano la observancia de nuestras leyes institucionales, que garanticen a todos los que habitan el suelo argentino la seguridad de sus personas y bienes y el respeto de sus opiniones políticas y religiosas, cualesquiera que sean. Por más doloroso que fuera para los hombres dirigentes del Partido de la Unión Cívica Radical, la Revolución se imponía como la única solución posible, para recuperar sus libertades y restablecer el imperio del orden: y, obedeciendo a tan imperiosa necesidad, es que nos lanzamos a ella, con la conciencia tranquila y la fortaleza de espíritu que da el sentimiento del deber cumplido. La virilidad del pueblo y la opinión pública, con su fuerza incontrastable, han respondido al movimiento popular, acompañándolo en todas partes, y hoy el triunfo de sus armas, en toda la Provincia, inaugura una nueva era de paz, de reparación y de libertad, que es preciso hacer fructífera en el presente, tomando como ejemplo un pasado funestísimo de dolorosa experiencia para nuestra Patria y para nosotros mismos. Esos errores provienen de la falta de cumplimiento de nuestros deberes cívicos, no ejercitados con la energía y la independencia del hombre libre, todos y cada uno de los derechos que nos acuerda la Constitución. El jefe que suscribe desea que el vecindario de este Pueblo, inspirándose en estos principios, dé ejemplo de su altura moral, observando el más profundo respeto para todas y cada una de las personas que aquí viven, cualesquiera que sean o hayan sido sus convicciones políticas, recordando que la generosidad es la virtud de las almas fuertes. Confío, pues, en el patriotismo de este vecindario para no verme obligado a tomar medidas de fuerza, en cumplimiento de deberes que son sagrados para mí. La vida, las personas y los bienes de todos están desde hoy bajo mi custodia y tengo los elementos suficientes para hacerlas respetar. Cumpla cada uno con su deber en estos momentos y tendréis mi agradecimiento y mi aprecio".
Mar del Plata Agosto 9 de 1893.
Firmado: JORGE L. DUPUIS.
Firmado: JORGE L. DUPUIS.
El nombramiento del señor Camet y las disposiciones adoptadas desde el primer momento para garantizar el orden, produjeron una excelente impresión en el espíritu de la población y los comentarios periodísticos fueron ampliamente favorable.
Editorial del diario EL ECO
Se ha visto destacado en libros anteriores ("Génesis de Mar del Plata" y "Mar del Plata") la personalidad del director del diario "El Eco" don Casildo Villar y la orientación impresa a su diario, que hacía honor a la ciudad. Esa actividad señera da mayor valor al comentario que publicó en su edición del 10 de agosto de 1893, bajo el título "La Nueva Situación" que dice así:
"Parcos debemos ser en nuestras palabras en estos momentos en que la ansiedad pública de Mar del Plata ha desaparecido por completo. No seremos nosotros los que echemos leña a la hoguera. Una situación ha desaparecido para sustituirla por otra: si aquélla fue buena o mala, ya llegará la oportunidad de juzgarla sin el criterio apasionado de los primeros momentos. En cuanto a la nueva, basta el nombre del ciudadano que se halla a su frente, aunque más no sea que transitoriamente, para saber que en nuestro pueblo la equidad y la justicia han de presidir todos sus actos, con la templanza y la cultura que le son habituales. Ese ciudadano es el señor Félix Camet, como se verá por el decreto que publicamos enseguida. Garantía de paz y de concordia, de rectitud e integridad, debe merecer la cooperación decidida del vecindario, para el mejor cumplimiento de su elevada misión".
En otra información del mismo diario se hace mención a los preparativos revolucionarios, diciendo:
"Poco después de mediodía los señores Fortunato de la Plaza, Clemente Cayrol y Juan Santos López Escribano se trasladaron a la estancia "La Trinidad" de Camet, donde celebraron una conferencia con el Dr. Dupuis, en la que a nada arribaron, quedando en la misma disposición de ánimo que a la mañana. Llegó la noche y con ella las naturales zozobras de la población, mientras el señor Martínez Baya y sus fuerzas tomaban posiciones para la defensa y hacían provisiones."
Estancia La Trinidad de Camet, donde conferenciaron con Dupuis en 1893 |
"Se distribuyeron las fuerzas en
tres cantones: una en la casa municipal, otra en la Capilla Santa Cecilia y la
tercera en la casa de don Carlos Riva: todos dominantes como puntos
estratégicos y radio que abarcan. A la noche se dijo que se había prolongado el
plazo hasta las once de la mañana de ayer, lo que más tarde se comprobó que era
verdad. Ayer a la mañana, una comisión compuesta por los señores doctores
Alberto Cesarani, José A. Botana y los señores David Durante, Manuel Santos,
Victorio Denicolini y Juan B. Saffouret emprendió la tarea de arribar a una
fórmula decorosa para evitar la efusión de sangre que indudablemente se
produciría si llegara a trabarse el combate. Mas sus esfuerzos fueron vanos: el
combate era inevitable, pues los señores Fortunato de la Plaza y Martínez Baya
no accedían a la entrega".
Entre los vecinos calificados de la primera hora de Mar del Plata figuró el señor David Durante, quien nació en Génova el 2 de febrero de 1849 y llegó a la Argentina, con la caravana de inmigrantes que venía a sumar esfuerzos tesoneros para labrar la grandeza de esta tierra hospitalaria, en el 1863. Se radicó primero en San Clemente del Tuyú donde un hermano tenía un negocio de Ramos Generales y después de varios años se trasladó al Puerto de Laguna de los Padres, como se llamaba entonces a Mar del Plata. Se dedicó a la ganadería aportando su concurso eficaz.
En noviembre de 1888 adquirió una amplia fracción de tierra de la firma "Pedro Luro e Hijos" y elevó una nota al Intendente Municipal solicitando la correspondiente mensura y delineación de esa parte de la chacra N'. 84. Con don Martín Errecaborde, dueño de la estancia "Las dos Marías" habilitó el señor Durante en el año 1886 el primer Matadero en el pueblo. Siendo Intendente Municipal el señor Alfredo Martínez Baya, en el año 1893, el señor Durante desempeñó el cargo de concejal municipal, distinguiéndose por sus iniciativas bien inspiradas. En ese año estalló la revolución y el señor Durante tuvo bajo su mando a 200 hombres, pero realizó gestiones conciliatorias, en uniónde los doctores Alberto Cesarani y José Adran Botana y los señores Manuel Santos, Victorio Denicolini y Juan B. Saffouret, para evitar derramamiento de sangre mediante una solución aceptable y decorosa, misión que llevó a feliz término el señor Félix U. Carnet.
Durante la guerra de 1914 el señor David Durante realizó numerosas donaciones para enviar alimentos y ropa a Italia, pues aunque radicado desde joven en el país, donde se casó y tuvo numerosos hijos, no olvidó los escenarios de su terruño donde "tanta gesta de cesares y de tribunos ilustró la historia de muchos siglos..." El señor Durante falleció el 23 de Octubre de 1932 a los 84 años de edad, vinculando su nombre a felices iniciativas de progreso colectivo
Al hacer referencia a las fuerzas revolucionarias dice EL ECO:
"Poco después llegaban las fuerzas revolucionarias, seguidas de inmenso gentío y se situaron también frente a la casa municipal. Más tarde se dictaron el manifiesto y el decreto que van en otro lugar y se adoptaron diversas medidas tendientes a garantizar el más completo orden. A las dos y media de la tarde la banda de música "La Popular" se adhería al regocijo público, haciendo oir diversas piezas de su repertorio donde se hallaba la concurrencia, mientras cantidad de bombas estallaban en el aire. A las cinco de la formaron de nuevo las fuerzas en la avenida Colon (actual avenida Pedro Luro) y después de tocarse por la banda el Himno Nacional el Dr. Dupuis pronuncio un brillante y patriótico discurso, siendo continuamente interrumpido por entusiastas y prolongados aplausos; lo mismo que las pronunció el señor Félix Camet. Las tropas guardaron el más perfecto orden y compostura”.
Ante la posibilidad de que se registrasen choques entre las fuerzas armadas de ambos bandos se organizaron hospitales de sangre. El diario EL PUEBLO del que era director propietario el señor Leopoldo Méndez, el talentoso tercer periodista de la ciudad, por haber aparecido poco antes "El Bañista" de López de Gomara y "El Eco" de Casildo Villar, publicaba lo siguiente en su edición del 10 de agosto de 1893:
Sociedad Socorro de los Pobres
“Esta caritativa Sociedad, en precaución de los sucesos que puedan desarrollarse se ha dirigido el martes al señor Intendente Municipal (señor Alfredo Martínez Baya) poniendo a su disposición las salas y los enseres del hospital (habilitado en una finca de las calles 25 de Mayo y Rioja) para que en él puedan atenderse los heridos, tanto de una como de otra parte, en caso de que llegue a haber un encuentro entre las fuerzas que existen en la población y las que se cree puedan atacarlas. El ofrecimiento ha sido aceptado por el Intendente Municipal y en consecuencia el mismo día martes se enarboló en el Hospital la bandera blanca con la cruz roja, símbolo, como se sabe, de imparcialidad y de caridad".En otro comentario titulado: Generosidad y Buen Corazón se lee:
“El señor Pascual Limiñana (director de un Colegio particular) en las actuales circunstancias, lo mismo que siempre, patentiza ante el vecindario que abriga en su pecho un noble corazón y que sus intereses están en todo momento a disposición del que pueda necesitarlos. El martes se dirigió a la señorita Delia Méndez Punes, secretaria de la Sociedad "Socorro de los Pobres", ofreciendo a esa institución treinta camas con todo lo a ellas correspondiente y además el gran salón dormitorio de su colegio, para que en él fuesen asistidos los heridos que pudiese haber en el encuentro de fuerzas que se espera. La secretaria señorita Delia Méndez Funes le hizo saber que el Hospital había sido puesto a disposición de las autoridades comunales, por lo que la gestión la radicó el profesor Limiñana en la Municipalidad. El señor Martínez Baya aceptó el generoso ofrecimiento”.
Ese nuevo Hospital de sangre se estableció en el Colegio Negrotto, en el mismo edificio en que funciona en la actualidad la Escuela Normal Provincial, en las calles Catamarca y 25 de Mayo. Allí se enarboló también la bandera con la Cruz Roja. El Dr. Dupuis, de gran cultura, actuó con gran serenidad y ecuanimidad, conquistando generales simpatías. Sus fuerzas se habían apoderado del comandante Fernández, jefe de las fuerzas de General Alvarado. El Dr. Dupuis lo puso en libertad, y recibió con la espada del Comandante Fernández, la siguiente carta:
Al Sr. Dr. Don Jorge L. Dupuis:
"Estimado Dr. Dupuis. El portador de la presente entregará a Vd. una espada que se la ofrezco espontáneamente como ciudadano y como demostración de la alta estima que Vd. ha sabido captarse con su comportación caballerezca. Lo saluda deseándole felicidad en su campaña. Su afmo. y S.S."
Firmado: Manuel C. Fernández.Mar del Plata, Agosto 11 de 1893
El Dr. Dupuis aseguró el orden en esta ciudad y en General Alvarado y luego se dirigió a la estación Piran, de donde destacó una fuerza al mando de los tenientes coroneles Ximénez y Pedro M. Piran para operar hasta el Tuyú, con orden de disolver y desarmar toda fuerza que encontraran reunida y deponer a las autoridades adictas al Gobernador Costa.
El Dr. Dupuis pudo decir, serena y noblemente:
"He sido el último jefe que quedó en armas y el único que no las entregó ni a la Intervención, ni a ningún otro Poder, SOLO ME ALCE, SOLO ME DESARME. Ni yo ni mis hombres, pasamos por ningún vejamen".
Fueron jefes y oficiales a las órdenes del Dr. Dupuis los siguientes:
MAR CHIQUITA, Intendente Elias Ezeiza y Comandante Militar y Comisario, Leopoldo Vázquez Sagastume.
MAIPU: Intendente y Comandante Militar Dr. Pablo Beret. Junta de Gobierno: Rafael Sinigaglia, Andrés Bernazza y Francisco Arrola.
VECINO: Intendente Guillermo Xewtori y comandante militar Demetrio L. Pereyra. [SIC]
MAR DEL PLATA: Intendente y comandante militar, Félix Camet.
GRAL. ALVARADO: Intendente y comandante militar, Federico Otamendi.
TUYÚ: Intendente y comandante militar Carlos de Santa Coloma.
PIRAN: Comandante militar, Pedro M. Piran con jurisdicción hasta Tuyú.
En General Pueyrredón prestaron valiosa colaboración los señores: Luis E. Guerra, Benjamín Martínez de Hoz (h.), Guillermo Bevan (dueño de balnearios, conocido por "El Inglés") y P. Solari. Colaboraron activa y eficazmente también los empleados de ferrocarriles y telégrafo.
En lo militar prestaron eficaz concurso al Dr. Dupuis, los siguientes ciudadanos, con los grados y mandos que se expresan: TENIENTES CORONELES: Martín Ximénez, Pablo Beret, Pedro M. Piran, Leopoldo Vázquez Sagastume, Demetrio L. Pereyra, Felix Camet, Federico Otamendi, Carlos de Santa Coloma. Capitanes: Guillermo Bevan, Paulino Minaberrigaray, Januario Méndez. Tenientes 2°: Benjamín Martínez de Hoz (hijo), Pedro Correa.
Cuando el Dr. Dupuis preparaba el avance de sus tropas sobre Maipú, en concentración sobre La Plata, fue informado por las fuerzas de Ayacucho que la Intervención Nacional en la provincia había dispuesto la entrega de armas y municiones y el desarme de las tropas revolucionarias, entregando todas las armas al general Bosch. Comisionó al capitán Fació para que se trasladase a La Plata o Buenos Aires entrevistándose con los jefes revolucionarios.
Después de saber que se había resuelto el cese de la lucha procedió al licénciamiento y desarme de sus fuerzas, acompañándolas personalmente el Dr. Dupuis a sus respectivos partidos, en donde se disolvieron en orden y disciplina. Así finalizó la LEGIÓN VOLUNTARIOS, mandada por el Dr. Dupuis en el Sud de la Provincia. Dejó constituidos Comités Radicales integrados con elementos sanos. Por eso en la elección de 1894 triunfaron por gran mayoría en Mar Chiquita y Mar del Plata. Y se inició la publicación del diario "El Radical" en Mar del Plata.
El Dr. José Luro -
Comisionado del Interventor en la Pcia. Año 1893
El Dr. Jose Luro en la temporada de 1912 |
Transcribimos a continuación el Acta de toma de posesión por parte del Dr. José Luro de las reparticiones públicas de este Partido, como Comisionado especial del Interventor Nacional en la Provincia de Buenos Aires, señor Eduardo Olivera, que en original obra en nuestro poder, por tratarse de un documento que no ha sido mencionado hasta hoy, que tiene su origen en la revolución dé 1893.
"En la Casa Municipal de Mar del Plata, cabeza del Partido de General Pueyrredón, a las diez y media a.m. del sábado dos de septiembre de mil ochocientos noventa y tres, y con asistencia del señor Interventor provisorio don Félix Camet y de los empleados a sus órdenes, el señor Comisionado doctor Don José Luro, nombrado por el señor Interventor de la provincia de Buenos Aires para reorganizar los poderes públicos de este Partido, tomó posesión de las oficinas públicas, asumiendo la representación que su carácter inviste, quedando desde este momento bajo su dependencia inmediata, a cuyos fines se labra la presente acta, refrendada por el actual secretario de la Intendencia Municipal, José M. Gaona”.
Firman el acta los señores:
F. Camet, José Luro y José M. Gaona
F. Camet, José Luro y José M. Gaona
Fuentes:
Mar del Plata - Ciudad de America para la Humanidad - Reseña Histórica por Roberto Barilli - Municipalidad de Gral. Pueyrredón - MDP - Argentina - Año 1964
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