domingo, 22 de noviembre de 2020

JAZZ CLUB

Contrastando con lo escrito acerca de “Trenlandia” en el que hice una relación más o menos completa de los hechos, en el caso de Jazz Club, al que sin intervenir en forma directa, solo en la confección de sus murales, me vi igualmente ligado por vínculos afectivos. Por lo tanto me limitaré a narrar algunas anécdotas, rigurosamente ciertas, a través de las que podrá el lector compenetrarse de la marcha de aquel negocio. Después del fracaso de Trenlandia, la sociedad constituida para su explotación, se disolvió por completo. Uno de sus fundadores sin embargo, decidió en cumplimento a un viejo sueño, poner una “Boite”.


Jazz Club Mar del Plata. Año 1954 De izquierda a derecha: Aurelio Junco (maitre). Guido Valentinis (lavacopas), Pepete (Barmam), Orduna (amigo de la casa) Paredo "Master" (dueño) Foto de Marta Fiscella de Junco


Aquí es necesaria una aclaración. En aquel entonces (tmporada 53/54) la municipalidad tenía tres criterios de habilitación para los sitios bailables: Confitería bailable era aquella en que, de tarde y noche, generalmente con músicos en vivo, habilitaba una pista de baile y tenía que cerrar obligatoriamente a las 24 horas; las “boites” eran lugares nocturnos, con o sin espectáculo, luz reducida y podían permanecer abiertas hasta las dos de la mañana. Por último los “cabarets” se diferenciaban de las anteriores porque podían tener personal contratado para alternar con los clientes, vulgarmente llamadas “coperas” y podían permanecer abiertos hasta las cuatro de la mañana.

Por supuesto que siempre hubo licencias en estos límites y los entonces llamados “night clubs” eran una categoría ambigua entre las dos últimas y, solo por la tarde, de la primera. No existía el término “discoteca” y recién comenzaban algunos negocios, imitando el primero instalado en Punta del Este, con el nombre de “Whiskería”.


Aurelio Junco en Jazz. Imagen gentileza Vigina Marta Fiscella


Los cabarets y las “boites” tenían un público exclusivamente adulto y los adolescentes o jóvenes se sentían excluidos o directamente segregados. Además los precios no eran accesibles para ellos y tampoco la música era la que ellos preferían. Estas fueron las razones que impulsaron a su creador a instalar un lugar para gente joven, que pudiera escuchar su música y tomar una Coca Cola a precios razonables.

En realidad la Coca Cola no era fácil de conseguir por aquel entonces y se la remplazaba por una imitación de nombre “Bidú”. Pero la juventud quería emanciparse y los pioneros, especialmente en Mar del Plata en plena temporada, ya buscaban lugares donde ejercer sus primeras prácticas de seductores conociendo amigos y amigas nuevos.


Natalio Marengo Año 1953. Imagen gentileza Natalio Marengo

Motociclistas marplatenses, por la calle San Martín frente a Galerias Sacoa, década del '60. Foto: José Alberto Lago (3° desde la izq.). Imagen gentileza Lic. Angel J. Somma


Finalmente, el ex-fundador de Trenlandia decidió concretar su viejo sueño y encontró un lugar, precisamente en el mismo edificio del anterior negocio: el SACOA. El edificio tenía (tiene) departamentos y oficinas, en su frente hacia Rivadavia, la mayoría de los espacios destinados a oficinas, estaban todavía desocupados y uno, en el octavo piso pareció adecuado a sus creadores que con gran acierto eligieron el nombre “Jazz Club” y los detalles ornamentales.

Pero como las ideas necesitan siempre del odioso respaldo material, fue necesario un socio que bancara el proyecto y éste fue una persona, algo mayor que el resto, a quién apodaron “Master” y que ingresó con sus propias ideas, casi siempre opuestas al plan original. La primera de ellas fue la habilitación no como “Boite” sino como “Confitería bailable”.

Mural del Jazz Club - Año 1954. Imagen gentileza Natalio Marengo


En realidad, las dificultades surgidas de la elección del local, previsto para la instalación de oficinas y no una confitería, comenzaron antes de la inauguración. Uno de los problemas era subir la heladera comercial de cuatro puertas y 44 pies cúbicos hasta el octavo piso del SACOA. Para esto, los flamantes socios habían solicitado la intervención de varias casas de mudanza sin obtener resultados ya que algunas se negaron directamente y otras estaban económicamente fuera de las posibilidades de los propietarios. Pero esto no los desalentó y resolvieron hacerlo ellos mismos.

Un radiante día de enero del flamante año 1954, un gran camión se detuvo frente al edificio donde, desde las siete de la mañana se afanaban los forjadores de Jazz en desenredar el larguísimo aparejo de sogas prestado por una casa amiga instaladora de ascensores. Para esto se colgaban cinco voluntarios a la altura del primer piso de las sogas que estaban suspendidas en el noveno. Y al girar este curioso racimo humano, íbase desenredando lentamente el lío de cuerdas, cabos y poleas.


Calle Rivadavia en la decada del 60. Se puede ver al joven Jorge Chibana parado en las columnas de la via blanca de calle Rivadavia y los micros urbanos Nº 5 Belgrano. Imagen gentileza Jorge Chibana

Frente del edificio SACOA por calle Rivadavia


Pero subamos a la azotea y veamos, como fue resuelta la falta de una pluma para sostener el aparejo separado de la pared. Sobre el frente que da a la calle Rivadavia, se había apoyado, hacia afuera, en posición horizontal, un viejo caballete de los que sirvieron en Trenlandia para sostener la mesa de las locomotoras difuntas, y que luego se usó para pintar el cielorraso de Jazz. Este venerable caballete, distaba mucho de tener la solidez que hubiera podido tener en su lejana y casi olvidada juventud. Además estaba partido por lo que se le había agregado una quinta pata que le daba un aire de lisiado, altamente conmovedor.

Pues bien, sobre este caballete se habría de sostener todo el peso de la heladera y del aparejo de más de doscientos metros de sogas. Ambos, aparejo y caballete, se fijaron por medio de cuerdas y alambres al único sostén que se prestaba en las inmediaciones y que era la barandilla o pasamano de una escalera interna, a la que llegaban después de atravesar una ventana y una puerta en retorcida ese. Cuando se dio la orden de izar, el caballete crujió y se inclinó como asomándose para no perder detalle.

La unión de sogas y alambres cedió un poco y en las paredes que marcaban su sinuoso curso, trazó profundo surcos. Pero llegó a un límite y, por el momento, pareció detenerse. Claro está que, como prueba, solo estaban izando al racimo de voluntarios. Cuando ”Master” vió que no se les venía abajo el aparejo sepultándolos, decidió que era lo bastante fuerte para soportar una heladera y después de algunos tropiezos, se comenzó a levantarla. La gente que se había agolpado desde hora temprana viendo las maniobras, ya colmaba la calle Rivadavia dificultando el tránsito.

La heladera, gracias a la curiosa ubicación de las ataduras, iba tomando una posición oblicua que iba rompiendo los vidrios de los pisos por los que pasaba (las ventanas del edificio SACOA no tienen cortinas de enrollar ni ningún tipo de celosías). Entonces se decidió poner a dos voluntarios con sendas guías para que, desde la azotea del edificio de enfrente, la mantuvieran alejada de la pared.

La azotea de enfrente, posee tabiques bajos que la dividen en varios patios, para llegar a los que dan sobre la calle, había que escalarlos, no eran muy altos, alrededor de 1,80 m. pero cuando uno de los voluntarios fue a saltar uno de ellos, creyendo que del otro lado seguía la azotea, se enteró con espanto que daba a un aire y luz y el piso del patio estaba a más de veinte metros de profundidad. Milagrosamente pudo detenerse a tiempo quedando asido del muro lo que evitó que cometiera un torpe e involuntario suicidio. Mientras, allá en lo alto, el viejo caballete se inclinaba cada vez más, pero resistió.

Ya eran más de las doce y de cuando en cuando, se hacían pequeños descansos. En uno de ellos, los que sostenían las guías que habían arrollado a su cintura, las aflojaban hasta que la heladera quedaba apoyada al muro y las sogas hacían una gran comba a poca altura sobre la calle. De pronto una de ella amenazó engancharse en techo de un alto camión que pasaba a regular velocidad. Por un momento, pareció que uno de los guías saldría disparado como por una honda, pero gracias a que el techo del camión tenía los bordes redondeados, la cuerda se deslizó con un débil tironcillo.

Mientras, ya se había corrido la voz y una verdadera congregación habíase reunido debajo. Los vecinos que tenían balcones o ventanas a la calle, habían invitado a sus amigos y parientes a presenciar el espectáculo. Algunos hacían apuestas acerca del piso desde donde se iba a desplomar la heladera y ni los más optimistas se arriesgaban a pasar del sexto. Pero quedaron defraudados (íntimamente, a mi me sucedió lo mismo). A eso de las cinco de la tarde llegó la heladera al octavo y quedó, sin mayores averías en el salón de Jazz Club.


Palier del 8vo piso del edificio SACOA. Este era el camino hacia el Jazz Club


Sólo faltaba pasarla a la cocina por un estrecho vano que, según se midió, tenía la misma dimensión en ancho que la heladera. Pero notad que dije: la misma. Ni siquiera un centímetro más. Pero cuando los hombres han trabajado doce horas consecutivas, sin comer ni descansar, es justificable que olviden que poseen un cerebro o que éste pueda funcionar con eficiencia.

En forma democrática, por mayoría, se resolvió que la heladera tenía que pasar si se empujaba y tiraba de ella lo suficiente. Dos operarios (voluntarios por supuesto, todos lo éramos) entraron en la cocina y por medio de sogas tiraron del armatoste. El resto empujó ferozmente hasta que la heladera quedó calzada como un tapón de bebida espumante entre el salón y la cocina. Al ver que tampoco era posible hacerla retroceder, los que repentinamente veíanse emparedados sin poder salir de la cocina, comenzaron a chillar, posiblemente víctimas de la claustrofobia.

El caso es que hubo que llamar a un albañil para que picara la pared de cemento, cosa que llevó algunas horas, para poder llevar a buen fin la maniobra. Algo, sin embargo, se ganó con toda esta Odisea, y es que siempre aparecen los imprevistos factores de éxito. Hasta días más tarde no se conocía la existencia de Jazz Club, pero todos hablaban de “la boite de la heladera”. Milagro publicitario que no hubiera conseguido ni el mejor de los propagandistas.


Grupo de marineros del porta-aviones norteamericano Roosvelt festejando en el Jazz Club - Foto enviada Natalio Marengo - Año 1954


Y ya que estamos en eso, digamos también que, tras muchas deliberaciones,” Master” optó por hacer afiches murales y encargó su colocación a un amigo. Éste no vió mejor lugar que las carteleras “Triplex” , que una conocida agencia publicitaria había colocado en varias esquinas del centro, con permiso municipal, y los estampó, en una noche de bien remunerado trabajo, sobre los avisos existentes.

Por la mañana, esperaban a “Master” en Jazz, tres iracundos individuos: uno era el representante de Triplex y los otros dos sus abogados. “ Master” no tuvo más remedio que pagar la indemnización y hacer retirar todos sus afiches que sólo habían estado en exhibición desde las 4 hasta las siete de la mañana. Pero el choque entre los sueños del creador de Jazz y las ideas del “Master” tendrían que producir un duro encuentro. Mientras el primero quería que prevaleciera la música de Jazz e invitar ocasionalmente algunos músicos profesionales y otros aficionados que luego se convertirían a su vez en famosos profesionales, a que improvisaran allí “jamm sessions” y mantener el local con una iluminación escasa, el “Master” quería música popular e iluminación “a giorno”.


Algunos integrantes del Jazz Club (sin el Master) que habían ido a festejar con sus amigos del Infierno de Col. La foto se tomó en la gambuza que era bastante parecida a la de Jazz, en ella están presentes: De pie detras, Natalio Marengo y un habitué de jazz cuyo nombre no recuerdo. Paradois, de izquierda a derecha: Guido Valentinis, Petete, empuña un instrumento, José María Brindici, maitre del Infierno que luego fue actor y, ya mayor, intervino en algunas películas, siempre en papeles de viejo malo, Berceche (habitué de Jazz), Desconocido, también de Jazz. De traje, Rómulo Catelli, luego arquitecto. Sentados: Mario Zohil y Cacho Hoyuelos, ambos barmen y lavacopas del Infierno. Año 1955


Pocos días después de la inauguración, las discusiones entre “Master” y el creador del negocio hicieron crisis y este se retiró de la socidad, dejando al “Master” que siguió adelante con sus ideas. Pero, con o sin carteles, con más o menos luz, con músicos o con discos, la idea del creador del negocio, prendió fuerte en el elemento juvenil de entonces que se lanzó en masa a ese lugar, único que los recibía y donde podían tomar un refresco, escuchar su música preferida, y ser recibidos por un simpático “maitre” que los conocía por sus nombres y que, cuando el “Master” no estaba, saldría a bailar y se sentaría a beber con ellos. Claro que a los vecinos no les hacía mucha gracia, ya que en los otros cuerpos del edificio había departamentos habitados.

El propietario de uno de ellos apareció una noche, con una bata, pijama y pantuflas, a increpar al “Master” y sus secuaces. Pero se lo convidó con unas copas y se quedó charlando hasta la madrugada. A partir de allí volvía cada noche, con el mismo atuendo y se quedaba charlando con el personal en la gambuza, tomando su bebida preferida que era el cognac, por supuesto, nacional.


Ascensores de acceso por calle Rivadavia a la Galeria Sacoa


Otra cosa que molestaba a los copropietarios del edificio era el uso de los dos únicos pequeños ascensores, ya que Jazz abría sus puertas por la tarde y desde las 17 o 18 horas se formaba una cola para hacer uso de los ascensores. Y por la noche, aunque había menos vecinos, el problema eran las parejitas que al salir detenían el ascensor entre los pisos para entregarse a expansiones eróticas.


Aurelio Junco (maitre) mientras terminaba sus estudios de arquitectura


Indudablemente la elección del lugar había sido un error, pero no el rubro. Aunque Jazz Club solo duró dos temporadas, o mejor dicho una y media, porque en la segunda fue clausurado definitivamente por la Municipalidad, la semilla fructificó, la enorme popularidad que había adquirido el local hizo que otros comerciantes, ya instalados, empezaran a copiar su estilo. Por su parte, la juventud ya no se resignaba a abandonar los boliches y la gente mayor iría emigrando hacia las pocas “Boites” y Cabarets que aun quedaban.

En unos pocos años más, el proceso se completaría y el término “Night Club” se derramaría a lo largo de la avenida Constitución evolucionando luego hasta las actuales “Disco”. Si bien Jazz no fue un triunfo, tal como lo había soñado su creador, sin duda fue el pionero de un nuevo estilo y una coyuntura social hacia un cambio de hábitos para la juventud.


Galería Sacoa, fines de los años 60. Colección Registros Urbanos. Foto de Simón Uriol


Unos versos que escribí sobre Jazz en sus últimas épocas...


EL OCTAVO DEL AMOR

Una cola impresionante
está frente al ascensor
para subir -¡Dios mediante!-
al octavo del amor.

Abajo una cartelera
“Alfajores Chapaleo”
Y si abajo chapa-leo,
arriba chapa cualquiera.

El ascensor sube ya
colmado de adolescentes
y una trompeta estridente
se escucha con claridad.
Y ya en el octavo piso
los recibe el “maitre” Aurelio
con expresión de sepelio,
pero le hacen caso omiso.

Los más quedan en la entrada
y hay algún gil que se sienta
(ese seguro la cuenta
va a pagar de las coladas).

Suena un “booguie” impresionante
y una pareja de tanos,
tomándose de las manos,
tiran coces por la pista

hasta que sale el patrón
y a su voz (la voz del amo)
se eclipsan pronto los tanos,
sin pagar de la emoción.

El “maitre”, Pepete y Guido
también salen a bailar
Y el mozo ¡bruto sin par!
los persigue enfurecido.

Es que el patrón ya se ha ido
y entonces todo mejora,
la luz enceguecedora
por arte se ha diluído.

Las parejas… ¿Son parejas
o está bailando de a uno?
Bueno, el caso es que ninguno
de bailar deja una pieza.

Y todos, cosa curiosa,
se amontonan a un costado
(el del aplique apagado)
bailando en una baldoza.

¡Oh juventud respetuosa!
¡ Oh vecinos desvaríos!
¿Quién ha dicho que hacen ruido?
Quizás, alguna otra cosa…

Ni siquiera el combinado
aulla discos de jazz
pués ya no colocan más
y todo ha sido apagado.

¿Por qué crueldad indecible,
por qué torcidos destinos
dicen luego los vecinos
que “Jazz Club es imposible?

¿Cómo acusan criaturas
tan calladas y decentes?
¿Cómo pudo el Intendente
ordenarle la clausura?


Fuentes:
Textos del escritor Natalio Marengo Palacios
Edición Pablo Junco - Fotos Viejas de Mar del Plata

1 comentario:

  1. Qué hermosa historia!! Me ha encantado! Y es verdadera!!

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