El apellido Vaira resuena en
nuestros oídos desde siempre y explicaremos el caso. Se habló, en otra parte,
de los lombardos en Mar del Plata y de las conexiones que se daban naturalmente
entre los inmigrantes que procedían de una misma región y más aún si de una
misma provincia o de un mismo pueblo.
Explicamos también la temprana conexión entre los Cova y los Carlini, de los años 80 del pasado siglo y de cómo esa conexión siguió durante decenios. Así oímos desde siempre en la casa de doña Corina Carlini de Marchisio, hablar de los Vaira como si se tratara de ellos mismos y es fácil comprenderlo: Los Carlini y Los Vaira eran del mismo pueblo, Tresivio, en la provincia de Sondrio, y vinieron en el mismo barco a Buenos Aires. Como Don Pedro Carlini hizo dos viajes al Plata —pues volvió una vez a su patria y regresó definitivamente al país— no sabemos en cual de esas travesías coincidieron pero así fueron las cosas y la amistad entre las dos familias se prolongó mientras vivieron los protagonistas de la aventura.
Fernando Vaira - Foto enviada por Fernando Marcelo Carletti |
Explicamos también la temprana conexión entre los Cova y los Carlini, de los años 80 del pasado siglo y de cómo esa conexión siguió durante decenios. Así oímos desde siempre en la casa de doña Corina Carlini de Marchisio, hablar de los Vaira como si se tratara de ellos mismos y es fácil comprenderlo: Los Carlini y Los Vaira eran del mismo pueblo, Tresivio, en la provincia de Sondrio, y vinieron en el mismo barco a Buenos Aires. Como Don Pedro Carlini hizo dos viajes al Plata —pues volvió una vez a su patria y regresó definitivamente al país— no sabemos en cual de esas travesías coincidieron pero así fueron las cosas y la amistad entre las dos familias se prolongó mientras vivieron los protagonistas de la aventura.
El que esta sentado con un cigarrillo en la mano es Fernando Vaira. Foto enviada por Fernando Marcelo Carletti |
Por otra parte hemos contado
también que nuestra casa natal fue construida en 1912 por Pedro Colombo,
hermano de nuestra abuela paterna. Pues bien, vimos alguna vez, en la infancia,
durante una de las infinitas reformas a que fue sometida la casa —la modesta
casa de una inmigrante viuda a los 44 años con 4 hijos chicos— en un tirante,
precisamente la solera del consabido corredor de una casa chorizo, entendiendo
por solera el tirante fuerte que va de palo a palo, la inscripción Viara
Hermanos. Y todo se explica: los hermanos Pedro y María Colombo eran tan
lombardos como los Vaira, y eso también fue aclarado.
La hermana de Fernando Vaira -Luisa Vaira y Jose Carletti - Foto enviada por Fernando Marcelo Carletti |
Y, por supuesto, sabíamos que el
aserradero de Vaira estaba en el triángulo que rodean Bolívar, Salta y la
diagonal Antonio Álvarez que alguna vez, oficialmente o no, se llamó Pasaje
Vaira porque así figura en algunos planos antiguos. Y teníamos conocimiento,
también, de que el aserradero se incendió porque explotó la caldera de la
máquina de vapor que proveía de energía al establecimiento. Era todo lo que
sabíamos, además de que una hermana de los causantes, Luisa Vaira, se casó con
José Carletti, unos de los grandes herreros locales —natural de Osimo,
provincia de Ancona— porque en 1947, hace 57 años, colaboramos en el censo nacional
de ese año y censamos a tal señora, en su casa de la calle Castelli 2825, al
lado de donde estuvo la herrería, en la que aún vive la familia.
La hermana de Fernando Vaira - Luisa Vaira de Carletti (la abuela de Fernando M. Carletti), madre de su papa Jose Carletti - Foto enviada por Fernando M. Carletti |
Y con motivo de este trabajo
tratamos de saber más pero no llegamos adonde queríamos, es decir a saber cuando,
como y porqué se incendió el aserradero, cosa que tiene que haber dado que
hablar a la pequeña ciudad de la época. No tenemos datos del incendio pero, de
cualquier modo, averiguamos algunos contradictorios detalles del
emprendimiento. El 30 de mayo de 1910, por ejemplo, Fernando Vaira y hermano
(Constantino) solicitan el permiso municipal necesario para construir en la
manzana 171. Firma los planos Vicente Lavorante —que alguna vez fue ingeniero
municipal.
Plano de subdivision aprobado por el Depto. de Obras Públicas -Documento extraido del libro del Arq. Cova "El Barrio del Oeste" |
Los citados planos no son
precisamente un modelo de dibujo pero de ellos se infiere que en la esquina de
Salta y Bolívar hubo un tinglado de 30m. sobre la primera calle y 6 sobre la
segunda, con entrepiso y muros de 45cm. de espesor sobre las líneas
municipales, muros que pensamos son parte de las fachadas de las casas que
luego se construyeron y existen hoy allí. Tal tinglado se señalaba en el plano
como depósito de maderas. Y luego de un patio de maniobras de 12m. de ancho,
perpendicular a Bolívar y sobre su línea municipal, se levantó un galpón de 10 m. de ancho por 26 de
fondo, con una planta baja de 4m. de altura y una alta de 3,20 con un cobertizo
adicional sobre su costado S.O., de 7m. de ancho. El muro del frente era
también de 45cm. La solicitud del caso se refiere a galpones para máquinas, de
fierro y mampostería y pensamos que, salvo los muros descriptos todo lo demás
—estructura y entrepisos incluidos— era de madera, cerrado y techado con
chapas.
El 15 de marzo de 1912, por su
parte, los hermanos Fernando y Constantino Vaira celebran un contrato para la
explotación de un aserradero a vapor, corralón de materiales y demás anexos. Y
el 3 de abril siguiente compran a Nicolás Trabucco el triángulo referido.
Trabucco lo había comprado a su vez a José Antonio Aguirre el 6 de agosto de
1904. Algo extraño, sin embargo, se desprende de los documentos citados. En
efecto, la solicitud de construcción es del 30 de mayo de 1910 y el contrato de
sociedad y la compra del terreno son del 15 de marzo y del 30 de abril de 1912,
respectivamente, cuando todo debió ser al revés: primero asociarse, luego
comprar el terreno y después construir el aserradero. Entre las teorías
posibles puede suponerse que presentaron el plano y luego, por causas que nos
son imposibles de conocer tardaron dos años en establecerse, o bien que
construyeron en suelo ajeno, cosa posible pero igualmente extraña para
nosotros.
Volantes distribuidos para la venta de los lotes - Documento extraido del libro del Arq. Cova "El Barrio del Oeste"
|
El caso es que en fecha que no
hemos podido averiguar pero intuimos cercana a 1916 estalló un pavoroso
incendio que redujo a cenizas el aserradero de Vaira. Personas más entendidas
que nosotros nos han dicho que si la caldera de una máquina de vapor se queda
en seco se pone al rojo vivo si sigue la combustión y que la repentina
presencia del agua causa una tremenda explosión con voladura de la máquina e
incendio subsecuente. Lo que no podemos comprender es, sin embargo, como puede
llegar a quedar sin agua una caldera cuando hay niveles visibles que controlan
su carga.
Que hubo un incendio lo oímos en
nuestra casa desde la más tierna infancia y lo corrobora el varias veces citado
vecino Lorenzo Vicente Niglia, nacido muy cerca de allí en 1905, que recuerda
haber visto una máquina de vapor —él dice que semienterrada pero presumimos que
lo que estaba semienterrado, como era de práctica, era el volante—sobre la
calle Bolívar, y tiene presente algún movimiento que hubo en el lugar después
del fuego, mientras que la señora Celia Barrio de Cayrol, también repetidamente
nombrada aquí, recuerda unas máquinas ennegrecidas, a la intemperie, en medio
de un alto pastizal, evidentes restos del aserradero de Vaira.
Algunos años más tarde, el 4 de
junio de 1925, el ingeniero Félix Rabino, hacía poco tiempo graduado firma un
plano de subdivisión del citado triángulo en 8 lotes. Las dimensiones del
triángulo eran 60,62m. sobre Bolívar, igual cifra sobre Salta y 85,60 sobre la
calle que en el plano de Rabino se llama Avenida Pueyrredón, en algunos otros
planos de la época Pasaje Vaira y hoy -limitada también por su costado S. por
la recuperación que la municipalidad hizo del resto de la manzana con motivo de
las obras de entubamiento del arroyo de las Chacras— lleva el nombre de
diagonal Diag. Antonio Álvarez.
¿Qué había sido mientras tanto de
los hermanos Vaira? Según su sobrina Aurora Inés Carletti, nacida en Mar del
Plata el 7 de agosto de 1912, sus tíos tenían seguro sobre el aserradero y la
compañía ofreció pagarles con una propiedad rural en la provincia de Tucumán Y
allá se fueron los hermanos, de los que no quedó descendencia. Algo de eso
hubo, en efecto, porque sobre el caso tiene lejanas referencias la señora Rosa Marchisio
de Lallement, hija de Corina Carlini, nacida también aquí el 21 de mayo de 1911
y por su parte el propio Fernando Vaira, viudo en únicas nupcias con Eugenia
Masscoe domiciliado en Tucumán y de paso por Mar del Plata, vende el 10 de
junio de 1925, por sí y por su hermana a los hermanos Valentini, Argentino (42
años, Dr. en Química), Italo (36, Médico Veterinario), Alberto (34, Ingeniero
Agrónomo) y Mario (31, Dr. en Medicina), el lote 1 de la misma manzana, la
aguda esquina de Bolívar y la citada diagonal. Y con respecto al Pasaje Vaira
tampoco pudimos ver documentos oficiales. Es evidente, de cualquier modo, que
en 1910, con el arroyo descubierto y el puente de la Carolina con sus complicados
accesos en funciones la manzana 171 quedaba reducida al triángulo descripto.
Venta del lote - Documento extraido del libro del Arq. Cova "El Barrio del Oeste" |
Cuando se entubó el tramo del
arroyo que va desde la línea de los impares de Bolívar hasta algo más al S.O.
de la de los pares de Colón en medio de la calle Salta, se recuperaron los
terrenos de la otra parte de la manzana, el triángulo cuyo ángulo recto es la
esquina de Colón e Independencia, Según la tradición popular local la municipalidad
quiso unificar esa manzana con la anulación del frente S. de la propiedad de
los hermanos Vaira. Estos, entonces, se opusieron y entablaron un pleito al
municipio, pleito que ganaron y cuya consecuencia es hoy la corta diagonal Álvarez.
En el archivo municipal no hay constancias al respecto pero en cambio las hay
de la destrucción de expedientes en los que figuraba, no sabemos si en calidad
de demandante, el apellido Vaira. Quedará entonces para el futuro —si es que
alguien pueda interesarse en el tema— la dilucidación del caso.
El 20 de Julio de 1918 Teodoro
Bronzini —a los 29 años— como concejal socialista propone construir un cordón
de piedra alrededor de la plazoleta que existe en el cruce de las calles Colón
e Independencia para evitar el tránsito de vehículos por la misma...
No hay más datos ni sabemos si se
construyó el cordón o no. De cualquier modo presumimos que la plazoleta aludida
era el triángulo limitado por las avenidas nombradas y la diagonal Antonio
Álvarez. Con el entubamiento del arroyo en esas inmediaciones en 1916, tema que
se trata varias veces en este trabajo, se recuperó gran parte de la manzana 171
pero por oposición de los hermanos Vaira a que se cegara el frente S. de su
propiedad, que comprendió desde el principio el triángulo que limitan Salta, Bolívar
y la línea municipal de los pares de la actual diagonal Antonio Álvarez resulta
claro que había que proyectar una calle entre la parte de la manzana de
propiedad privada y el resto. Lo que presumimos, sin embargo, es que no debió
haber una definición inmediata del caso y el aludido resto de la manzana, con
la citada diagonal incluida, debió de ser tierra de nadie durante algún tiempo,
y a solucionar el problema —si es que así fueron las cosas— debió tender la
propuesta de Bronzini.
La solución, de cualquier modo,
comienza a tomar forma con el loteo y el remate de ese triángulo, el 27 de
abril de 1919. La
Municipalidad pudo así recuperar parte del dinero que había
costado el referido entubamiento, aunque a la luz de los problemas actuales una
mejor solución hubiera podido dejar libre la que Bronzini llamó plazoleta, que,
en ese caso, luciría hoy como un espacio verde de uso común.
Extraído del libro de
Roberto Cova “Mar del Plata - El Barrio del Oeste 1876-1940”
Editado por la Coop. De
Electricidad Mar del Plata Ltda.
Anecdotas de una Calle Corta de Mar del Plata
(continuación)
Tengo Nombre y Apellido
Estoy exultante. ¿A qué se debe
mi alegría? A que en el día de hoy, 29 de octubre del Año de Nuestro Señor
1932, por ordenanza municipal, artículo 5°, se me reconoce y otorga nombre y
apellido: Diagonal Antonio Álvarez. Cesaré de ser nombrada con una exasperante
porfía como Diagonal Pueyrredon. He obtenido mi verdadera identidad. Se que
siempre fui importante en el desarrollo del barrio pero ahora gozo, no sólo del
reconocimiento popular, que siempre lo tuve, sino del municipio de General
Pueyrredon.
Estoy disfrutando de mi
apelativo. ¡Estoy tan orgullosa de ser desde hoy la Diagonal Antonio Álvarez!
¿Ustedes saben quien fue D. Antonio Álvarez? Se los voy contar.
Fue un argentino nacido en el año
1848 en Dolores. Estaba radicado en la zona del sudeste de la provincia de
Buenos Aires. Contaba 32 años cuando fue nombrado Juez de Paz del recientemente
creado Partido de General Pueyrredon. Fue un hombre probo y progresista pues se
dedicó a promover obras para mejorar la situación de los habitantes de nuestra
ciudad. No sé por qué después de 4 años dejó no sólo la ciudad sino la región
circundante. Se comentaba que paso por muchas peripecias hasta que recaló
nuevamente por nuestra zona alrededor de 1914. Lo último que supe de él fue que
falleció en la Capital Federal. Tenía 76 años.
Bueno, ahora estoy asfaltada,
tengo mi propia identidad e iluminación nocturna. ¡Es un progreso importante!
¿Es un progreso importante?
Supongo que algún funcionario municipal debe haberse percatado que durante las
veinticuatro horas que tarda la Tierra en flirtear con la Luna existen lapsos
de tiempo de distinta duración durante los cuales hay ausencia total o parcial
de luz natural y que por lo tanto es necesario sustituir o compensar ésta
mediante luz artificial. Esta luz artificial que se diferencia notablemente de
la natural debe, no obstante, cumplir con unos mínimos requisitos de calidad y
cantidad.
Por eso la luminaria que me
alumbra es una esmirriada lamparita de 100 bujías que pende de un alambre que
va desde una vereda a la otra por la mitad de cuadra. En la vereda de los
números impares el hilo de metal está enganchado en el muro posterior de la
propiedad de un médico que habita la zona desde que me acuerdo. En la vereda
opuesta, el alambre que me sostiene junto con el cable eléctrico que me provee
de energía lumínica, está prendido a un gancho clavado sobre la pared de un
potrero. Ah! Pero eso sí: a una considerable altura para evitar que algún
renegado social rompa la lamparita a cascotazos. No sea que se haga hábito
entre los pibes del lugar y al final esta “Vía Blanca” sea una gravosa carga
para el erario municipal. Además algún funcionario involucrado con el
presupuesto comunal ha tenido en cuenta las borrascas marplatenses, a veces
acompañadas por fuerte viento o pesado granizo. De ahí el bonete de chapa que
cubre la parte superior del raquítico foquito que son más las veces que está
apagado que encendido.
Comienzan las Anécdotas
Reconozco ser imperfecta. Quizá
mi imperfección deviene de muchos factores, todos ellos ligados a mi
nacimiento. Que la imperfección es un vicio del pensamiento no de la acción
está totalmente aceptado. Entiendo que primero se piensa y luego se obra. De un
pensamiento positivo siempre surge una obra perfecta, virtuosa y bella. Esto no
ha sido mi caso porque yo no fui engendrada ni correcta ni perfectamente. He
sido mal concebida, mal concluida… hasta mal hecha diría. Sin ser responsable
de esta debilidad, me hago cargo de la misma. A pesar de haber confesado en
párrafos anteriores que no me gusta el chisme porque en el chisme hay algo de
mendacidad irrespetuosa hacia el semejante, reconozco ser chismosa. Asumo con
dignidad esta imperfección mía. En mi descargo señalo que el chismoso dice
siempre la verdad. Propaga lo que ve o escucha y es siempre veraz en su
chismorreo. Como está en mi espíritu y mi conciencia ser veraz, desde ahora
empiezo a chismorrear las discusiones insustanciales o las situaciones un poco
más complicadas que se suceden entre los vecinos que me habitan o los
transeúntes que cotidianamente me caminan. Son tantas y tan singulares las
situaciones de las que he sido espectadora que llenaría una enciclopedia
testimonial la cual, aunque muy interesante, terminaría por aburrirles.
He gastado tantas energías
atravesando los avatares de mi existencia que a veces mis relatos pueden
parecer un tanto difusos. Trataré de ser lo más coherente que pueda para que
las anécdotas que les contaré constituyan un conjunto con unidad y sin
contradicciones.
Los incendios
Si no me equivoco corre el año 1916.
No, no me equivoco, estoy segura de la fecha. Es que hay movimiento de festejos
oficiales porque es idea del municipio y de las fuerzas vivas de la ciudad
conmemorar por lo alto el centenario de la declaración de nuestra
independencia. Por supuesto que yo quedaré relegada de todo festejo. Pero esto
no viene al caso. El asunto es que acaba de producirse la voladura de la
caldera de una máquina a vapor en el aserradero de los hermanos Vaira. A la
explosión le sigue un incendio de grandes proporciones que produce alarma y
pánico entre los vecinos. Gritos, corridas, hombres y muchachos con baldes de
agua y por último el arribo de la incipiente y respetable entidad que es el
cuerpo de bomberos voluntarios de la ciudad. La demora de los esforzados
servidores vecinales se debe a que tenemos un precario sistema de
comunicaciones que nos permite dar presto aviso a nuestros voluntarios sobre
cualquier emergencia de riesgo para los vecinos y sus bienes. Sin embargo puedo
decir con conocimiento de causa que ahora estamos mejor que hace algunos años.
Antes cuando se producía un incendio varios vecinos provistos de sendas chiflas
pasaban por las casas donde vivían los voluntarios que oficiaban de bomberos
para avisarles, mediante chiflidos y golpes sobre las puertas de sus casas para
darles a conocer que la presencia de ellos era necesaria para combatir las
llamas que estaban causando estragos en algún domicilio particular o comercio
de la zona. Cuando los incendios se producían durante las horas diurnas, todo
era más fácil. Pero a la noche la cosa se complicaba. Hoy en día, como nuestra
ciudad tiene cada vez más residentes, más casas, más negocios, algunos vecinos
progresistas han decidido instalar una campana de alarma en el galpón donde se
guarda el material con que se cuenta para combatir las llamas. Tenemos
elementos a tal efecto pero son tan escasos que se logra extinguir el incendio
luego de grandes penalidades. A mí modesto entender no sólo carecemos de
chaquetones, botas, cinturones, cuerdas, cascos y lanzas para agua, nos falta
lo principal para ser exitosos “matafuegos” (1) disciplina y organización. Tal
es así que a pesar de los ingentes esfuerzos por sofocar las llamas, el
aserradero de los Vaira es sólo un montón de cenizas. Partes de sus maquinarias
están medio sepultadas sobre la calle Bolívar. En cuanto a mí estoy segura que
serviré de receptáculo de todo rezago chamuscado que quedará a la intemperie y
será olvidado cuando los pastos lo cubran. Espero en el futuro no tener que
enfrentarme a situaciones parecidas a ésta. Es que en lo profundo de mi
naturaleza a más de ser chismosa soy miedosa.
Han pasado cinco años desde el
incendio del aserradero de los hermanos Vaira y aún no he podido recuperarme
totalmente del susto. Supongo que serán las dos o tres de la mañana cuando unos
gritos desesperados me despiertan. Calculo la hora de acuerdo a la oscuridad
reinante. Todo está muy fosco(2) a pesar de un fuerte resplandor que viene del
lado de la que yo llamo mi madre putativa, la diagonal Pueyrredon. Se está incendiando
el Almacén de La Carolina. Creo que este incendio es tan importante como lo fue
el del aserradero porque La Carolina es el almacén que abastece a toda la zona.
Por suerte estoy bastante lejos del batuque producido por las llamas, pero no
puedo evitar que mi julepe sea más fuerte que mi sentido común. Espero que esto
no se vuelva a repetir porque los siniestros despiertan mi paranoia siempre
latente.
Extraido del libro: "Anecdotas de una calle corta de Mar del Plata"
de la escritora marplatense Sara Garfinkel
de la escritora marplatense Sara Garfinkel
Excelente trabajo, muy enriquecedor. Es un honor poder llegar con mi comentario a Pablo Junco y al lector no sólo marplatense sino de cualquier lugar donde llega Internet.
ResponderEliminarSara Garfinkel
Gracias Sara por sus comentarios tan elogiosos. Posteriormente compartiremos escritos sobre los conventillos en Mar del Plata
ResponderEliminar