Juan
Esteban de Anchorena Zandueta fue el primer Anchorena en arribar a América. Como muchos otros
inmigrantes de ese período, a poco de arribar a nuestras costas Juan Esteban se orientó
hacia las actividades mercantiles. Esta decisión resulta entendible puesto que
este terreno era quizá el más propicio para que, suerte y destrezas mediante,
un hombre como el que aquí nos ocupa, cuyo único patrimonio era su ambición y
su talento, acumulase un patrimonio significativo.
En más de un sentido, la exitosa trayectoria económica y social del primer Anchorena en el Plata ilustra las nuevas oportunidades que se les presentaron a los comerciantes afincados en Buenos Aires en la segunda mitad del siglo XVIII. Fue en este período que este puerto, que había sido por largos años un centro de contrabando por donde ingresaban mercancías europeas y salían exportaciones clandestinas de metal precioso, comenzó a afirmarse definitivamente como “mercado, polo de arrastre y centro de distribución de un vasto conjunto regional” que extendía su influencia desde el Paraguay hasta Chile
En más de un sentido, la exitosa trayectoria económica y social del primer Anchorena en el Plata ilustra las nuevas oportunidades que se les presentaron a los comerciantes afincados en Buenos Aires en la segunda mitad del siglo XVIII. Fue en este período que este puerto, que había sido por largos años un centro de contrabando por donde ingresaban mercancías europeas y salían exportaciones clandestinas de metal precioso, comenzó a afirmarse definitivamente como “mercado, polo de arrastre y centro de distribución de un vasto conjunto regional” que extendía su influencia desde el Paraguay hasta Chile
Acuarela Estancia de la familia Anchorena en Ramallo por Aguyari Jose Italiano año 1885. Gentileza Diario Accion TV: Familia Anchorena |
Quinta Rioland del Sr.Juan E. de Anchorena en Olivos |
Quinta Rioland del Sr.Juan E. de Anchorena en Olivos |
Quinta Rioland del Sr.Juan E. de Anchorena en Olivos, frente al Rio de la Plata |
La
expansión de las redes mercantiles que tenían por centro a los comerciantes de
Buenos Aires puede seguirse bien en la trayectoria comercial de Anchorena.
Arribado al Río de la Plata hacia 1750 sin mayores recursos, Anchorena pasó
cerca de un quinquenio al servicio de una casa comercial porteña. Allí adquirió
los rudimentos del oficio, así como también relaciones y conocimientos sobre el
funcionamiento de ese mercado en sostenida expansión. La correspondencia que
Juan Estaban nos ha dejado indica que para mediados de la década de 1750 ya se
había lanzado a operar por su cuenta. En 1757 poseía vínculos mercantiles en el
interior, en especial en Córdoba, donde colocaba productos importados (vino,
tabaco, manufacturas de metal) y compraba productos de la tierra (ponchos,
frazadas).
Para entonces ya había incursionado en la compra de cueros en el
litoral del río Uruguay, y algunos años más tarde, en 1765, también aparece
registrado como propietario de un comercio minorista en Buenos Aires. En la segunda
mitad de la década de 1760 la escala de las operaciones de Anchorena creció a
ritmo sostenido, seguramente gracias a que la suerte lo acompañó en su ingreso
pleno en el lucrativo comercio mayorista a distancia. A lo largo de la década
de 1760, Anchorena realizó viajes regulares al interior (Salta, Jujuy) y al
Alto Perú, extendiendo sus redes comerciales hasta Lima. Para comienzos de la
década de 1770 se había convertido en un importante mercader, cuyos vínculos
comprendían plazas comerciales en todo el virreinato del Perú (Chile, Paraguay,
Alto Perú, el Río de la Plata) y llegaban hasta España, incluyendo también
mercados en Inglaterra, Francia y el Caribe.
Familia de Juan Esteban de Anchorena y Romana Josefa Lopez de Anaya |
La
posición económica de hombres como Juan Esteban de Anchorena dependía de la
vigencia del sistema comercial monopolista español, pues éste les otorgaba a
los grandes mercaderes un lugar privilegiado en la captación del excedente en
tanto funcionaban como intermediarios necesarios en los intercambios que tenían
lugar en el vasto espacio que iba desde la metrópoli hasta las remotas tierras
del Alto Perú. Estos comerciantes importaban por si o en consignación una serie
de bienes de lujo europeos (en particular textiles y otros productos
manufacturados), que una red de empleados o asociados locales se ocupaban de
distribuir y vender a lo largo de la ruta que conducía desde Lima al Alto Perú,
así como en otras regiones del virreinato; una vez cambiados por metal precioso
o por frutos de la tierra, estas mercancías (en especial el metálico) eran
enviados a Buenos Aires o a Lima, desde donde eran reexportados a Europa, punto
desde el cual se reiniciaba el ciclo.
Los grandes comerciantes conectaban mercados limitados y de demanda muy poco elástica, y sacaban provecho de las grandes disparidades de precios existentes entre distintas regiones. La actividad mercantil permitía la obtención de grandes márgenes de beneficios, siempre y cuando la oferta de bienes en un momento y un punto determinados no superara un nivel mayor a la que cada plaza podía absorber. En ausencia de una demanda suficientemente elástica, la sobre oferta podía provocar un fuerte derrumbe de precios, que inevitablemente acarreaba pérdidas. El éxito de estos comerciantes dependía, pues, de una práctica mercantil más precavida contra la abundancia que contra la escasez.
Rosa Anchorena Ibañez (1827-1893) hija de Juan Jose Cristobal de Anchorena Lopez de Anaya y nieta de Juan Esteban de Anchorena Zandueta. Oleo de Prilidiano P. Argentino |
Los grandes comerciantes conectaban mercados limitados y de demanda muy poco elástica, y sacaban provecho de las grandes disparidades de precios existentes entre distintas regiones. La actividad mercantil permitía la obtención de grandes márgenes de beneficios, siempre y cuando la oferta de bienes en un momento y un punto determinados no superara un nivel mayor a la que cada plaza podía absorber. En ausencia de una demanda suficientemente elástica, la sobre oferta podía provocar un fuerte derrumbe de precios, que inevitablemente acarreaba pérdidas. El éxito de estos comerciantes dependía, pues, de una práctica mercantil más precavida contra la abundancia que contra la escasez.
En una sociedad en la que no existía nobleza titulada, los grandes comerciantes ocupaban un lugar prominente en la cima del orden colonial, junto a la cumbre de la burocracia imperial. La posesión de una fortuna cercana a los $ 80.000 colocó a Juan Esteban en una posición expectable dentro de esa sociedad, en la que patrimonios como el suyo se encontraban entre las principales de la ciudad. Ello le permitió ingresar en el mercado matrimonial en una posición que estaba muy por encima de su origen social. En efecto, en 1775 contrajo enlace con Romana López de Anaya y Gámiz de las Cuevas, hija de una empobrecida pero distinguida familia de comerciantes. A pesar de su linaje, las dificultades económicas de los López obligaron a Romana a buscar consorte entre candidatos de rango inferior. El elegido fue Juan Esteban de Anchorena, que para entonces ya se destacaba entre los mercaderes más dinámicos de Buenos Aires.
Tumba de Romana Josefa Lopez Anaya en La Recoleta (1754-1822) |
Si
bien Romana no aportó bien alguno al matrimonio, seguramente contribuyó a darle
a este inmigrante salido de la nada un prestigio del que por sí mismo carecía,
lo que debe haberle permitido extender sus redes sociales y económicas en la
sociedad local. De hecho, desde 1776 Anchorena ocupó diversos cargos
honoríficos, el primero de los cuales fue el de oficial de las milicias de
caballería. Cuando en 1794 fue autorizada la creación de un Consulado en Buenos
Aires, Juan Esteban fue designado primer cónsul de esta corporación mercantil.
En 1798 le escribía a su hijo Juan José que “la guerra sigue cada vez más
enconada, mi quebranto va en aumento.”
A pesar de sus repetidos lamentos, el derrumbe de sus negocios estuvo lejos de ser total, y durante la década de 1800 el comercio con el Alto Perú parece haber seguido reportándole ganancias. En 1800, el mayor de los hijos de Juan Esteban, Juan José Cristóbal, que había sido enviado por su padre a comerciar al Alto Perú, advertía que la liberalización del comercio y la aparición de nuevos productos importados obligaba a los mercaderes a operar con márgenes más modestos. De todas maneras, también señalaba que quien supiera adaptarse al nuevo contexto podía seguir obteniendo beneficios aceptables.
A pesar de sus repetidos lamentos, el derrumbe de sus negocios estuvo lejos de ser total, y durante la década de 1800 el comercio con el Alto Perú parece haber seguido reportándole ganancias. En 1800, el mayor de los hijos de Juan Esteban, Juan José Cristóbal, que había sido enviado por su padre a comerciar al Alto Perú, advertía que la liberalización del comercio y la aparición de nuevos productos importados obligaba a los mercaderes a operar con márgenes más modestos. De todas maneras, también señalaba que quien supiera adaptarse al nuevo contexto podía seguir obteniendo beneficios aceptables.
A
diferencia de Tomás Antonio Romero y otros emprendedores mercaderes del último
período colonial, Anchorena no parece haberse visto tentado a probar suerte en
los atractivos pero riesgosos negocios que se abrieron en esos años en los que
el orden mercantilista comenzó a resquebrajarse, entre los que destacan el comercio
de exportación dentro y fuera del imperio. Hasta su muerte en 1808, pues, su
actividad siguió centrada en el tipo de intercambios interregionales gracias a
los cuales había construido su fortuna.
Tomás Manuel de Anchorena López de Anaya- 1783 - 1847 |
Talento
empresarial y prudencia a la hora de optar por las operaciones seguras hicieron
que el primer Anchorena en el Plata dejase a sus descendientes un patrimonio
muy considerable, que al momento de su muerte sus herederos estimaron en $
175.000. Esta cifra se iba a incrementar hasta superar los $ 250.000 en 1811,
momento en el cual sus herederos finalmente repartieron el activo,
correspondiéndoles unos $ 55.000
a cada uno de los tres hijos (Juan José, Tomás Manuel y Mariano Nicolás) y unos $ 87.000 a la viuda. Si bien es lícito suponer que en ese lapso la
sociedad constituida por sus tres hijos generó nuevas ganancias, es indudable
que parte de ese incremento se debía a la finalización de operaciones que
todavía se encontraban en curso cuando Juan Esteban súbitamente encontró la
muerte.
Por este motivo, parte del incremento patrimonial verificado entre 1808 y 1811, del que la viuda no participó, legítimamente puede ser considerado como parte de la herencia que aquellos recibieron. Los tres hijos de Juan Esteban heredaron así una de las mayores fortunas del virreinato, a la vez que un amplio conjunto de relaciones mercantiles a ambos lados del Atlántico. Conviene destacar que el hecho de que sólo tres hijos sobrevivieran a los siete nacidos en el matrimonio entre Juan Esteban y Romana creó condiciones propicias para la perduración de la empresa comercial y del patrimonio acumulado a través de ella.
Por este motivo, parte del incremento patrimonial verificado entre 1808 y 1811, del que la viuda no participó, legítimamente puede ser considerado como parte de la herencia que aquellos recibieron. Los tres hijos de Juan Esteban heredaron así una de las mayores fortunas del virreinato, a la vez que un amplio conjunto de relaciones mercantiles a ambos lados del Atlántico. Conviene destacar que el hecho de que sólo tres hijos sobrevivieran a los siete nacidos en el matrimonio entre Juan Esteban y Romana creó condiciones propicias para la perduración de la empresa comercial y del patrimonio acumulado a través de ella.
La
crisis final del orden colonial y el estallido de los movimientos
independentistas que esa crisis alentó tuvieron consecuencias más relevantes
para los negocios de los hermanos Anchorena. El derrumbe del poder imperial
impidió que la elite mercantil nativa pudiera asegurarse los privilegios que le
aseguraban reformas comerciales como la sancionada por el virrey Cisneros a
fines de 1809. Para entonces, los hermanos Anchorena ya habían dividido la
parte principal del patrimonio heredado y cada uno de ellos actuaba por su
cuenta, no obstante lo cual se asistían mutuamente en diversos emprendimientos
comerciales.
Tomás advirtió que lo mejor que podía hacer era desprenderse a la brevedad de las mercaderías que él y sus hermanos poseían en un territorio asolado por la guerra, que se volvía cada vez más hostil para las autoridades y los hombres de Buenos Aires. En octubre de 1811 le relataba a su hermano Mariano que se proponía “vender al contado lo que tengo en Potosí, pues no me determino a pasar a aquella villa. Se instaló por varios meses en Jujuy, donde esperó, a veces “en la ociosidad”, a veces ocupado en negocios menores (entre los que se contaba la provisión al ejército) que se reabriera el camino al Alto Perú.
Tomás advirtió que lo mejor que podía hacer era desprenderse a la brevedad de las mercaderías que él y sus hermanos poseían en un territorio asolado por la guerra, que se volvía cada vez más hostil para las autoridades y los hombres de Buenos Aires. En octubre de 1811 le relataba a su hermano Mariano que se proponía “vender al contado lo que tengo en Potosí, pues no me determino a pasar a aquella villa. Se instaló por varios meses en Jujuy, donde esperó, a veces “en la ociosidad”, a veces ocupado en negocios menores (entre los que se contaba la provisión al ejército) que se reabriera el camino al Alto Perú.
Ni
su visión ni sus finanzas cambiaron demasiado en los años que siguieron.
Instalado en Tucumán, a comienzos de 1817 le relataba a su pariente Sebastián
Lezica que:
“el mal giro
de mis negocios anteriores, junto con el estado funesto que ofrece nuestra
revolución por la división de los
pueblos me obliga a un aislamiento e inacción que por perjudicial que sea,
jamás podrá serlo tanto como entrar en especulaciones que se trastornan siempre
por nuestra inestabilidad y la incertidumbre de los sucesos públicos”.
Desde
entonces, Tomás renunció a pensar siquiera en nuevas aventuras en el Alto Perú,
y comenzó a ocuparse, todavía en escala modesta, del negocio de acopio y
exportación de cueros; también comenzó a prestarle mayor atención al mercado
interno, y se interesó en la introducción de papel, azúcar y otras mercancías
importadas en Córdoba y otras plazas del interior. De hecho, tras la derrota de
la patria vieja, Mariano se vio obligado a permanecer oculto durante siete
meses en una finca rural. Sólo pudo abandonarla gracias al auxilio de un
comerciante británico que lo llevó, disfrazado “en clase de criado”, hasta un
navío que lo alejó de Chile. Poco
deseoso de exponerse a nuevos peligros, poco antes de abandonarlo le escribía a
su hermano Juan José que:
“Soy de
opinión que procures redondear todos tus negocios, y pongas los fondos
principalmente los míos en el Janeiro, ó Londres en manos seguras porque pienso
abandonar la America, resuelto a vivir primero entre los bárbaros africanos, si
la Europa no me admite”
A
poco de llegar a Rio de Janeiro, en el otoño de 1816, Mariano le escribía a
Juan José que:
“En este país
en el día se disfruta de bastante tranquilidad, las relaciones comerciales
están expeditas con todo el mundo mercantil, hay pequeña concurrencia de las
mercaderías de Inglaterra, Holanda, España, Asia Africa y Norte América”
Una
vez instalado en Rio, Mariano Nicolás se lanzó a participar en el comercio con
puertos de Europa y Oriente, pero hizo del comercio con la América hispana el
eje de su actividad. A veces asociado con su hermano Juan José y otras por su
cuenta, colocó harina chilena en Rio, envió cueros del Plata al Brasil, vendió
azúcar brasileña en Buenos Aires. No sorprende que en repetidas oportunidades
los Anchorena realizasen importantes envíos de metálico a Londres, con el fin
de colocar parte de sus activos a buen resguardo. Sin embargo la derrota del
movimiento independentista pernambucano no terminó con el estado de inquietud que
embargaba a un hombre tan suspicaz como Mariano Nicolás, por lo que, temeroso
de nuevos sucesos que “quitaban tranquilidad a las operaciones comerciales”,
abandonó Rio de Janeiro en noviembre de 1818, y siguió las alternativas de la crisis de independencia brasileña desde
la Banda Oriental.
En
1822, tras casi una década de autoimpuesto ostracismo, Mariano Nicolás regresó
a su ciudad natal. A los pocos meses, Tomás Manuel también volvía del exilio al
que la agudización de la crisis política porteña lo había empujado a mediados
de 1820. Pero ya entonces Tomás Manuel, que tenía mejor ojo político que su
hermano, calificaba el panorama “de los negocios públicos en la provincia y
demás del interior” como “lisongero”. Y le solicitaba que de los fondos en
Inglaterra le hiciese enviar “hasta diez mil pesos en libranzas con plazo” para
colocar en Buenos Aires “bajo el premio de uno por ciento por mes, y quando
menos de tres quartos de por ciento”. Tomás
Manuel daba su voto de confianza al programa de restauración de la autoridad e
innovación institucional que en esos meses impulsaba el gobernador Martín
Rodríguez. Este programa rápidamente logró afirmarse, en parte porque contó con
sólidos apoyos entre unas clases propietarias hartas de guerra y desorden.
Se
ha sugerido muchas veces que en esos años los Anchorena abandonaron las
empresas mercantiles para concentrarse en la producción rural. Esta visión es
inexacta, y en rigor no refleja bien el sentido del cambio de orientación de
los negocios de estos grandes capitalistas rioplatenses. Es indudable que
durante la década de 1820 los Anchorena realizaron importantes inversiones en
propiedad fundiaria, y colocaron bajo su dominio alrededor de medio millón de
hectáreas. Desde los años de 1820 y por largas décadas, no fue la apuesta
exclusiva a la actividad rural, sino la inversión en distintos campos de
actividad, el principio que presidió la organización del patrimonio de los
Anchorena. En 1826, Juan José advertía que la cantidad de tierra que habían
puesto poseían bajo su control no era pequeña, y que “ya bastante nos han
murmurado por lo que tenemos” La conducta de estos hombres de negocios, como
también la de otros grandes empresarios del período, parece sugerir que
juzgaban que una estrategia de inversión fundada sobre la diversificación de
activos, pero con un fuerte énfasis en
la inversión inmobiliaria urbana, resultaba apropiada para enfrentar los
turbulentos tiempos que les tocaba vivir.
Apenas
cerrada la primera mitad de la década el renacimiento del conflicto político
ponía fin al breve interregno de paz que Buenos Aires había disfrutado durante
la gobernación de Martín Rodríguez, y ya se embarcaba en una nueva aventura
guerrera (esta vez con el Brasil), que afectó en particular al comercio
exterior y a la economía de exportación. Y ello no fue sino el prolegómeno de
nuevos conflictos. En 1828, con la llegada de Lavalle al gobierno, Tomás y
Nicolás fueron a parar a la cárcel y luego debieron marchar al exilio. Todo comenzó
a disiparse con la llegada de Juan Manuel de Rosas al poder cuando se cerraba
el año 1829. Y aunque disfrutaron de importantes privilegios durante la larga
dictadura encabezada por su pariente, y en numerosas ocasiones obtuvieron
ventajas de la arbitrariedad del estado rosista, ello no siempre les permitió
resguardarse de muchas de las incertidumbres propias de ese convulsionado
período.
La demolicion de la Recova Vieja, Los trabajos de demolición comenzaron el 25 de mayo de 1883 |
Falto
de un horizonte de estabilidad en el mediano y largo plazo, y en el que el
comercio de viejo tipo ya no ofrecía mayor atractivo, la estrategia económica que
parecía más apropiada era aquella que apuntaba, en primer lugar, a otorgar
seguridad al patrimonio acumulado. En una carta a su hermano Tomás fechada en
el otoño de 1822, Juan José formuló este razonamiento de modo muy explícito. En
esos años en los que la reconversión de su fortuna comenzaba a tomar forma, el
líder de la familia instaba a su hermano menor a imitarlo, señalándole que:
“la edad y las circunstancias de todos los países me
decidieron a poner fondos en bienes raíces concentrando todo sobre esta [ciudad
de Buenos Aires] para evitar los contrastes que en otras partes pueden ocurrir.
Yo me persuado podría convenirte invertir la mitad de tus intereses en bienes
raíces y con la otra mitad algunos descuentos o entretenimientos y por lo
futuro siempre tendrás alguna suma movible”.
Depósitos
en plazas bancarias como Londres permitían colocar activos al abrigo de la
incertidumbre que dominaba al Río de la Plata. El sistema de comunicaciones de
la época, dependiente de la navegación a vela, hacía que inevitablemente
pasaran varios meses hasta que un propietario pudiese reunirse con sus activos
depositados en Europa. Frente a estas alternativas, la inversión en bienes
inmuebles resultaba más segura y confiable. En contraste, la inversión en
inmuebles urbanos para renta ofrecía un ingreso constante y seguro, sobre todo
si se contaba con numerosos inquilinos. La sostenida expansión que la ciudad de
Buenos Aires experimentó a lo largo del período (pasó de 43.000 habitantes en 1810 a 177.800 en 1869)
también impulsaba el incremento del precio de los inmuebles urbanos. Rosas
advirtió las ventajas de poseer propiedad urbana, y en momentos en que se
preparaba para acceder al poder supremo le escribía a su primo que:
“si algo queda después de esta tormenta acaso seria
bueno comprarle á Encarnación una ó dos casa para que con el alquiler se
mantengan si les hace falta”
Considerando
estas circunstancias, resulta comprensible que el mayor de los Anchorena
invirtiera importantes sumas en inmuebles de renta urbana. Advertidos de las
limitaciones de este ejercicio, recordemos que a lo largo de la década de 1820,
Juan José adquirió diversas propiedades urbanas, entre las que se encontraba la
antigua casa de correos, que compró con el fin de destinarla a vivienda particular.
También le compró a un conocido comerciante británico, William Parish
Robertson, “seis casas de alto en la calle del Brazil, y dos en la calle de
Balcarce”, que aún se encontraban en construcción. Entre 1821 y 1829 Juan José
adquirió inmuebles en Buenos Aires por no menos de $ 68.000.
Estas
inversiones no parecen haber sido mucho menores que sus inversiones en ganado y
estancias en el mismo período. Para la compra y explotación de sus
establecimientos rurales, Juan José se asoció con su hermano Mariano. El grueso
de sus colocaciones en empresas rurales data de la década de 1820. Sabemos que Juan José abonó $ 6.000 por la
adquisición de la mitad de Las Dos Islas (56.000 hectáreas),
$ 2.750 por la mitad de Los Camarones (119.000 hectáreas),
y $ 4.000 por el derecho a explotar en enfiteusis 130.000 hectáreas
en Marihuincul. También desembolsó unos 35.000 pesos por ganado y otras 2
leguas. En total, Juan José invirtió
unos $ 47.750 por la posesión o la propiedad del 50 % de más de 300.000 hectáreas
de tierra y ganados en la frontera. Como
consecuencia del bajo precio del suelo, los Anchorena adquirieron o arrendaron
territorios muy extensos, que difícilmente estaban en condiciones de poner a
producir inmediatamente.
Una
somera consideración de los demás activos de este empresario sugiere que Juan
José de Anchorena complementaba sus ingresos provenientes de la renta urbana y
la actividad rural con otros de diversas fuentes, entre ellas el comercio
interno y el préstamo de dinero. Poco a poco fue concentrándose en la
comercialización de bienes de producción doméstica, en particular de yerba y
maderas, que traía del alto Paraná y distribuía en el interior y las provincias
litorales. También introducía azúcar,
textiles y cuchillería, y exportaba cueros. En esos años poseía una tienda y
almacén minorista en Buenos Aires, y también incursionó en la producción de
trigo y la comercialización de pan. Por
otra parte, participaba en el préstamo de dinero, descontando letras de cambio.
La muerte prematura de Juan José, ocurrida en 1831 cuando apenas había cumplido
los cincuenta años, impide evaluar hasta qué punto la transformación que se
propuso encarar a comienzos de la década anterior alcanzó a completarse.
Escudo de Armas de la familia Anchorena. |
Tomás Manuel fue, de los tres integrantes de esta segunda generación de Anchorenas en el Plata, aquel que mostró menos fascinación por la acumulación de riqueza. A diferencia de su hermano mayor, a quien su padre había preparado para sucederlo al frente de la casa comercial, Tomás había sido destinado a una carrera letrada, que comenzó bajo el Antiguo Régimen, y que continuó bajo signo republicano. El hecho de que el deceso de su padre se produjese cuando Juan José se hallaba lejos de Buenos Aires y cuando Mariano todavía era menor de edad lo forzó a asumir temporariamente la dirección de los negocios familiares. Más tarde, la crisis del orden colonial lo mantuvo largo tiempo ocupado en el rescate de lo que quedaba de los intereses familiares en el Alto Perú. Aun así, se las arregló para ocupar lugares expectables en la vida política del período revolucionario. Luego de 1820, y a pesar de continuas y prologadas enfermedades, que lo mantuvieron postrado por largos períodos, siguió siendo un notable de la vida porteña hasta su muerte en 1847. Tras su alejamiento del comercio y del préstamo de dinero, Tomás Manuel invirtió el grueso de su patrimonio en bienes inmuebles urbanos y rurales, y vivió hasta su muerte de las rentas y ganancias que éstos generaban. Anchorena legó a sus herederos una gran propiedad rural y dos importantes inmuebles urbanos.
En
años sucesivos, gracias a la recuperación económica, los ingresos por
alquileres se incrementaron, aunque a un ritmo más pausado que el de los
ingresos rurales: $ 3.300 en 1848, $ 5.100 en 1849, $ 5.500 en 1850. Acompañando
la veloz expansión de la ciudad, y por tanto del precio del suelo en las
décadas de 1850 y 1860, desde esta última fecha subieron sin pausa, hasta
alcanzar los $ 20.000 anuales en 1870. el
incremento de valor de los inmuebles urbanos incluso podía ser más alto que el
de los rurales. Cuando falleció en 1847, Tomás de Anchorena poseía las tres
propiedades a las que hemos hecho referencia, además del equivalente a unos $
50.000, repartido entre onzas de oro, depósitos en Londres y moneda corriente.
En resumen, a precios de 1871 la fortuna de
Tomás Manuel debía estar cerca de los $ 900.000.
Lucila Marcelina Anchorena (1867-1917), |
La
historia del más exitoso de estos tres hermanos ofrece evidencias adicionales
que confirman cuáles eran los rasgos singularizaban el patrón de inversiones
mejor adaptado a las cambiantes alternativas de ese tormentoso período. Desde
la década de 1820, Mariano Nicolás volcó parte de su fortuna hacia la tierra,
pero siguió participando en distintos emprendimientos mercantiles. A fines de
la década de 1830, por ejemplo, era un importante productor y especulador en
trigo, y se lo llegó a acusar de dominar el mercado local. El inventario de sus bienes, realizado en
1871, indica que su fortuna era en efecto muy grande, pues para entonces
alcanzaba a la extraordinaria cifra de $ 5,76 millones ($144 millones moneda
corriente).
La visión que describe a Mariano Nicolás Anchorena como “el más rico ganadero de Buenos Aires” quizás no era del todo errada, puesto que al morir en 1856 dejó a sus tres herederos (sus hijos Nicolás y Juan y su nieto Fabián Gómez) unas 200.000 hectáreas. De estas estimaciones podemos concluir que el hombre que era tenido por el mayor terrateniente de las pampas poseía una fortuna diversificada que superaba los $3 millones, cuya estructura estaba compuesta, en partes relativamente equivalentes, por bienes urbanos, bienes rurales y activos líquidos, con una ligera primacía de los primeros.
La visión que describe a Mariano Nicolás Anchorena como “el más rico ganadero de Buenos Aires” quizás no era del todo errada, puesto que al morir en 1856 dejó a sus tres herederos (sus hijos Nicolás y Juan y su nieto Fabián Gómez) unas 200.000 hectáreas. De estas estimaciones podemos concluir que el hombre que era tenido por el mayor terrateniente de las pampas poseía una fortuna diversificada que superaba los $3 millones, cuya estructura estaba compuesta, en partes relativamente equivalentes, por bienes urbanos, bienes rurales y activos líquidos, con una ligera primacía de los primeros.
Mercedes Emilia de Urquiza Anchorena, la tercera hija de Lucila. (1893-1968) |
De
particular relevancia para la actividad rural fueron la expansión militar de la
frontera, cuyo último gran episodio fue la campaña de 1878-80. Los Anchorena se
lanzaron a aprovechar las oportunidades que presentaba esa coyuntura, y para
ello desplazaron hacia el sector rural una parte de los activos que poseían en
otros sectores de actividad. Contra lo
que se ha afirmado muchas veces, recién en esta etapa de aceleración de la
expansión del capitalismo agrario en la pampa se terminó de definir la vocación
terrateniente de los Anchorena y, más en general, de toda la gran burguesía
argentina.
La historia del hijo de Tomás Manuel de Anchorena ofrece claras indicaciones en este sentido. A diferencia de su padre, Tomás Severino tuvo una participación más bien ocasional en la escena política (que incluyó un breve paso por el ministerio de Luis Sáenz Peña), prefiriendo “la tranquilidad del hogar a las agitaciones de la vida pública”. Como único hijo varón de una familia de seis hermanos, Tomás S. estaba destinado a hacerse cargo la administración los intereses rurales de la familia, y ejerció esta función hasta el fallecimiento de su madre y el casamiento de varias de sus hermanas. Sus propios negocios también estuvieron vinculados a la producción rural.
La historia del hijo de Tomás Manuel de Anchorena ofrece claras indicaciones en este sentido. A diferencia de su padre, Tomás Severino tuvo una participación más bien ocasional en la escena política (que incluyó un breve paso por el ministerio de Luis Sáenz Peña), prefiriendo “la tranquilidad del hogar a las agitaciones de la vida pública”. Como único hijo varón de una familia de seis hermanos, Tomás S. estaba destinado a hacerse cargo la administración los intereses rurales de la familia, y ejerció esta función hasta el fallecimiento de su madre y el casamiento de varias de sus hermanas. Sus propios negocios también estuvieron vinculados a la producción rural.
La
campaña de exterminio de los indígenas de fines de la década de 1870, que
amplió la oferta de tierras en la frontera, le ofreció la oportunidad de
expandir notablemente su patrimonio inmobiliario, y entre 1882 y 1884 Tomás Severino
se hizo dueño de cerca de 100.000 hectáreas en el territorio de La Pampa.
No obstante, Tomás no poseía recursos suficientes como para poner inmediatamente
en producción estas tierras de frontera. A lo largo de su vida, Tomás S. había
reducido la importancia de sus activos urbanos, en especial los destinados a
captar rentas.
Nunca parece haber incursionado en actividades comerciales, o en el préstamo de dinero. Su principal preocupación parece haber sido reorientar sus activos hacia la inversión en tierras y empresas rurales, que a su muerte representaban casi dos tercios de sus bienes. Su primo Pedro, el único hijo varón de Juan José de Anchorena, que falleció casi una década más tarde que Tomás S., dejó una fortuna de más de $ 4 millones oro, esto es, cercana a los $ 10 millones papel. La herencia que cada uno de estos primos recibió, sin embargo, era distinta. Mientras Tomás adquirió por sí mismo cerca de la mitad de los bienes que legó a sus sucesores, todos los bienes de Pedro eran heredados.
Nunca parece haber incursionado en actividades comerciales, o en el préstamo de dinero. Su principal preocupación parece haber sido reorientar sus activos hacia la inversión en tierras y empresas rurales, que a su muerte representaban casi dos tercios de sus bienes. Su primo Pedro, el único hijo varón de Juan José de Anchorena, que falleció casi una década más tarde que Tomás S., dejó una fortuna de más de $ 4 millones oro, esto es, cercana a los $ 10 millones papel. La herencia que cada uno de estos primos recibió, sin embargo, era distinta. Mientras Tomás adquirió por sí mismo cerca de la mitad de los bienes que legó a sus sucesores, todos los bienes de Pedro eran heredados.
Casamiento de la señorita
Josefina Anchorena con el doctor Enrique Rodríguez Larreta. Caras y Caretas del
24 de noviembre de 1900
|
El dia de la boda de Enrique Anchorena, 14 de septiembre de 1901, con Ercilia Cabral Hunter en la iglesia de la Merced. |
Residencia de Pedro Anchorena Boulevard Maritimo y Alsina año 1902 Mar del Plata |
Residencia de Pedro Anchorena Boulevard Maritimo y Alsina Mar del Plata |
Aaron de Anchorena paseando junto a su esposa en la su estancia de la Isla Victoria Año 1904 |
En el plano catastral de Mar del Plata se puede ver la extensión de tierras que poseia Enrique Amchorena |
Aarón de Anchorena.
Residencia de Carlos Madariaga
Anchorena, entre las primeras casas de la familia hasta fines del siglo XIX.
|
Capilla en la estancia La Azucena. Tandil perteneciente a la familia Anchorena |
Jorge Newbery y Aarón de Anchorena, antes de la histórica ascención del Pampero. Año 1907 |
Jorge Newbery y Aarón de Anchorena, en la histórica ascención del Pampero. Año 1907 |
Jorge Newbery y Aarón de Anchorena, en la histórica ascención del Pampero. Año 1907 |
Aarón de Anchorena |
Jorge Newbery y Aarón Anchorena, a bordo de El Pampero |
Jorge Newbery a bordo de El Pampero |
El Pampero en pleno vuelo. Año 1907 |
Los
hijos de Tomás Manuel de Anchorena y Clara García de Zúñiga recibieron apenas
una sexta parte de la fortuna de sus progenitores. En cambio, cada uno de los
tres descendientes de Juan José y Andrea Ibáñez (Pedro, Rosa y Mercedes),
heredaron una porción mayor de una fortuna que, además, era más grande. Rosa,
por ejemplo, heredó unas 80.000 hectáreas en Pila y Mar Chiquita, además
de más de media docena de propiedades urbanas.
Aarón de Anchorena. Una vida privilegiada. Autor: Baccino de León, Napoleon
|
Aaron de Anchorena en 1918 recorrió Formosa y convivió con los pilagás y se entrevistó con el cacique Garcette, con quien intercambió un moderno fusil por una manta tejida. |
Este
fenómeno también se observa cuando consideramos la trayectoria de los hermanos
Juan Nepomuceno y Nicolás Anchorena. Los hijos de Mariano Nicolás heredaron no
sólo la fortuna sino también el talento para acumular dinero que hizo famoso a su
padre. Ambos fueron especialmente sensibles a los atractivos que ofrecía la
actividad rural en el último tercio del siglo XIX. Ello se advierte en el giro que le imprimieron a sus
negocios, cuyo centro de gravedad pasó, aun más que en los ejemplos que acabamos
de citar, de la ciudad a la producción rural. Los hijos de Mariano Nicolás recibieron de su padre numerosas
propiedades urbanas, así como dinero y 48 leguas de campo.
Como hemos señalado más arriba, la fortuna que Mariano Nicolás dejó en 1856 tenía una firme base en la renta urbana y el préstamo de dinero, que combinados debían representar al menos dos tercios del patrimonio. El grueso de esa fortuna no se dividió hasta el fallecimiento de la viuda de Anchorena, Estanislada de Arana, a comienzos de la década de 1870. Tras la muerte de su Nicolás, su viuda continuó invirtiendo sus excedentes en la compra de propiedad urbana, a punto tal que para comienzos de la década de 1870 este patrimonio estaba compuesto en un 61 % por inmuebles urbanos.
Sra. Josefina de Anchorena |
Como hemos señalado más arriba, la fortuna que Mariano Nicolás dejó en 1856 tenía una firme base en la renta urbana y el préstamo de dinero, que combinados debían representar al menos dos tercios del patrimonio. El grueso de esa fortuna no se dividió hasta el fallecimiento de la viuda de Anchorena, Estanislada de Arana, a comienzos de la década de 1870. Tras la muerte de su Nicolás, su viuda continuó invirtiendo sus excedentes en la compra de propiedad urbana, a punto tal que para comienzos de la década de 1870 este patrimonio estaba compuesto en un 61 % por inmuebles urbanos.
Los
hermanos Nicolás y Juan formaron una sociedad para administrar sus empresas
rurales, que funcionó hasta la muerte del primero en 1884. Dos rasgos
singularizan este proceso. Por una parte, el vivo interés de los hijos de
Mariano Nicolás por expandir sus propiedades rurales, al que se lanzaron,
gracias a adelantos de herencia, poco después de la muerte de su padre. En
segundo lugar, la lenta incorporación de estas tierras a la producción, que
sólo parece haberse acelerado a fines de la década de 1870, cuando estos
hermanos comenzaron a realizar fuertes inversiones en mejoras, y a asumir más
plenamente el rol de empresarios rurales.
Para cuando se iniciaba el último tercio del siglo, pues, Nicolás y Juan Anchorena habían multiplicado por 2,5 la superficie de su patrimonio territorial (que pasó de 48 a 124,5 leguas, o poco más de 310.000 hectáreas). Por largos años, estos hermanos promovieron acuerdos de aparcería o arrendamiento que dejaban parte del control de lo que sucedía en sus tierras en manos de actores económicos más humildes: a comienzos de la década de 1870 tenían arrendadas al menos unas 17 leguas Pila y unas 8 leguas en Mar Chiquita, y también sus tierras de Chascomús y Morón. Sólo a fines de la década de 1870 se dispusieron a ejercer un control más directo de sus posesiones. Sabemos, por ejemplo, que en la década de 1870 las 17 leguas que tenían arrendadas en Mar Chiquita fueron colocadas bajo control directo de la sociedad, y pobladas con lanares; entre fines de la década de 1870 y la muerte de Nicolás en 1884, los Anchorena erigieron cercos de “una extensión lineal de doscientos cuarenta y ocho leguas”, es decir, 620 kilómetros.
Para cuando se iniciaba el último tercio del siglo, pues, Nicolás y Juan Anchorena habían multiplicado por 2,5 la superficie de su patrimonio territorial (que pasó de 48 a 124,5 leguas, o poco más de 310.000 hectáreas). Por largos años, estos hermanos promovieron acuerdos de aparcería o arrendamiento que dejaban parte del control de lo que sucedía en sus tierras en manos de actores económicos más humildes: a comienzos de la década de 1870 tenían arrendadas al menos unas 17 leguas Pila y unas 8 leguas en Mar Chiquita, y también sus tierras de Chascomús y Morón. Sólo a fines de la década de 1870 se dispusieron a ejercer un control más directo de sus posesiones. Sabemos, por ejemplo, que en la década de 1870 las 17 leguas que tenían arrendadas en Mar Chiquita fueron colocadas bajo control directo de la sociedad, y pobladas con lanares; entre fines de la década de 1870 y la muerte de Nicolás en 1884, los Anchorena erigieron cercos de “una extensión lineal de doscientos cuarenta y ocho leguas”, es decir, 620 kilómetros.
Enriqueta Salas de Anchorena y Sara Josefina Anchorena |
En la temporada de Mar del Plata
del año 1908 vemos a Nazar Anchorena y Matias Mackinlay Zapiola dedicandose a
una de sus aficiones favoritas, el boxeo (Caras y Caretas del 8 de febrero de
1908)
|
Benito Nazar Anchorena y sus hijos en Mar del Plata Revista Caras y Caretas del 29 de enero de 1916 |
El incremento en el precio del suelo inducido por el cierre de la frontera modificó el horizonte en el que se había venido desenvolviendo la actividad empresarial en el sector rural. La creación de explotaciones sobre tierras de bajo precio, característica de la estrategia económica de los empresarios de esta familia a lo largo del siglo XIX, desde entonces se reveló imposible, y desde comienzos de siglo ningún miembro de esta familia pudo emular las grandes compras de tierra que generaciones anteriores habían realizado en el siglo XIX. La gran expansión del cultivo cerealero desde la década de 1890, que también trajo como consecuencia un alza en el precio de la tierra, operó en el mismo sentido.
En el período finisecular, muchos miembros de la familia Anchorena se lanzaron de lleno a una vida de consumo conspicuo, cuya magnificencia no registraba precedentes en la historia de la elite socioeconómica argentina. Ello se puso de manifiesto en la construcción de fastuosas residencias urbanas y grandes casas rurales, que reemplazaron las modestas moradas hasta entonces típicas de la elite porteña.
Vivienda perteneciente a Lucila Marcelina Anchorena (1867-1917), hija de Juan Anchorena en Vicente Lopez |
En Buenos Aires durante el período que va del cambio de siglo al estallido de la Primera Guerra Mundial asistió a la construcción de palacios tales como el de la viuda de Nicolás Anchorena, Mercedes Castellanos, o el que Lucila Anchorena y su marido Alfredo de Urquiza construyeron sobre las barrancas de San Isidro.
Concurso de tenis en Plaza Colon. circa 1910. Gentileza Cristina Corsini |
Señorita Clara Cobo Anchorena. Gentileza Cristina Corsini |
Señoritas Ercilia Cabral Hunter de Anchorena y Maria Teresa Hunter de Roca en la Rambla Bristol. Gentileza Cristina Corsini |
Sras. Enriqueta Salas de Anchorena y María Ayerza de Peró. Gentileza Cristina Corsini |
Joaquín Samuel de Anchorena Riglos con sus hijos en la Rambla Bristol |
Tomas Esteban Anchorena, el
presidente Roque Saenz Peña, Clara Cobo y B.A. de Castex. De pie, detras y de
izq. a der.: R. Gonzalez, F. Gowland y F. Bosch. circa 1912
|
Reunión en la casa de Enrique Anchorena en 1913. |
Clara de Anchorena Garcia de Zuñiga de Uribelarrea, hija de Tomas Manuel de Anchorena |
La
estabilidad finalmente alcanzada por la Argentina en el período finisecular,
combinada con la extendida confianza en que la economía se encontraba en una
marcha ascendente que no iba a detenerse (y que por tanto auguraba una continua
valorización de los activos inmuebles), seguramente invitó a muchos
propietarios a despreocuparse del futuro, y a disfrutar de las rentas cada vez
más crecidas que rendían sus propiedades. Esta opción resultaba especialmente
atractiva entre las viudas o las solteras emancipadas de la tutela de sus
padres.
Agustina y Clara, dos de las cinco hijas de Tomás Manuel de Anchorena, se cuentan en este grupo. Agustina fijó su residencia en París, adonde le llegaban regularmente los arrendamientos devengados por sus 32.000 hectáreas en Las Víboras y por sus dos fincas en el centro de Buenos Aires. Su hermana Clara vivió con gran lujo hasta pasados los noventa años gracias a las copiosas rentas generadas por sus numerosas propiedades urbanas y rurales y sus cédulas hipotecarias, que a fines de la década de 1920, poco antes de su muerte, superaban los $ 3,5 millones.
Agustina y Clara, dos de las cinco hijas de Tomás Manuel de Anchorena, se cuentan en este grupo. Agustina fijó su residencia en París, adonde le llegaban regularmente los arrendamientos devengados por sus 32.000 hectáreas en Las Víboras y por sus dos fincas en el centro de Buenos Aires. Su hermana Clara vivió con gran lujo hasta pasados los noventa años gracias a las copiosas rentas generadas por sus numerosas propiedades urbanas y rurales y sus cédulas hipotecarias, que a fines de la década de 1920, poco antes de su muerte, superaban los $ 3,5 millones.
Revista Caras y Caretas del 10 de
septiembre de 1921, escenas de El Boqueron, propiedad de Enrique de Anchorena
en Mar del Plata
|
Durante la disputa de la Copa El Boqueron, el dueño de casa con un grupo de invitados.jpg |
Cotillon a beneficio del Hospital Mar del Plata en el Hotel Bristol Año 1921 |
Cotillon a beneficio del Hospital Mar del Plata en el Hotel Bristol Año 1921 |
Imagen del Dr. Nazar Anchorena, siendo presidente de la Universidad de La Plata, en noviembre de 1925 |
Los
indudables encantos de la vida del rentista también sedujeron a varios miembros
masculinos de esta familia, y algunos de ellos se destacaron porque su posición
económica les ofreció la posibilidad de perseguir en gran forma objetivos
distintos a la mera acumulación de dinero. De todos ellos, los más conocidos fueron
Fabián Gómez de Anchorena y Aaron de Anchorena. Fabián alcanzó la mayoría de
edad a comienzos de la década de 1870, y desde entonces hizo que la fortuna que
había heredado de su abuelo Mariano Nicolás, que para mediados de la década de
1870 estaba cerca de los $ 3 millones oro, funcionara como una llave de entrada
a la gran sociedad europea, en la que se movió hasta su bancarrota en la década
de 1890.
Su historia revela bien que en el último tercio del siglo, gracias a la expansión del capitalismo en la pampa, y la enorme masa de riqueza que éste generó, una persona como él, que sin duda se contaba entre los argentinos más ricos de su tiempo, podía codearse con las elites de ciudades continentales de segundo rango como Venecia, Florencia o Madrid (la elite británica, más opulenta, parece haberlo tratado con frialdad). En Madrid, Fabián formó parte del séquito aventurero del futuro Alfonso XII, a quien en ocasiones parece haber superado en su capacidad para derrochar dinero.
Su historia revela bien que en el último tercio del siglo, gracias a la expansión del capitalismo en la pampa, y la enorme masa de riqueza que éste generó, una persona como él, que sin duda se contaba entre los argentinos más ricos de su tiempo, podía codearse con las elites de ciudades continentales de segundo rango como Venecia, Florencia o Madrid (la elite británica, más opulenta, parece haberlo tratado con frialdad). En Madrid, Fabián formó parte del séquito aventurero del futuro Alfonso XII, a quien en ocasiones parece haber superado en su capacidad para derrochar dinero.
Joaquin de Anchorena Presidente del Jockey Club |
Esteban J. Anchorena, secretario del gobernador Martinez de Hoz en 1933. |
Aaron Anchorena durante la venta del Palacio Anchorena en 1936.jpg |
Su primo Aarón Anchorena, uno de los ocho hijos de
Nicolás, también alcanzó cierta fama en su tiempo como hombre de mundo, y
además como deportista y explorador. Activo
integrante de lo que en su época se daba en llamar la “colonia” argentina en
París, Aarón fue por largo tiempo secretario honorario de la legación argentina
en la capital francesa. Dado
que el alza del precio del suelo tornaba difícil la expansión del patrimonio
territorial recibido, las biografías económicas de los Anchorena desde el
cambio de siglo presentan alternativas menos atractivas que las de la
generación anterior, y en general relevan aspectos más rutinarios de la gestión
de los recursos heredados. Una de las novedades de este período se refiere al
mayor interés demostrado por los empresarios de esta familia por la mejora de
las técnicas agrícolas, en particular en lo referido a la explotación ganadera.
Juan Nepomuceno Anchorena había sido descripto muchas veces como el ejemplo paradigmático del gran propietario ausentista y reacio a la modernización, mientras que sus hijos y sobrinos, se mostraron mucho más dispuestos a apreciar las ventajas de invertir en la mejora técnica, y de supervisar in situ la marcha de sus explotaciones. A la muerte de Tomas Severino su hijo Esteban alcanzó cierta fama como criador de animales de raza, y su cabaña Santa Clara se contaba entre las más prestigiosas del país en el primer cuarto de siglo. Otro tanto puede decirse sobre su otro hijo, Joaquín S., que hizo de su estancia La Merced una de las más renombradas de la pampa. Otro de los hijos de Tomas Severino, Victorio Hilario, fallecido en 1911, indica la creciente especialización en la actividad rural que signó a los Anchorena desde fines del siglo XIX. Fallecido prematuramente a los 41 años, Victorio dejó una estancia de unas 15.000 hectáreas en La Pampa, que representaba el 80 % de su activo.
Juan Nepomuceno Anchorena había sido descripto muchas veces como el ejemplo paradigmático del gran propietario ausentista y reacio a la modernización, mientras que sus hijos y sobrinos, se mostraron mucho más dispuestos a apreciar las ventajas de invertir en la mejora técnica, y de supervisar in situ la marcha de sus explotaciones. A la muerte de Tomas Severino su hijo Esteban alcanzó cierta fama como criador de animales de raza, y su cabaña Santa Clara se contaba entre las más prestigiosas del país en el primer cuarto de siglo. Otro tanto puede decirse sobre su otro hijo, Joaquín S., que hizo de su estancia La Merced una de las más renombradas de la pampa. Otro de los hijos de Tomas Severino, Victorio Hilario, fallecido en 1911, indica la creciente especialización en la actividad rural que signó a los Anchorena desde fines del siglo XIX. Fallecido prematuramente a los 41 años, Victorio dejó una estancia de unas 15.000 hectáreas en La Pampa, que representaba el 80 % de su activo.
Algo
similar se observa cuando consideramos a los hijos varones de Juan Anchorena.
Nicolás Paulino poseía casi dos tercios de su fortuna en bienes rurales. Su
hermano Juan Esteban, de vida mucho más prolongada, tuvo más tiempo para
profundizar este rumbo. Cuando murió en 1943 dejó una fortuna de unos 5
millones (más de $ 13 millones de pesos moneda nacional), en la que las
propiedades rurales representaban el 76 % de su patrimonio total. Entre sus tierras,
que alcanzaban a más de 100.000 hectáreas, se destacaban cerca de 30.000 hectáreas
en Pila, en la provincia de Buenos Aires, y otras 45.000 en Río Cuarto. De
estas tierras, más del 80 % eran heredadas. Todos estos integrantes del clan
Anchorena hicieron de la actividad rural el centro de sus intereses económicos,
especializándose en la administración de la importante herencia territorial
recibida, a la que a lo sumo combinaron (como en el caso de Tomás Esteban y
Manuel Baldomero) con el ejercicio de alguna profesión liberal. El caso de
Joaquín Samuel de Anchorena ofrece quizá la excepción a este patrón.
Joaquín
se destacó por sus dotes organizativas y su gusto por la vida asociativa, a las
que consagró muchas horas de su tiempo. Fue diputado nacional por el Partido
Conservador de la provincia de Buenos Aires, intendente de la ciudad de Buenos
Aires durante la presidencia de Sáenz Peña, interventor federal bajo el
yrigoyenismo, y además presidió en numerosas ocasiones instituciones tan
prestigiosas como el Jockey Club y la Sociedad Rural. También fue un reconocido
profesor universitario que alcanzó a ocupar el decanato de la Facultad de
Veterinaria, y una figura relevante de la Asociación del Trabajo. El éxito que
Joaquín S. alcanzó en todos estos espacios de interacción de las elites de la
república contrasta marcadamente con los tropiezos que experimentó con sus
finanzas privadas. La alternativa más
obvia a su disposición era proponerse como nexo entre diversos grupos de
interés y los despachos oficiales y las altas esferas de la sociedad nativa que
tan bien conocía. No sorprende pues que, por largas décadas, Joaquín ocupase
más de un sillón en el directorio de grandes compañías extranjeras (de
electricidad, constructoras, mineras, de comunicaciones, etc.) que supieron
apreciar sus contactos fluidos en la sociedad y la política argentinas.
Desde
entonces, empero, su descenso desde su posición encumbrada era poco menos que
inevitable. Precisamente por el carácter esencialmente territorial de la
fortuna de esta familia, tres procesos de distinto ritmo de desarrollo los
afectaron con particular dureza: la Depresión, las leyes de arrendamiento de
1943, y la fragmentación de la propiedad como consecuencia de la partición
hereditaria. A fines de 1929, cuando la Gran Depresión comenzaba a abatirse
sobre la Argentina, sus numerosos herederos asistieron a la fuerte contracción
del valor de su patrimonio. A pesar de la recuperación parcial de los precios
agrarios a mediados de la década de 1930, el paso del tiempo iba a mostrar que
el momento dorado de la renta del suelo había tocado a su fin. Y para muchos
integrantes de la familia Anchorena, las dificultades de ese período no
pudieron resolverse sin liquidar parte del patrimonio o adoptar un estilo de
vida menos rumboso.
En
1936, los hijos de Mercedes Castellanos y Nicolás Anchorena vendieron su
palacio, que desde entonces pasó a alojar al Ministerio de Relaciones
Exteriores. Tres años más tarde, tras la muerte de Alfredo de Urquiza, esposo
de Lucila de Anchorena, el palacio que este matrimonio había mandado construir
en 1911 fue demolido y vendido. La legislación sobre arrendamientos sancionada
por la Revolución de Junio a fines del año 1943 afectó con especial dureza a
los propietarios rentistas. Esta legislación, que se mantuvo en vigencia por
cerca de un cuarto de siglo, limitó la capacidad de los propietarios de
disponer libremente de su propiedad, y les aseguró a los arrendatarios la
posibilidad de permanecer en las tierras que ocupaban a cambio de un canon cuyo
monto no podía incrementarse a pesar de la fuerte inflación que signó al
período de posguerra. Para todos ellos, sin embargo, el cambio de prioridades
de la política económica desde la década de 1940, que premiaba a los
emprendimientos urbanos por sobre los rurales, se tornó claro.
En 1937, la familia Mesquita
Luro, que ordenó la construcción del palacio, vendió la propiedad a Leonor
Uriburu de Anchorena, quien estuvo a cargo de la casa hasta 1986.
|
Señores y señoras de Anchorena,
de Urquiza Anchorena, de Bustos Moron y señorita de Olazabal en el Plaza Hotel
durante los festejos de año nuevo. Revista Caras y Caretas del 12 de enero de
1935
|
En
el nuevo siglo, las extensas propiedades acumuladas por la segunda y la tercera
generación comenzaron a fragmentarse a un ritmo cada vez más veloz. Durante la
etapa de expansión de la frontera, el patrimonio territorial de los Anchorena
creció de modo sistemático, mientras que el tamaño relativamente reducido de la
familia contribuyó a mantenerlo unido, o en su defecto a reconstruirlo (muchas
veces a ampliarlo) rápidamente. Finalizada esa etapa, el aumento del precio de la
tierra hizo poco menos que imposible la expansión del patrimonio territorial de
la familia. Al mismo tiempo, las nuevas generaciones crecían a un ritmo más
veloz.
Tomás Manuel dejó seis hijos, y éstos otros 8, que a su vez tuvieron al menos 28 descendientes. Juan José dejó tres hijos, que a su vez dividieron su fortuna en 13 partes; varios de sus nietos dieron vida a más de ocho hijos cada uno (Mercedes tuvo 10 y Norberto 9). Mariano Nicolás dividió su fortuna en tres partes, pero sus hijos dejaron 14 descendientes, que se convirtieron en varias decenas para el período de entreguerras. Para 1880, los adultos que llevaban el apellido Anchorena eran unos diez o doce; cuatro décadas más tarde superaban los cuarenta, y la familia seguía creciendo. Para las décadas de 1920 y 1930 algunos miembros de este clan todavía poseían imperios territoriales que una opinión pública muy sensibilizada hacia el problema de la concentración de la propiedad rural juzgaba inaceptables. Juan Esteban, a quien hemos citado más arriba, murió en 1943 siendo propietario de más de 100.000 hectáreas. Su caso, sin embargo, era excepcional, y es probable que para entonces ninguno de sus parientes alcanzase a poseer un patrimonio similar.
Tomás Manuel dejó seis hijos, y éstos otros 8, que a su vez tuvieron al menos 28 descendientes. Juan José dejó tres hijos, que a su vez dividieron su fortuna en 13 partes; varios de sus nietos dieron vida a más de ocho hijos cada uno (Mercedes tuvo 10 y Norberto 9). Mariano Nicolás dividió su fortuna en tres partes, pero sus hijos dejaron 14 descendientes, que se convirtieron en varias decenas para el período de entreguerras. Para 1880, los adultos que llevaban el apellido Anchorena eran unos diez o doce; cuatro décadas más tarde superaban los cuarenta, y la familia seguía creciendo. Para las décadas de 1920 y 1930 algunos miembros de este clan todavía poseían imperios territoriales que una opinión pública muy sensibilizada hacia el problema de la concentración de la propiedad rural juzgaba inaceptables. Juan Esteban, a quien hemos citado más arriba, murió en 1943 siendo propietario de más de 100.000 hectáreas. Su caso, sin embargo, era excepcional, y es probable que para entonces ninguno de sus parientes alcanzase a poseer un patrimonio similar.
Grupo de llamas paseando por la estancia de los Anchorena en Colonia- Uruguay. Año 1941. Imagen de Hart Preston para la Revista LIFE |
El
ejemplo quizás más notable de dispersión del patrimonio inmobiliario de esta
familia lo ofrece la descendencia del único hijo varón de Juan José de
Anchorena. En 1908, Pedro dejó más de 60.000 hectáreas
de tierra pampeana a sus 10 herederos. Cuatro décadas más tarde, su hijo
Norberto repartió 13.000
hectáreas en la pampa entre sus 9 vástagos. Cuando a
Eduardo, nieto de Pedro e hijo de Norberto, le tocó distribuir sus bienes,
apenas pudo disponer de 951
hectáreas en Pila y otras 836 de valor muy inferior en
La Pampa. Para mediados del siglo XX, la familia Anchorena todavía gozaba de
enorme prestigio. Su nombre se asociaba con los valores que singularizaban a
los sectores más tradicionales de la elite argentina, en una etapa en la que
éstos todavía irradiaban su poderosa influencia sobre amplios sectores de la
vieja elite y también sobre el nuevo empresariado surgido al calor de las
transformaciones económicas de la primera mitad de siglo.
Para entonces, sin embargo, resulta dudoso que alguno de los integrantes de este distinguido clan familiar de comerciantes que, tras sucesivas mutaciones habían devenido terratenientes, tuviesen un lugar en la cúspide de esta nueva elite económica, que se había enriquecido y transformado gracias a la expansión de la economía urbana e industrial, y que aparecía presidida por empresarios de la manufactura, el comercio, los servicios y las finanzas. Incapaces de advertir a tiempo el cambiante curso de los vientos económicos que comenzaban a soplar en la Argentina desde la década de 1920, los Anchorena siguieron atados a la suerte del sector rural en una etapa en la que éste difícilmente podía brindarles la posibilidad de recrear la fortuna de las generaciones pasadas. Herederos de un pasado más glorioso y magnífico que su presente, conforme nos internos en la segunda mitad del siglo XX los Anchorena se hundieron progresivamente en el magma de las clases medias altas.
Para entonces, sin embargo, resulta dudoso que alguno de los integrantes de este distinguido clan familiar de comerciantes que, tras sucesivas mutaciones habían devenido terratenientes, tuviesen un lugar en la cúspide de esta nueva elite económica, que se había enriquecido y transformado gracias a la expansión de la economía urbana e industrial, y que aparecía presidida por empresarios de la manufactura, el comercio, los servicios y las finanzas. Incapaces de advertir a tiempo el cambiante curso de los vientos económicos que comenzaban a soplar en la Argentina desde la década de 1920, los Anchorena siguieron atados a la suerte del sector rural en una etapa en la que éste difícilmente podía brindarles la posibilidad de recrear la fortuna de las generaciones pasadas. Herederos de un pasado más glorioso y magnífico que su presente, conforme nos internos en la segunda mitad del siglo XX los Anchorena se hundieron progresivamente en el magma de las clases medias altas.
Aarón Félix Martín de Anchorena–estancia Anchorena,Colonia,Uruguay. Fotografo Hart Preston Revista LIFE |
Aarón Félix Martín de Anchorena–estancia Anchorena,Colonia,Uruguay, Fotografo Hart Preston Revista LIFE |
Juan Manuel Cipriano Paz Anchorena (1894-1978) |
Residencia de los Anchorena en nuestra ciudad
Estancia La Armonía: En
la ciudad de Mar del Plata los descendientes de esta familia vivieron en la
Estancia La Armonía. Clara Josefina Cobo Ocampo de Anchorena Riglos, cuando le
sacaron esta foto tenía 37 años, su padre era Manuel José Cobo Lavalle
(1833-1885)) y su madre Clara Victoria Fortunata Ocampo Lozano (1837-1905). Se
casó en la Iglesia de Nuestra Sra. del Soccorro en Bs. As. con Tomás Esteban
Anchorena Riglos (3-8-867/ 16-9-916) que era hijo de Tomás Severino de
Anchorena García de Zúniga y de Mercedes Francisca Riglos Villanueva.
Estancia La Armonia Año 1903. Foto enviada por Cristina Corsini |
Clara Cobo de Anchorena con sus hijas en la pelousse del palacio Cobo”. Del álbum Recuerdo de Mar del Plata impreso por Casa Piccardo en la temporada 1912″. Enviada por José Alberto Lago. |
Señoras Mercedes Unzue de Quintana y Clara Cobo de Anchorena |
Estancia La Armonía. Decada del 40. Foto de Virgina Marta Fiscella de Junco |
El
Matrimonio Clara-Tomas, tuvo cuatro hijas, Clara Mercedes nacida el 5-5-898;
Mercedes Clara Nieves nacida el 5-8-1900, casada en 1921 con Santiago Rey
Bassadre Mattos y tuvo un segundo matrimonio con Eliseo Segura Ayerza que a su
vez estuvo casado con Susana Peffabet; la 3er. hija fue Dolores Clara, nacida
el 24-8-903 casada en 1923 con Carlos Marcelo Ugarte Tomkinson, con el cual
tuvo dos hijos, Carlos y Dolores. y la 4ta. hija se llamó Rosa Clara, nacida el
13-5-1905.
Estancia El Boqueron: Saliendo desde Mar del Plata en dirección a Batan y tomando la ruta 88 a la altura del km. 11,26 llegamos hasta el camino conocido como Los Ortiz y desde allí en un trayecto de 8 km. se llega a la entrada principal de la estancia. El notable casco construido en medio de un paisaje inigualable fue obra de Enrique Anchorena y su esposa, Ercilia Cabral Hunter. El nombre de esta estancia es uno de los más encumbrados del área rural marplatense y es una referencia poblacional en desarrollo por su cercanía a la ciudad.
Estancia El Boqueron de Enrique Anchorena - Foto extraida del sitio Diario Accion TV |
Fiesta deportiva-social en la Estancia El Boqueron de Enrique Anchorena |
El título El Boquerón fue puesto por Ovidio Zubiaurre, una de las primeras autoridades municipales de Mar del Plata. Su padre, Eusebio Zubiaurre, había fundado en la vecindad, en la década del 60 del siglo XIX, la estancia Ituzaingó, nombre que, como El Boquerón, recuerda una famosa batalla de la Guerra del Paraguay. El nombre del barrio se vincula con la guerra que Argentina tuvo con el Paraguay (1867-1870) en el Boquerón, conflicto en el que participo el General Isubarreta a quien por su labor le entregaron 5000 hectáreas en premio. Este luego vende la propiedad a la familia Anchorena. Se puede ver un poco más sobre esta estancia en este mismo blog picando el siguiente enlace: Estancia El Boqueron
Vivienda Familia Anchorena: En
la ciudad de Mar del Plata estaba la mansión que fuera de la familia Anchorena
y que abarcaba la manzana de Primera Junta(frente de entrada), Saavedra,
Lamadrid y Las Heras. Rematada en la década del 40 y desglosada por loteo. Se
entraba a la derecha donde se observa como un cobertizo (para vehículos). Las
dos arcadas centrales corresponden a un porche que daba al Salón de Entrada y
la hermosísima y ancha escalera principal en madera para subir a los pisos
superiores (creo que 14 dormitorios y baños).
Mansión que fuera de la familia Anchorena y que abarcaba la manzana de Primera Junta(frente de entrada), Saavedra, Lamadrid y Las Heras. |
A la izquierda de la foto con un
formato encolumnado y sobresalido era la sala de música con pianos para las
mellizas Anchorena (todavía estaban cuando la conocí). Las ventanas sobre mano
derecha corresponde a un enorme y precioso comedor totalmente revestido en
madera con mesa principal para tal vez 30 personas. En su subsuelo tenia una
cámara frigorífica. En el jardín las dos escalinatas bordeaban hacia la salida,
rodeando una espléndida fuente en marmol blanco de Carrara con figuras
centrales. No pongo el estilo arquitectónico interno por no recordarlo. Esta
hermosísima residencia se incendió en el año 1965.
Tres Miradores: De
la residencia de Pedro Anchorena ubicada en Boulevard Marítimo y Alsina dice el Arq. Roberto O. Cova: El exterior muy
italiano, con varias aberturas coronadas, con arcos de medio punto, remata con
un entablamento completo cada planta. El superior termina con el pretil de la
terraza y se distingue además, por las escalinatas y rampas de acceso al
pórtico y los dos miradores antedichos cuyos arcos, quizás, hayan inspirados al
propietario del hotel en el que terminó la casa, para bautizarlos como “Hotel
Cabildo”.
Residencia de Pedro Anchorena Boulevard Maritimo y Alsina año 1902 Mar del Plata |
Construída en 1902 con el proyecto de los arquitectos Scolpini, es
una muestra arquitectónica de calidad, continúa diciendo Cova, en su libro “Las
Casas Compactas”, dos plantas con un gran lucernario superior y dos miradores, en
la faja media de la planta baja se suceden seis locales, de adelante hacia atrás:
el pórtico, el vestíbulo, el hall de doble altura que se convierte en triple
dada la sobreelevación del lucernario, la caja de la escalera, un conjunto de
locales sanitarios y dependencias que forma un cuadrado y se repite en el
primer piso, y una galería posterior que enfrenta, además,a una terraza
descubierta. Esta faja media tiene un eje de simetría que no es absoluta para
el total de la casa, que comprende doce dormitorios principales y siete de
servicio. El Constructor es el inefable y omnipresente Adan Gandolfi.
Publicidad de Vinos Carrodillaa de Benjamin F. Nazar Anchorena en Mar del Plata |
Chalet Enrique Anchorena Album Boninn Año 1913 |
Chalet Enrique Anchorena Album Boninn Año 1913 |
Villa Anchorena que pasó a a ser de Benjamín Anchorena, Av. Colón y Alvear. |
La
Familia Anchorena tenia otras propiedades en Mar del Plata y Batan. Las residencias eran las siguientes: Av. Colon y Alvear, Telef. Nº
897; Quinta La Prueba – Telef. Nº 1029; Chalet
Anchorena en La Madrid y La Roca, Telef Nº 397; Estancia El Boqueron – Telef.
Nº 6 de la central Los Ortiz; Estancia
El Parque – Telef. Nº 7 de la central Los Ortiz: Estancia La Serrana – Tekef.
Nº 5 de la central Los Ortiz; la manzana ubicada en las calles Chacabuco y 14 de julio que pertenecía a Benjamín Anchorena. En la década del 30 El Dr. Joaquin Anchorena y
su esposa Enriqueta Salas, tenían residencia en el Bristol Hotel.
Fuentes:
Basado en el trabajo "La
trayectoria económica de la familia Anchorena" (1800-1945) por Roy Hora (Universidad
Nacional de Quilmes, CONICET).
Genealogía
Familiar de Alfonso Becar Varela
http://www.genealogiafamiliar.net/old/getperson.php?personID=I6803&tree=BVCZ
Familia Anchorena Diario Accion TV ttp://www.acciontv.com.ar/soca/ancho/indice.htm
http://www.genealogiafamiliar.net/old/familychart.php?personID=I7102&tree=BVCZ
Familia Anchorena Diario Accion TV ttp://www.acciontv.com.ar/soca/ancho/indice.htm
http://www.genealogiafamiliar.net/old/familychart.php?personID=I7102&tree=BVCZ
Juan Esteban de Anchorena - Gentileza del sitio Genealogiafamiliar.net
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