Agustín Izoard, al enrolarse en la guerra en 1914.. Imagen exraida del Diario La Capital |
“Son las últimas voluntades de un soldado francés,
el sargento Agustín Izoard,
residente en Mar del Plata, caído frente al enemigo”.
La
carta comienza así, sin demasiados preámbulos, acaso con la intención de recuperar
algo de la urgencia perdida en el largo viaje a través del Atlántico. Había
sido enviada el 28 de diciembre de 1918 desde el Hospital de Merviller
(Francia) con la firma del soldado Georges Rollin y publicada recién por el Diario La Capital el 14 de febrero de
1919. La ciudad recibía con dolor el terrible desenlace de un héroe de la Primera Guerra
Mundial. Era, además, la tercera puñalada para la familia Izoard, porque antes
habían caído en batalla Gastón y Alberto, hermanos de Agustín. Aquí también
lloró a la víctima Adolphine Morán, quien quedó viuda tras una efímera vida en
matrimonio.
Agustín
(Augustin), nacido en 1892 en Argelia, por entonces colonia francesa, llegó a
Buenos Aires junto a su madre y ocho hermanos en febrero de 1908. Esta familia,
como tantas otras, subió al barco “Formosa” en el Puerto de Marsella con el
sueño de encontrar en el lejano país de Sudamérica un futuro mejor. ¿Por qué
Mar del Plata como destino final? Parientes que ya se habían asentado aquí los
sedujeron en sus cartas con imágenes de la plaza Colón, diciendo que eran
terrenos propios.
Agustín
Izoard vivió en esta ciudad entre los 16 y 22 años y, como sus cinco hermanos
varones, fue empleado por la empresa de “Allard, Dollfus, Sillard &
Wiriot”, la firma que participó de las primeras obras para la construcción del
puerto. Su nombre también quedó grabado por ser parte del origen de Aldosivi,
hoy uno de los clubes más populares de la ciudad que participa en la Primera División
de fútbol y que, con una pequeña variante, tomó el nombre de la combinación de
iniciales de aquella constructora francesa: en mayo de 1913 fue protagonista
del primer partido que disputó el equipo portuense en su historia, un amistoso
ante Atlético Mar del Plata. Lo hizo por pedido de sus compañeros, el fútbol no
fue su gran pasión o su actuación estuvo por debajo de lo esperado, ya que
desde ese día no jugó más.
Ficha del equipo de Atletico Aldosivi en 1913.. Imagen exraida del Diario La Capital |
Por lo tanto, no integró el equipo de Aldosivi que el 13 de julio del mismo año debutó oficialmente en la Liga Marplatense ante Pedro Luro. Su patriotismo estaba por delante de todo: ese domingo prefirió ir al Hotel Colón para celebrar junto a 129 franceses el aniversario -que era el día posterior- de la toma de la Bastilla. Puede ser que allí hallara el estímulo para ofrecerse como voluntario en el Ejército francés al que pertenecería y que le habría de cambiar su vida.
“Era mi compañero de combate desde 1915. Siendo los
dos casi americanos, visto que yo resido en Nicaragua, éramos como dos
hermanos. El 14 de octubre, designado, como yo, a tomar por asalto, con una
sección, un nido de ametralladoras, salió con sus hombres a las tres de la
tarde. Yo le servía de refuerzo. Diez minutos después era dueño de la posesión
enemiga. Al caer de la tarde, una contraofensiva era dada por los enemigos;
entonces Izoard, desbordado por todas partes, se defendía como un tigre; sus
hombres, caían uno tras otro; a mí me era imposible de socorrerlo, visto que
caía una lluvia de fierro; en fin, me decido a saltar, y llegando a él, lo veo
caer con una bala en el pecho”.
En
1914, un 27 de junio, Agustín contrajo matrimonio con Adolphine Morán, también
residente marplatense. Y recientemente casado, con 22 años, decidió ir a luchar
por su patria a miles de kilómetros. Con un entusiasmo algo ingenuo, partió
junto a cuatro de sus hermanos desde la Estación Norte de
ferrocarril y el 14 de agosto se embarcó en el Puerto de Buenos Aires. Un mes
después llegó a Francia y empezó a escribir otra historia, literalmente. Agustín
Izoard integró el 50e Regimiento de Infantería y luego el 8e Regimiento de
Infantería. Participó de los combates más importantes de la Gran Guerra, fue
herido tres veces y los gases asfixiantes le dañaron la vista y pulmones. Por
su valentía, obtuvo dos menciones militares.
Extracto de la ficha militar de Agustín Izoard.. Imagen exraida del Diario La Capital |
Dado su desempeño, en julio de 1917 le otorgaron una “licencia”, por lo que decidió regresar a Mar del Plata. Aquí fue recibido con honores. La noche del 13 de ese mes, con motivo de la ya tradicional fiesta de su país, el Comité Patriótico Francés organizó un homenaje especial para el héroe de guerra. El dio un breve discurso, cantó fervientemente La Marsellesa y fue ovacionado por los presentes en el Hotel Famille (estaba en 25 de Mayo y San Luís). Pero su cabeza seguía en la guerra, a la que regresó más lejos del frente de batalla: su nuevo rol era como formador de artilleros. Por eso, sorprendió a todos aquella carta que llegó en el verano de 1919 a nombre de su compañero Rollin.
“Reconociéndome, me dijo: escriba al director del Diario La Capital, calle San Martín,
en Mar del Plata, diciéndome que sea amable de saludar al pueblo marplatense
por la buena manera en que fui recibido el 13 de julio de 1917… Fueron estas
las últimas palabras de este héroe, que lloré y que llevé yo mismo a la tumba,
porque horas después recibía dos balas en el pecho y tengo mis días contados,
pero antes quiero hacer el gusto de mi querido amigo. Como nunca me habló de
parientes, no sé si los tiene. Esperando que la satisfacción será dada a un
soldado muerto por el derecho y la libertad, señor director, mis respetuosos saludos”.
El muerto, vivo
Muchos
años después de la guerra, Berta escuchaba en la voz insuperable de Gardel el
tango “Silencio” (que, decían en la familia, estaba inspirado en la madre de
los Izoard), cuando llegó una carta a su domicilio de la calle Alejandro Korn.
La procedencia era Charleville-Mézières y, el remitente, nada menos que su
hermano Agustín Izoard.
“Salí de la guerra con muchas heridas, pero con vida.
Me he casado otra vez. Tengo cinco hijos. Y de trabajo ando bien, pues formé
una empresa constructora y esto va hacia adelante”, explicó sin rodeos. Agustín
no había muerto en la
Primera Guerra Mundial.
Pasaron
muchos años más y, mediante otra carta, anunció su visita a Mar del Plata, la
que se concretó en 1970, más de medio siglo después de su partida. Lo acompañó
entonces su hija Huguette, quien trabajaba como secretaria del general Charles
de Gaulle. Ese viaje a los 78 años fue el inicio del cierre de su historia de
vida. El condecorado ex sargento tenía varias cicatrices de guerra y una mandíbula
de platino -la suya fue destrozada por una bala-. Ya había quedado viudo de su
segunda esposa, tenía siete hijos y varios nietos. Aquí pudo ver el puerto por
el que había trabajado, se sorprendió por el crecimiento de Mar del Plata y
disfrutó al menos por unos días de parte de la familia que había dejado atrás
cuando decidió quedarse en Francia.
Agustín (a la derecha) y dos de sus hermanos. Imagen exraida del Diario La Capital |
Agustín Izoard no había fallecido de la forma heroica que narró su compañero Georges Rollin, quien, por otro lado, y de acuerdo a su registro militar, también sobrevivió a la guerra y residió en Argelia, donde lo había hecho toda su vida. Posiblemente, a Nicaragua sólo viajó imaginariamente. La muerte del héroe de guerra ocurrió recién el 12 de septiembre de 1984, en Charleville-Mézières, cuando tenía 92 años.
El mismo año que había llegado la carta anunciando su deceso al Diario La Capital, Agustín se casaba en Francia con Blanche Josephine Turquin y nacía su primer hijo, Robert Jean Izoard. El soldado que con un coraje ejemplar estuvo en primera línea de batalla ante los ejércitos alemanes y se repuso a heridas de gravedad para continuar la lucha por su patria, quizá no se animó a enfrentar a su esposa de Mar del Plata para decirle que en la guerra también había encontrado un nuevo amor.
Acta casamiento de Agustín Izoard y Blanche Josephine Turquin, Año 1919..Imagen exraida Diario La Capital |
“¡Maldita sea la
guerra! ¡Ya he peleado! Sobre el frente, ocho días, y en primera línea, cinco,
me creía protegido por no sé qué santo viendo mis compañeros caer a mi lado”.
A Gastón Izoard le bastaron
pocos días en suelo francés para experimentar el terrible miedo de matar o
morir. Su carta, fechada el 13 de octubre de 1914 durante la Primera Guerra
Mundial, llegó a Mar del Plata un mes después y fue publicada entonces por el Diario La Capital. El
inmigrante que residió en esta ciudad relató su primer encuentro con el horror,
describió la vida diaria en la trinchera y manifestó sus sentimientos más
profundos. La narración -cuyo contenido se completará en esta nota- tiene un
sorprendente nivel de detalle, algo posible sólo en esos días iniciales del
conflicto bélico.
“Antes de ayer, después
de haber pasado tres días en las trincheras, a 600 metros de los
alemanes, y en el momento de ser reemplazado mi regimiento por otro, llegó un
obús que, al estallar, me cubrió de tierra y me dejó casi ciego. He quedado con
un ojo herido, y me han mandado más atrás”.
Foto ilustrativa del frente de Somme, tomada el 7 de julio de 1916 en la aldea de Biaches. Fueron días cruciales en la vida de Gastón Izoard. Foto: Alamy.Imagen exraida Diario La Capital |
Todavía aturdido, Gastón decidió redactar sus primeras líneas en un papel manchado de sangre. Escribir era una forma de abstraerse al contexto de guerra y de tender un puente con el mundo que había dejado atrás, al que pretendía regresar. Además, era algo que le salía con naturalidad (había sido empleado del Diario La Capital). Ya tenía historias tan cautivadoras como perturbadoras para contar.
“Salimos de
Burdeos en medio de las delirantes ovaciones del público, que nos cubría de
flores. Nos instalamos en un pueblito para dormir hasta las dos, hora en que de
repente y señalada seguramente nuestra presencia por algún espía, recibimos una
lluvia de 125, que aquí llamamos ‘marmitas’, los cuales nos pusieron en fuga en
menos de dos minutos, dejando quince de los nuestros muertos. Ocupamos las
trincheras, teniendo a espaldas una quinta, cuyos árboles estaban cargados de
manzanas. Una hora después, como la noche era muy obscura, salimos unos
cuarenta hombres para recoger esa fruta, y no había transcurrido un minuto
cuando nos llegan tres nuevas ‘marmitas’ que al reventar nos arrojan al suelo
como a un solo hombre, dándonos a la fuga. Pasado el susto, nos reíamos todos a
más no poder”.
La risa, en situaciones
trágicas, puede resultar revitalizante. Durante la guerra, era un método de
desahogo, una forma de exclamar “¡estoy vivo!”. Y la manzana simboliza en
cierta forma el fruto prohibido que siempre persiguió Gastón. Nacido en 1888 en
Argelia, por entonces colonia francesa, fue el hijo varón mayor de una familia
numerosa (tenía once hermanos, entre ellos Agustín, el soldado que volvió de la
muerte).
Debió trabajar sin cesar
durante su niñez y adolescencia: cultivaba olivos, nueces y variedades frutales
en las tierras de sus padres. Con 19 años, sin un horizonte prometedor,
promovió el viaje de toda la familia Izoard a Argentina, que se concretó en
febrero de 1908. Pero al poco tiempo de instalarse en Mar del Plata, debió irse
a Francia para hacer durante diez meses el servicio militar. Culminado el
periodo, cruzó nuevamente el Atlántico y trabajó en la empresa “Allard,
Dollfus, Sillard & Wiriot” que había ganado la licitación para construir el
puerto de esta ciudad. Hasta que la guerra interrumpió nuevamente sus
proyectos, que se redujeron a la mera supervivencia.
“Las trincheras
son fosos de 1.60, arreglados de modo que en el fondo podemos estar sentados y
tapados en algunas partes por tablas, recubiertos de tierra. En ellas pasamos
tres días acechando al enemigo, y luego somos reemplazados. Pasamos el tiempo
haciendo fuego, comiendo, fumando, escribiendo y jugando. De noche, la mitad
duerme y la otra mitad vela. Delante, los centinelas vigilan. Además, tenemos
los aeroplanos, que de cuando en cuando nos envían tarjetas de visita en forma
de bombas. De noche, cada partido enemigo trata de acercarse al otro para
matarle los centinelas o patrullas”.
El fervor patriótico de
Izoard era indudable. Aunque seguramente hubo otras razones en la decisión de
ir a un combate tan lejano: la “obligación moral” impuesta desde el
“establishment” y quizá cierta presión de la empresa empleadora (no está
comprobado en este caso, pero era normal que sucediera en las compañías
francesas, inglesas e italianas de la época). Además, le dijeron que la guerra
duraría “sólo tres meses”.
Gastón recibió dinero y
regalos de la empresa del puerto y el consulado de Francia en Buenos Aires. Y
el 14 de agosto se embarcó junto a cuatro hermanos -Alberto, Agustín, Eduardo y
María, quien ofició de enfermera- en un clima de fiesta: una banda de música
acompañó a los valientes. Hasta entonces todo era bombos y platillos. Pero al
llegar a Europa, se topó con la cruel realidad.
“Aquí hay hombres
que pelean desde hace setenta días sin haberse desnudado una sola vez. Todos
andamos con toda la barba, sucios y delgados; más bien parecemos bandidos que
soldados. La mayoría son padres de familia, y cada vez que se piden voluntarios
se presentan a centenares. En nuestro ejército, al contrario del alemán, nunca
faltó la comida, pero casi siempre carne en conserva, y en vez de pan,
bizcochos; vino, nunca; café y leche. Si hay combate, se come todo crudo. Hay
pocos soldados que no hayan tenido la disentería. Estas escuadras son como una
familia. En ellas se olvida toda la diferencia social. Yo estoy en una de las
mejores y de las más pícaras; con nosotros nadie pasa hambre”.
Los hermanos Alberto, Gastón (sentado), Eduardo y Agustín Izoard..Imagen exraida Diario La Capital |
Los franco-argentinos fueron destinados principalmente a la infantería, arma que tuvo el 86 por ciento de los muertos. En 1914, Gastón Izoard fue asignado a la unidad número 7 del Regimiento de Infantería Colonial. Luego, pasó a la unidad 37ª, que combatió en la emblemática batalla de Somme. Allí estuvo permanentemente expuesto a la pólvora y las bombas.
“Aquí en el
ejército del centro tenemos orden de mantenernos en nuestras posiciones, cueste
lo que cueste (…) Pronto ya no habrá más combate de vizcacha, sino cargas a la
bayoneta, luchas cuerpo a cuerpo. Así, pecho contra pecho, veremos quién puede
más, si la sabia táctica alemana o el furor francés. ¡Pero también cuántas víctimas
de cada parte!”
La carta, de elegante prosa,
muestra la desazón de un soldado que fue “empujado” al campo de batalla por el
contexto de la época. Pero Gastón no tuvo otra opción que adaptarse física y
mentalmente a la vida en la guerra. Que no fue de corta duración como se
esperaba, porque enseguida se estancó en varios frentes. Su accionar fue
destacado y en 1916 lo ascendieron al grado de ayudante.
“¡Si vieras cuánta
tristeza hay en esta parte de Francia! Esta región sirvió de teatro para la
lucha cuando rechazamos a los alemanes, y ellos, al retirarse, han destruido
todo. Todos los pueblos que atravesamos están quemados y nada ha quedado en
pie; de cada veinte casas no queda una. Para acampar nos arreglamos como
podemos, ya en una granja, ya en una caballeriza, y en sitios donde en tiempo
ordinario, no cabrían cien carneros, nos alejamos 250 hombres, y los oficiales
se encuentran como en un palacio. El cuerpo colonial, del cual formo parte, ha
sido aniquilado; compañías de 250 hombres tienen ahora apenas 70. Los demás son
hombres de refuerzo. En fin, venceremos y llegará la paz”.
Gastón Izoard dio la vida por Francia. Imagen extraida del Diario La Capital |
Los Aliados vencieron. Pero la Gran Guerra se extendió por más de cuatro años y provocó, al menos, diez millones de muertos (no hay datos precisos y se estima que la cifra es superior). Gastón Izoard lideró el 9 de julio de 1916 a un grupo de soldados en la exitosa toma de Biaches y la Maisonnette. Pero un día después falleció en la defensa del mismo sitio, en el marco de la sangrienta batalla de Somme.
De acuerdo al “diario de marcha del regimiento”, esa tarde del 10 de julio, 50 soldados fueron engañados por alemanes que simularon rendición y los asesinaron “a traición” cuando se acercaron. Quizá murió allí, o tal vez minutos antes en la trinchera. Gastón lo dejó claro desde el principio: ¡maldita sea la guerra!
En la semana previa a la batalla del Somme, se dispararon más de 1,5 millones de proyectiles. |
Fuentes:
-
La
vida de película del soldado marplatense que volvió de la muerte en la Primera Guerra
Mundial. // Juan Miguel Alvarez. Rescatado de: https://www.lacapitalmdp.com/la-vida-de-pelicula-del-soldado-marplatense-que-volvio-de-la-muerte-en-la-primera-guerra-mundial/
- Una carta con letras de sangre que viajó desde la trinchera. // Juan Miguel Alvarez. Rescatado de: https://www.lacapitalmdp.com/una-carta-con-letras-de-sangre-que-viajo-desde-la-trinchera-hacia-mar-del-plata/?fbclid=IwAR0_kliG0T2xetAuXs2xR0xj7TEFHD2-_GhMVYmftCSCv2etXKZjk0l3fbw
-
Somme. Una masacre inutil. Rescatado de: https://www.lavanguardia.com/hemeroteca/20160706/402961953248/primera-guerra-mundial-batalla-del-somme-frente-occidental-guerra-de-trincheras.html
- “La guerra en la sangre”, de Hernán Otero
- Museo del Hombre del Puerto Cleto Ciocchini
- Centro Genealógico de Pyrénées Atlantiques
- Biblioteca virtual de la Biblioteca Nacional de Francia.
- Ministerio de Armas de Francia,
- Archivo Diario LA CAPITAL,
- es.geneanet.org (Michel Amar).
Quiero agradecerte por la dedicación que tenés al publicar la historia de la ciudad. Este blog me sirvió de maravilla a la hora de recabar información para diversos proyectos de la facultad. Es más hace 1 mes hice un video hablando de la llegada de The Police y fue gracias a que encontré tu articulo. GRACIAS por mantener viva la historia de Mar del plata.
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